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lunes, 26 de junio de 2017

¡Qué pesados estos cuatro cardenales!

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Estos cuatros cardenales de la foto son unos auténticos pesados. Han escrito una carta al Papa el día 25 de Abril, y como éste no les ha contestado, han solicitado, en carta al periodista Sandro Magister, que éste insista ante Francisco para que los cuatro purpurados sean recibidos juntos. Son muy valientes, y, sobre todo, prácticos, porque deben de pensar que cuatro “príncipes de la Iglesia” son más poderosos que de uno en uno ante el Sumo Pontífice. Además, lo que pretenden aclarar es una infantilidad: solicitan salir de ciertas dudas en A) “pasajes obviamente ambiguos de la Exhortación post-sinodal” Amoris Laetitia, (AL),y B), una concepción de la conciencia moral contraria a la Tradición de la Iglesia”.

En el tema A) hay que recordar a los no tan sabios purpurados que lo de pasajes “obviamente” ambiguos es cosa de ellos, tal vez de su dificultad de comprensión de ideas teológicas expresadas en lenguaje moderno, de nuestros días. Y si no han encontrado en los Evangelios “pasajes obviamente ambiguos” que baje San Pedro y se lo explique. En su propósito de incordiar e incomodar al Papa estos señores alcanzan unas cotas casi insuperables de ridículo y de esperpento. Comparando textos sobre idénticos asuntos en diferentes evangelios, no es que encontremos pasajes ambiguos, sino hasta contrarios, como, por ejemplo, que la Ascension haya sucedido en un relato evangélico en Jerusalén, y en otro, en Galilea. Pueden escribir sendas cartas a Lucas y a Mateo para que les expliquen algo más contradictorio que ambiguo: por qué el primero, en su escrito de los Hechos de los Apóstoles, coloca la Ascensión en Jerusalén, y el segundo, en su Evangelio, en Galilea. O tal vez nuestros cuatro cardenales sean de los que no admiten esas contradicciones bíblicas, y usan, y se inventan, soluciones graciosísimas e imaginativas.
Y en el tema B) hay mucha tela que cortar, y, de entrada, entraré a romper: la Tradición de la Iglesia no es el punto de referencia para un cristiano. Por varias razones: 1ª, porque la Palabra referencial es la de la Sagrada Escritura, del Antiguo y del Nuevo Testamento, (AT), y (NT), para nosotros, hijos de la Iglesia, más la del NT, obviamente. Es decir, los Evangelios, los Hechos, y las cartas de los apóstoles. 2ª, porque la Tradición de la Iglesia no es igual en todos los lugares, ni en todos los tiempos ha sido uniforme en su permanencia o en sus cambios. Pongo un ejemplo: los lefebvrianos, y próximos, insisten, descabelladamente, que en la tradición auténtica de la Iglesia la misa debe de ser en latín. Y yo, en algunas discusiones con personas de ese estilo en España, les respondo: No, el respeto a la auténtica tradición de a Eucaristía nos debería llevar a celebrar la Misa en arameo, o Hebreo, o griego, que, con certeza, son las primeras lenguas que se usaron para celebrar la Cena del Señor.
Y 3ª, porque el Magisterio de la jerarquía eclesiástica, que no es la de los concilios ecuménicos, no es infalible. Y hasta la de éstos, en asuntos de la praxis, tampoco marcan modos de proceder inmutables. Un ejemplo claro lo indiqué en uno de mis artículos sobre la confusión de los padres conciliares del Concilio Lateranense IV, cuando decidieron unas cuestiones prácticas en clara y evidente contradicción, según la referencia evangélica. En ese Concilio, alarmados por la inasistencia progresiva, y llamativa, del Pueblo de Dios más sencillo y llano, a la celebración de la Eucaristía, adoptaron dos decisiones que se daban de tortas, a poco que se tuviera un poco de sentido lógico: por una parte, se obligó a todos los fieles, bajo pecado mortal, a celebrar todos los Domingos y fiestas de Guardar, la Eucaristía; y, al mismo tiempo se preceptuaba que los fieles comulgaran, por lo menos, una vez al año, de preferencia por “Pascua Florida”. Es decir, el Magisterio de la Iglesia obligaba a todos los fieles a asistir a un banquete todos los Domingos, que eso es la Eucaristía, pero no se providenciaban medidas para que ellos pudieran comer, es decir, comulgar, en esa comida. Y so dura hasta hoy. Pregunto: ¿Ese es el modelo de Magisterio de la Iglesia que pretenden algunos eclesiásticos que pase por encima de los mandatos evangélicos de Jesús? ¿Es posible que pretendan ser más decisivos que Jesús, quien ordenó, imperativamente, “Tomad, comed, bebed, haced esto en memoria mía”?
Mi conclusión no puede ser muy compasiva con estos cuatro cardenales, (Caffarra, Brandmüller, Burke y Meisner), que más que díscolos, merecen el apelativo de cansinos, infantilmente ridículos, y, probablemente, como ya indiqué en el artículo que cité, indignos de lucir el capelo cardenalicio, de asesores leales, fieles, humildes, y evangélicamente sabios, del Papa.

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