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viernes, 31 de marzo de 2017

LAS MIL PEDRADAS DEL INQUISIDOR KRZYSZTOF CHARAMSA

col delgado

Un Inquisidor del Santo Oficio, de la Congregación para la Doctrina de la Fe (el lugar más selecto de la Iglesia) abandona el sacerdocio y la congregación, y publica un libro en donde revela los secretos del "martillo de herejes" de La Iglesia. Esto supone un auténtico regalo del cielo para cualquier investigador de la fe y de la religión.
Leyendo el libro La Primera Piedra del ex sacerdote, teólogo y ex miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Krzysztof Charamsa; lo primero que hay que decir es que nadie necesita justificar su condición sexual, ni tan siquiera está obligado a manifestarla. En la cuarta línea de su libro se afirma como gay. Es una manera de condicionar la lectura e incluso el juicio, pero él quiere hacerlo así y está en su derecho. No son muchos los sacerdotes y teólogos escogidos para integrar la Congregación de Ratzinger, al que admiraba y en la que deseaba estar.
En un proceso de exculpación "naif e ingenuo" por emplear sus propias palabras y quizá no necesario, porque la orientación sexual no necesita ser justificada, se tiende a señalar hacia los que le rodean cuando uno cree ser descubierto en algo. Así afirma, con exageración indemostrable, que la mitad de la Curia Romana y del clero católico es homosexual. En el caso de que así fuese, no supondría menoscabo alguno, como tampoco lo es la heterosexualidad o el lesbianismo. Lo único que exige la Iglesia Católica es la obligación del celibato, y tampoco con demasiado celo por lo que cuenta el teólogo de la Doctrina de la Fe, quién escribe que un cardenal curial afirma "ser un padre feliz".
Fue expulsado de la Congregación, pero por presentar a su novio formalmente al Prefecto, algo que también hubiese ocurrido presentando una novia al Papa. Lo que la Santa Iglesia no acepta es la ruptura pública de la obligación del celibato. No es así en la tradición ortodoxa, en la que el sacerdote puede casarse.
El segundo paso es hacer retraer la condición sexual, homosexual en este caso, hasta los tiempos remotos, como posible justificación, tampoco necesaria. Como él mismo reconoce, la relación sexual entre hombres en el pasado, como Grecia o Persia, no era considerada como homosexualidad. En cualquier caso, Krzysztof Charamsa ofrece dos regalos teológicos. El de la 2ª de Corintios 12, 7; y la alusión de Pablo: "se me dio una espina en mi carne, emisario de Satanás, para que me apuñee". Es una cita muy oscura de imposible interpretación. Aluda a lo que aluda, no hace desmerecer la obra teológica y fundadora de Saulo de Tarso, pero tampoco le añade un valor posterior.
La lectura en clave homosexual del episodio narrado por Lucas 7, 1-10, resulta sorprendente, algo que inimaginable, pues se trata de la frase más célebre de la Liturgia Católica: "No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme". En estos párrafos y en su desarrollo, Charamsa muestra de dónde procede. Están a gran altura. El libro es denso y más allá de las anécdotas, parece enviar mensajes cifrados y también abiertos a la Curia Vaticana. ¿Existe un lobby gay en el Vaticano, como afirmara Ratzinger?, ¿Hay una dictadura hetero y homofóbica, como expone Charamsa? ¿Justifica una afirmación la otra?
Sin embargo, la fuerza de su testimonio, valiente y honesto, se diluye en una diatriba ingenua contra La Iglesia, a la que lapida. Esto ya lo hizo Martín Lutero en 1517, en sus insuperables 95 Tesis contra Roma. El enfrentamiento de Lutero provocó la reforma protestante y la mayor fractura conocida del mundo católico. Charamsa invita a que el clero homosexual, que calcula en la mitad, abandone el sacerdocio para dejar así las iglesias vacías, lo que forzaría a la aceptación de la condición homosexual en el sacerdocio.
Hay una frase, realmente buena, para alguien que ha tenido en sus manos la salvaguarda de la fe, cuando al describir su primera ruptura del celibato con otro sacerdote, dice de él: "Sus prejuicios le impedían disfrutar del momento de su pecado mortal". Disfrutar del pecado mortal, una antítesis excelsa.
A estas alturas, si alguien conoce mejor que cualquiera la carnal condición humana, es la propia Iglesia, cuyos ministros han cometido todos los pecados del catálogo. Si alguien no se asusta de nada, es también ella. Sentirse pues engañado resulta una afirmación sorprendente, para quien procede de su parte más exigente y elevada, la de la Doctrina de la Fe. En su sentido más amplio, y también en el más ceñido: la Iglesia no engaña a nadie. En algunas partes su libro destila verdadero odio a La Iglesia.
La iglesia no necesita quien la defienda, ni quien la ataque. Cinco siglos después, no se puede decir sobre ella una barbaridad superior a cualquiera de las que dijo Lutero. Escribo esto, porque el ex inquisidor y teólogo sigue refiriéndose a ella como "mi iglesia, mi Dios o mi Jesucristo". Es tan simple como que no tiene nada que ver la fe, la creencia, o el sentimiento de pertenencia a la iglesia, con la condición sexual y la bondad de la persona.
Tan buen sacerdote puede ser un hetero como un gay (uso el término utilizado por Charamsa) incluso como podría serlo una mujer, que son las negadas en la Iglesia de Cristo, salvo en aspectos secundarios. En algún momento del libro alude a la especial sensibilidad para lo espiritual de los homosexuales, aunque luego rebaja la afirmación y afirma no estar de acuerdo con ella.
¿Se puede cambiar a la Iglesia? Sería antes necesario hacerlo con la sociedad patriarcal y su ideología machista, que oprime tanto a los hombres, como a las mujeres, pero sobre todo a estas últimas. La sociedad patriarcal no acepta disidencias entre sus filas. La ideología feminista se les escapó y por eso la combaten duramente. Aun así creo que la persecución contra la homosexualidad ha sido más dura en países de tradición protestante (Inglaterra, Alemania o Estados Unidos), como también lo fue la Inquisición en ellos. Calvino y Lutero fueron infinitamente más intolerantes que la Iglesia de Roma.
Krzysztof Chaamnsa, 12 años en la Doctrina de la Fe, profesor de la Gregoriana de Roma, sacerdote, pide "la ilegalización" de la Congregación a la que perteneció. ¿Puede ser homofóbica una Iglesia que tiene a la mitad de sus integrantes como homosexuales ocultos?, según sus apreciaciones. Hay homófobos, pero sobre todo misóginos, pero no solo en la Iglesia, sino en cualquier lugar. Es el caldo de cultivo del Patriarcado.
Que la Congregación para la Doctrina de la Fe no debate sobre la prueba indubitable de la resurrección de Cristo, o sobre la aparición del enésimo y definitivo 5º evangelio, es algo que conoce todo el orbe, pero deben tener un trabajo más serio que dictaminar si un médico surafricano puede masturbarse para una prueba de fertilidad, como escribe Chraramsa
El ex inquisidor resulta a veces demasiado disperso, pretende sacar categorías de las anécdotas, pero posee una formación sólida y apunta muy alto. Su confesión de que las afirmaciones doctrinales del Papa Francisco hacen temblar hasta las vigas del Santo Oficio, dibujan una lucha feroz en el seno de La Iglesia. Su calificación de Benedicto XVI como feroz homófobo a la vez que se refiere a su pontificado como el más gay de la historia, no se corresponde con la admiración que despertaba en él. En lo que lleva razón es en que no se puede odiar a nadie por su condición sexual, pero esto lo sabemos hace mucho.

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