EL ESQUEMA DE LA INTOLERANCIA Y EL FANATISMO
El psiquiatra y estudioso de la mente Daniel Siegel, en uno de sus libros, cuenta un antiguo chiste judío, que bien puede servir de pórtico a las reflexiones que siguen. Cuando fue rescatado, un hombre que había estado veinte años viviendo en una isla desierta, preguntó a los rescatadores si les gustaría ver las estructuras que había construido. Les enseñó su modesto hogar en un pequeño valle, una biblioteca, un templo en lo alto de la colina, una zona para hacer ejercicio al pie de la misma, y otro templo cerca de la playa. Cuando los rescatadores le preguntaron por qué había construido dos templos siendo el único habitante de la isla, la respuesta fue inmediata: “¡Porque nunca sería miembro de otro templo!”[i].
El guión que rige cualquier actitud intolerante es sumamente simple: consciente o inconscientemente, divide a la humanidad en dos grupos que considera radicalmente enfrentados. De una parte, estaríamos “nosotros”, que nos hallamos en la verdad y somos merecedores de atención y cuidado, de respeto e incluso admiración; de la otra, se encontrarían “ellos”, quienes están forzosamente equivocados porque pertenecen a un grupo que no tiene arreglo.
Con frecuencia aparecen campañas en las que esta dinámica se muestra con total claridad. Nombraré solo dos hechos recientes que han producido un eco notable en la sociedad.
La asociación “Hazte Oír” sacaba a la calle un autobús en el que, bajo apariencia de “neutralidad” biológica –“los niños tienen pene, las niñas tienen vulva” –, transmitía un rechazo condenatorio a lo diferente, sin ser conscientes del dolor que tal rechazo provoca en personas transexuales. Como si todo aquello que atenta contra las propias creencias o posicionamientos fuera erróneo y hubiera que descalificarlo y eliminarlo. En el fondo, lo que late es muy simple: “puesto que «nosotros» estamos en la verdad, «ellos» están en el error”.
Por las mismas fechas, en un desafortunado e incluso torpe programa de EiTB (Euskal Irrati Telebista, la cadena de radiotelevisión pública vasca), se hablaba despectivamente de “los españoles” –a quienes se tachaba de “fachas”, “paletos”, “chonis” y “atrasados”, además de “mongolos” –, en contraposición con “nosotros” –los “privilegiados” miembros de un pueblo “superior” –. Bastaría un mínimo de distancia para observar, no solo que tales percepciones únicamente pueden nacer de una consciencia mítica (tribal), sino que, irónicamente, se proyecta –y, por tanto, se percibe– en los otros justamente aquello que se da –reprimido e inconsciente– en uno mismo. Siempre ha sido un recurso fácil el del “chivo expiatorio” para condenar fuera lo que no se quiere aceptar como propio. Una vez más, la misma dinámica: “ellos” frente a “nosotros”.
Por lo que se refiere al campo religioso, tendría que alertar el hecho de que cada grupo asume la convicción de que cree en la “verdad”, mientras que son solo todos los demás los que creen en supersticiones. De ese modo, lo que para una comunidad religiosa es una verdad incuestionable, para otra no pasa de ser una superstición insostenible. Hasta ahí llega el etnocentrismo mítico.
En un marco más amplio, resulta profundamente significativo que en muchas culturas se haya reservado el término “humanos” para referirse exclusivamente a los miembros del propio grupo o etnia. Los otros eran no-humanos o menos humanos, por lo que se justificaba de entrada cualquier acción que se pudiera emprender en su contra. La posible empatía quedaba de ese modo cortada de raíz.
A este propósito, el historiador israelí Yuval Noah Harari, en un libro sumamente interesante, escribe:
“La evolución ha convertido a Homo sapiens, como a otros animales sociales, en un ser xenófobo. Instintivamente, los sapiens dividen a la humanidad en dos partes: «nosotros» y «ellos». Nosotros somos personas como tú y yo, que compartimos idioma, religión y costumbres. Nosotros somos responsables los unos de los otros, pero no responsables de ellos. Siempre hemos sido distintos de ellos, no les debemos nada. No queremos ver a ninguno de ellos en nuestro territorio, y nos importa un comino lo que ocurra dentro de sus fronteras. Ellos apenas son humanos. En el lenguaje de los dinka del Sudán, «dinka» significa sencillamente «personas». Los que no son dinka no son personas. Los enemigos acérrimos de los dinka son los nuer. ¿Qué significa la palabra «nuer» en el idioma de los nuer? Significa «personas originales». A miles de kilómetros de los desiertos del Sudán, en las frías y heladas tierras de Alaska y el nordeste de Siberia, viven los yupik. ¿Qué significa «yupik» en el lenguaje de los yupik? Significa «personas originales»[ii].
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