Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
Dicen que la Iglesia no se debe de meter en Política. Pero resulta
imposible que una institución tan grande, en todos los sentidos, como la
Comunidad Eclesial se desinterese de la vida y el desarrollo de la
Polis, que es, en esencia, la tarea política. Sin olvidar que Polis, más
que los edificios y organismos que forman la ciudad, la conforman los
ciudadanos. Es decir, no meterse en Política significa, realmente,
desinteresarse de los ciudadanos, dejarlos al albur de los profesionales
de la cosa pública, “res publica”, de ahí, República. La Iglesia no se
mete en política para cuidar de los ciudadanos, como tales, sino de sus
fieles, que lo son además de ciudadanos, y mas allá de esa
consideración.
Pero voy a ir concretando: al decir Iglesia, nos referimos, y sobre
todo, los medios de comunicación se refieren, a la Jerarquía de la
Iglesia, o, alargando el campo, a los clérigos como dirigentes,
coordinadores, -pastores, los llama el Nuevo Testamento y la tradición-
de todo el cuerpo eclesial. Y una de las tareas primordiales de los
pastores es cuidar, defender, y alimentar a sus ovejas, conduciéndolas a
parajes donde los pastos sean abundantes, sanos, y no estén
envenenados. Así que podemos gritar con el profeta, “¡Ay de los pastores
que no cuidan y defienden a sus ovejas!”. Tenemos multitud de textos en
el Antiguo Testamento, (AT), que describen la especial dedicación, el
especialísimo cuidado que los pastores tienen por las ovejas, cansadas,
enfermas, desvalidas, embarazadas, o por los corderillos que van
perdiendo la fuerza por los caminos. Es decir, la Sagrada Escritura
muestra, de manera explícita e inequívoca, lo que en tiempos modernos se
ha dado en denominar como la “opción preferencial por los pobres”, por
los más desvalidos e indefensos, por los que la sociedad va poniendo,
día a día, ante nuestros ojos, en riesgo de exclusión.
La Iglesia no puede tolerar, sin protestar, sin alzar su voz, la
injusticia, el desprecio de un porcentaje cada vez más alto de personas
empujadas a una situación que significa, realmente, un riesgo de
exclusión. En España este porcentaje ronda, peligrosamente, el 25% de la
Población. Como tampoco puede callarse ante la corrupción política,
que, como proclama el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en
su número 18 : “compromete el correcto funcionamiento del Estado,
influyendo negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados;
introduce una creciente desconfianza respecto a las instituciones
públicas, causando un progresivo menosprecio de los ciudadanos por la
política y sus representantes, con el consiguiente debilitamiento de las
instituciones».
La Jerarquía de la Iglesia española se ha metido en política,
especialmente para influir en los procesos legislativos, siempre que ha
encontrado, o le ha parecido encontrar, motivos que significaran algún
grave quebranto para su moral oficial. El caso es descubrir si la moral
de los obispos es, o no, o muy, o muy poco, parecida, a la del
Evangelio. Y no solo ha protestado, sino que lo ha hecho en la calle,
como ahora afea el partido en el poder, el PP, a otro partido, Podemos,
el que lo haga, aunque solo sea una estrategia con la que cuenta. Los
señores obispos salieron a la calle contra la primera, y necesarísima,
ley del divorcio, contra la de despenalización del Aborto, contra la
tentativa de la asignatura “Educación para la Ciudadanía”, contra la ley
de igualdad, contra la ideología de Género, contra el matrimonio
homosexual, y otras muchas leyes que contradecían, según ellos, la moral
oficial del Magisterio de la Iglesia. Lo verdaderamente curioso es que
el Evangelio no dice nada de esos temas.
Así que a muchos fieles nos sorprende, y hasta puede llegar a
escandalizarnos, que temas que se mencionan, ¡y cómo!, en el Evangelio, y
en la Sagrada Escritura, los obispos no se hayan pronunciado, y hayan
dejado que sus fieles se fueran hundiendo en la miseria, con leyes no
solo injustas, sino nada provechosas para la mayoría de la población.
Así hemos contemplado sobrecogidos el clamoroso silencio episcopal ante
la inicua ley de la “Reforma laboral”, que hace posible, además de los
despidos baratísimos, muy buenos para la Economía de mercado, es decir,
para los poderosos empresarios y grandes multinacionales, par la prima
de riesgo y esas zarandajas interesantísimas para la mayoría de nuestros
trabajadores, que hace posible, digo, una lectura estadística inicua,
aumentando el índice que empleados, es decir, rebajando el índice de
desempleo, con trabajadores contratados para una semana, -evento que
ostenta un buen porcentaje en la estadística- o etiquetados como
empleados con unas pocas horas. Nos encantaría a los
católicos-cristianos que nuestros pastores denunciasen proféticamente
estos abusos.
Hace tiempo que no oímos, o leemos, en los medios de comunicación, la
expresión “alarma social”, a pesar de que ante nuestros ojos se están
produciendo actuaciones que si no son muestras evidentes de abuso de
poder, y de ejercicio muy poco, o nada, democrático del mismo, muestran
suficientes indicios para poder ser así catalogados. En los últimos
días, el ministro de Justicia, el fiscal general, el presidente de la
región de Murcia, los fallos del tribunal de Mallorca, la desfachatez
con la que el PP trata a Ciudadanos, y la exhibición de actuaciones que
pueden ser catalogadas de todo, menos de modélicas en la esencial
igualdad de trato que se merecen todos los ciudadanos, podrían hacer que
nuestros obispos, por fin, elevasen la voz ante la auténtica y nada
exagerada situación de alarma social. Vamos a terminar por dar toda la
razón al columnista gráfico de El País , “El Roto”, que firmó hace unos
días el siguiente pensamiento: “todos somos iguales ante la ley; … ante
las sentencias, ¡NO!”.
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