Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
El cardenal norteamericano Raymond Leo Burke es un especialista en provocar la legendaria paciencia de Francisco, y a fe que ambos están cumpliendo con su fama de manera notable. Burke no para con sus provocaciones, y el Papa no explota sino con pequeños episodios casi folklóricos, como al enviar al cardenal rebelde a resolver una cuestión canónica matrimonial a una isla perdida, del Pacífico, Guam, y tenerlo ocupado en eso unos meses. Su misión, investigar a los testigos de la denuncia que pesa sobre el arzobispo Anthony S. Apuron, de 71 años, y al que tres antiguos monaguillos acusan de abusos sexuales cuando eran pequeños acólitos.
Éste sería el segundo destierro de Burke, porque ya fue defenestrado del alto puesto de prefecto de la Signatura Apostólica, algo así como presidente del ´tribunal Supremo de la Iglesia, para ser nombrado patrono de la Orden de Malta, en cuyo puesto organizó también algún desorden, que provocó la intervención del Papa, y la destitución del purpurado de ese cargo, que, aunque simbólico, le ofrecía un campo de cierta autonomía, sobre todo para conspirar y enredar, aprovechando cargos subalternos, a los que empujó a una casi rebelión contra la autoridad papal, inherente a esa orden medieval y, en los días de hoy, perfectamente dispensable. Y esta última solución es la que muchos se temieron que encontrara el Papa, asqueado con intrigas de medio pelo, sin ninguna grandeza, ni siquiera en la posible mala idea que podían animar a sus promotores,.
Pero los cardenales no son como el común de los mortales, que generalmente somos unos pobres diablos, y no solemos tener dos duros, o, unos pocos más, que nos permitan viajar con frecuencia. No así los cardenales, que tienen o bula, o suficiente dinero para viajar por los cielos del mundo con sorprendente facilidad. La isla de Guam está a unos 12.000 Kms de Roma, pero el cardenal Raymond Leo se las ha arreglado para viajar a Fátima, desde Roma, con un grupo de fieles e incondicionales amigos, coincidiendo con el viaje del Papa. Al que ha hecho varios feos. El último fue el pasado día 13 de mayo en Fátima, donde estuvo el purpurado, pero no participó en la magna concelebración que presidió Francisco en la misa de la canonización de los dos pastorcillos, según cuenta Antonio Marujo, en “Expreso”. Simplemente acudió a la celebración mezclado entre ese grupo de norteamericanos con los que había viajado, mientras el Papa concelebraba con 8 cardenales, 71 obispos, y más de 2.000 presbíteros. (A mí me parece excesiva esa magnificencia, pero ahora no estamos tratando de eso, sino de los pocos feos que Burke ahorra al buen Francisco).
Pero no acabaron ahí los malos modos del famoso y belicoso cardenal. El domingo día 14, en cambio, cuando el Papa ya había viajado de vuelta a Roma, el purpurado americano se presentó, esta vez, sí, en el altar del santuario, para participar en la concelebración eucarística, presidida por el obispo de Leiria-Fátima, Antonio Marto. Y otra vez el zafio (prefiero llamarlo así, antes que mal intencionado) prelado de la Curia Vaticana, cardenal Burke, recordando usos y costumbres anteriores al Vaticano II, casi medievales, se puso a rezar el rosario mientras el obispo de Leiría desarrollaba la homilía, en una grave e imperdonable falta de respeto, rayando en grosería, contra la Palabra de Dios, proclamada en la homilía, y el propio señor obispo de Fátima. Tanto es así, y no exagero, que hasta un “colega” clérigo, el obispo de Braganza, monseñor Cordeiro, presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia de Portugal, ante el disgusto de numerosos obispos y presbíteros presentes en esa misa de acción de gracias, tuvo la valentía, poco frecuente en medios clericales, de formular una crítica pública ante la actitud del cardenal americano, que, dice, “atenta contra el criterio de la participación activa, consciente y fructuosa en la Eucaristía”, según recomienda la Sacrossactum Concilium del Vaticano II, que es la vigente constitución de la Iglesia sobre liturgia. Algo que, por lo visto y comprobado ya demasiadas veces, parece importar muy poco al cardenal Burke.
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