Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
No sé si no aprendo, o si es bueno que eso suceda, que no me quiera contaminar con tantos desmanes litúrgicos, con tanta pastoral irrespetuosa con la debida y sagrada libertad de los fieles. No se trata de que yo abogue por una Liturgia desbocada, libre de todo tipo de orientación, y a expensas de los caprichos del clero. Mi experiencia en Brasil fue muy rica, pedagógica y esclarecedora: allí era la comunidad la que, con mucho respeto y disciplina, pero, al mismo tiempo, con libertad creadora y con imaginación, ayudaba a los encargados de dirigir la vida litúrgica de las comunidades a realizar las adaptaciones, los cambios, y las soluciones que mejor se prestaban a la marcha de la comunidad. El resultado era una liturgia parroquial más participativa, más solidaria, y más profunda, acoplada a las necesidades, posibilidades y capacidades del pueblo de Dios en cada parcela de la comunidad eclesial.
No es esto lo que vivo en España, y ha sido éste el motivo de mis insatisfacción, de mi desasosiego, de mi inquietante tristeza en mi vida de pastor, y, sobre todo, en mi condición de liturgo, y de presidente de las celebraciones sacramentales que mi condición de presbítero me han ido deparando. Mi alegría y mi descanso es que, en general, una vez depurada la presencia de las personas más apegadas a los usos y costumbres tradicionales, en las diversas asambleas litúrgicas que se me han ido presentado y consolidando, lo que sufro en la escasez y pequeñez de mis asambleas, lo gano y disfruto en la calidad, pureza y simplicidad, acompañada de hondura, de nuestras celebraciones. De alguna manera, estas líneas son un desahogo y un grito tanto de atención como de socorro, de SOS que lanzo a quien, amorosamente, entre en contacto con mis inquietudes y preocupaciones a través de éstas líneas.
Todo esto viene a cuento por lo que vengo ahora mismo a contar: el fin de semana pasado, en una parroquia cercana a lamí, en nuestra vicaría IV, hubo una celebración que he calificado, en el título, de “vergüenza de celebración”. Diré por qué: se trataba de una especie de sacramento de la iniciación cristiana, en que hubo, además de ésta, bautizos de adultos, confirmaciones, y primeras comuniones. Mi informante es una amiga que fue madrina de Confirmación de una señora de mi parroquia, que, a sus cincuenta años, se ha ido preparando concienzudamente para recibir el sacramento de la Confirmación, para poder ser madrina de Bautismo de su nieta en Argamasilla de Alba. Mi informante es, además de firme y fiel practicante, una catequista de poscomunión, asistente hace años al curso de Biblia, miembro del Consejo de Pastoral parroquial, y colaboradora en cualquier iniciativa parroquial que esté al alcance de su colaboración.
Contaré los detalles de la celebración que sorprendieron, algunos, escandalizaron, otros, o causaron estupor. Haré un recorrido breve y sencillo:
El Hecho: Se pidió a los diversos sujetos que recibieron uno, o más sacramentos, que, en la Consagración, anunciada con firme repicar de campanilla, se pusieran de rodillas. Comentario crítico: hay que respetar al que desee mantenerse en esa postura durante la Consagración. Pero, ni es más respetuoso o devoto, que la postura de pie, ni nadie posee el poder para solicitar autoritariamente a los demás que usen esa postura corporal. Lo especialista en Liturgia recuerdan que no hay un solo momento, en la celebración eucarística, que la naturaleza de ésta ni imponga, ni indique, ni aconseje, el arrodillarse. La Eucaristía es para comer, no para adorar.
La comunión en la mano, ni está preceptuada, ni se puede imponer, a no ser que la persona, “motu propio”, sin indicación previa ni condicionamiento, así quiera recibir la Comunión. Y, desde luego, si queremos recordar la celebración de la Pascua judía, los israelitas no contemplaron nunca, jamás, que nadie les diese de comer en la boca, como si fueran bebés. Habrá que recordar pues, a algunos clérigos, que la comida en la boca solo la reciben, en lógica sensata, los bebés y los mayores impedidos.
Recibir el Santo Crisma en la mano: por lo visto el celebrante tenía reparo en ungir a las mujeres en el pecho, algo que se puede realizar, evidentemente, sin ningún incómodo ni apuro en la parte alta del tórax de la mujer, que no quiere decir, de ninguna manera, entre los pechos. No se puede no solo tener, sino parecer que se tiene, un corte en el terreno sensorial y corporal, por el hecho de tocar el cuerpo de la mujer. ¿Daríamos un sentido “sexual” al mismo gesto tocando un hombre el tórax de otro hombre, habría el mas mínimo motivo para un interpretación de ese tipo?
Diré sinceramente mi opinión: se trata, evidentemente, de una celebración pre-conciliar, que a personas acostumbradas a una Liturgia más normal, sensata, lógica, del Pueblo de Dios para el Pueblo de Dios, le puede extrañar, confundir y retrotraer a épocas felizmente pretéritas y dejadas de lado, a base de muchos esfuerzos, explicaciones, y conquistas de sentido común, y de respeto a la verdadera, y primera, Tradición. ¿Alguien imaginaría a Jesús con algunos de esos gestos en la Última Cena, o a los primeros cristianos con esa puesta en escena acartonada y pusilánime?
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