Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
“Se acercó uno de los escribas que les había oído y, viendo que les había respondido muy bien, le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» Jesús le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos”. (Mc 12, 28-31)
Este es evangelio de la misa del día 8, jueves de la 9ª semana del tiempo ordinario. En el que aparece el principal mandamiento del orden comportamental, y cotidiano, del antiguo Testamento (AT). El que Jesús modificó dándole más hondura y exigencia por el de “amaos unos a otros como Yo os he amado”, como consta en diversos y múltiples pasajes del AT. Y la pregunta, entonces, es ¿cómo nos amó Él? Y la respuesta es clara y evidente: nos amó más que a sí mismo, porque dio la vida por todos. Es decir, dar la vida por el prójimo, un prójimo indefinido, sin que sea ni padre, ni madre, ni hermano, en el orden biológico, algo que muchas personas, las mayoría, podría hacer por instinto, sino, como digo, ofrecer la vida por una persona, en su calidad de eso, de persona, que se encuentra en un aprieto, y yo no veo otro medio de salvarla que dando la vida a cambio. Esto es, en verdad, realmente, el cristianismo.
Nos han informado los que lo conocían que Ignacio Echeverría, el “héroe del mono patín”, como lo llaman los ingleses, era un muchacho católico, creyente y practicante. EL Papa estuvo de acuerdo con la duda de una religiosa, que le espetó en una audiencia en la sala Pablo VI del Vaticano, “¡Santidad!, hoy día es muy difícil a un católico ser un buen cristiano”, a lo que Francisco respondió: ¿Y a mí me lo dices?”, dando a entender que él lo tenía muy experimentado. Algunos católicos no entenderán este aserto, y lo pueden considerar hasta como una “boutade”, una burda exageración. Pero no lo es. Un buen católico va a misa, practica los sacramentos, cumple los mandamientos de la Iglesia, etc. Pero conocemos a muchos que se comportan de esa manera, sin mácula, pero no se sorprenden ni disgustan de la desigualdad social, de la indefensión de los trabajadores, del abuso de los poderosos, de las mentiras de los políticos, de la hipocresía de grandes prelados de la Iglesia, de la pobreza infantil, de la desigualdad de oportunidades, y un largo etc.
Con estas líneas quiero reivindicar a los que como Ignacio, en los momentos difíciles, dramáticos, decisivos, se comportan, sin dudarlo, como cristianos, seguidores de Jesús de verdad que, sin tener en cuenta ni el color, ni la condición social, ni la importancia, ni la índole moral de una persona, sin conocerla de nada, se dispone a dar su vida por ella, como hizo el Señor. Por eso, teniendo en cuenta todo lo expuesto, solicito de la Conferencia Episcopal Española que , sin demora, inicie un trámite de beatificación-canonización exprés, sin necesidad de protocolos ni papeleos, para que este muchacho moderno, magnífico representante de una juventud que quiere construir una sociedad más justa y digna, sea elevado a la condición de santo reconocido por la Iglesia, y por la sociedad española, como un verdadero mártir del precepto evangélico del amor a los demás más que a sí mismos.
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