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jueves, 22 de junio de 2017

NI MIEDO A HABLAR, NI MIEDO A MORIR

col sicre

El evangelio de este domingo es parte del segundo gran discurso que Mateo pone en boca de Jesús. Dirigido a los apóstoles, comienza con unas instrucciones sobre cómo deben anunciar el Reinado de Dios, insistiendo en el desinterés y la pobreza (Mt 10,5-15). No pueden imaginar que la predicación de este mensaje, o curar enfermos, sobre todo sin pedir nada a cambio, pueda provocarles calumnias y persecuciones. Sin embargo, repetir el mensaje de Jesús y vivir como él vivió provoca mucho malestar en ciertos ambientes. Por eso, les deja claro a los discípulos que van a ser muy perseguidos (10,16-25). Ante esto, corren dos peligros: el de callar, para no meterse en complicaciones; y el de dejarse arrastrar por el miedo a la muerte. La forma en que Jesús aborda este tema resulta de una frialdad pasmosa, usando tres argumentos muy distintos: 1) la muerte del cuerpo no tiene importancia alguna, lo importante es la muerte del alma; 2) todo lo que pueda ocurriros lo dispone Dios; 3) la actitud que adoptéis con respecto a mí la adoptaré yo con respecto a vosotros.
Mateo ha recogido en este breve fragmento frases pronunciadas por Jesús en distintos momentos de su vida. Por eso, pueden desconcertar un poco. En el primer caso, a quien deben temer los apóstoles es a Dios, el único que puede matar el alma. En el tercero, a quien deben temer es a Jesús, que podría negarlos ante el Padre del cielo. En cualquier caso, a quienes no deben temer es a los hombres, idea que se repite tres veces en estos pocos versículos.
Cuando se piensa en los recientes asesinatos de cristianos en Egipto, Siria y otros países, quienes vivimos en una sociedad tranquila y segura (por mucho que nos quejemos) podemos tener la impresión de que estas palabras son inhumanas, casi crueles. Sin embargo, es probable, incluso seguro, que a esos cristianos perseguidos les infundan enorme esperanza y energía para confesar su fe. Han preferido la muerte a renegar de Jesús; han preferido ponerse de su parte, salvar el alma antes que el cuerpo.
La primera lectura sirve de contraste (aunque es probable que quienes la eligieron no cayeran en la cuenta de este detalle). El destino de Jeremías, calumniado y perseguido por sus paisanos de Anatot y por las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén, recuerda lo que anuncia Jesús a sus discípulos. Pero hay una gran diferencia entre esta primera lectura y el evangelio. El profeta termina pidiendo a Dios que lo vengue de sus enemigos. Jesús nunca sugiere algo parecido a sus discípulos. Al contrario, morirá perdonando a quienes lo matan

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