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viernes, 3 de marzo de 2017

La “moral” de los obispos

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Dicen que la Iglesia no se debe de meter en Política. Pero resulta imposible que una institución tan grande, en todos los sentidos, como la Comunidad Eclesial se desinterese de la vida y el desarrollo de la Polis, que es, en esencia, la tarea política. Sin olvidar que Polis, más que los edificios y organismos que forman la ciudad, la conforman los ciudadanos. Es decir, no meterse en Política significa, realmente, desinteresarse de los ciudadanos, dejarlos al albur de los profesionales de la cosa pública, “res publica”, de ahí, República. La Iglesia no se mete en política para cuidar de los ciudadanos, como tales, sino de sus fieles, que lo son además de ciudadanos, y mas allá de esa consideración.

Pero voy a ir concretando: al decir Iglesia, nos referimos, y sobre todo, los medios de comunicación se refieren, a la Jerarquía de la Iglesia, o, alargando el campo, a los clérigos como dirigentes, coordinadores, -pastores, los llama el Nuevo Testamento y la tradición- de todo el cuerpo eclesial. Y una de las tareas primordiales de los pastores es cuidar, defender, y alimentar a sus ovejas, conduciéndolas a parajes donde los pastos sean abundantes, sanos, y no estén envenenados. Así que podemos gritar con el profeta, “¡Ay de los pastores que no cuidan y defienden a sus ovejas!”. Tenemos multitud de textos en el Antiguo Testamento, (AT), que describen la especial dedicación, el especialísimo cuidado que los pastores tienen por las ovejas, cansadas, enfermas, desvalidas, embarazadas, o por los corderillos que van perdiendo la fuerza por los caminos. Es decir, la Sagrada Escritura muestra, de manera explícita e inequívoca, lo que en tiempos modernos se ha dado en denominar como la “opción preferencial por los pobres”, por los más desvalidos e indefensos, por los que la sociedad va poniendo, día a día, ante nuestros ojos, en riesgo de exclusión.
La Iglesia no puede tolerar, sin protestar, sin alzar su voz, la injusticia, el desprecio de un porcentaje cada vez más alto de personas empujadas a una situación que significa, realmente, un riesgo de exclusión. En España este porcentaje ronda, peligrosamente, el 25% de la Población. Como tampoco puede callarse ante la corrupción política, que, como proclama el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en su número 18 : “compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados; introduce una creciente desconfianza respecto a las instituciones públicas, causando un progresivo menosprecio de los ciudadanos por la política y sus representantes, con el consiguiente debilitamiento de las instituciones».
La Jerarquía de la Iglesia española se ha metido en política, especialmente para influir en los procesos legislativos, siempre que ha encontrado, o le ha parecido encontrar, motivos que significaran algún grave quebranto para su moral oficial. El caso es descubrir si la moral de los obispos es, o no, o muy, o muy poco, parecida, a la del Evangelio. Y no solo ha protestado, sino que lo ha hecho en la calle, como ahora afea el partido en el poder, el PP, a otro partido, Podemos, el que lo haga, aunque solo sea una estrategia con la que cuenta. Los señores obispos salieron a la calle contra la primera, y necesarísima, ley del divorcio, contra la de despenalización del Aborto, contra la tentativa de la asignatura “Educación para la Ciudadanía”, contra la ley de igualdad, contra la ideología de Género, contra el matrimonio homosexual, y otras muchas leyes que contradecían, según ellos, la moral oficial del Magisterio de la Iglesia. Lo verdaderamente curioso es que el Evangelio no dice nada de esos temas.
Así que a muchos fieles nos sorprende, y hasta puede llegar a escandalizarnos, que temas que se mencionan, ¡y cómo!, en el Evangelio, y en la Sagrada Escritura, los obispos no se hayan pronunciado, y hayan dejado que sus fieles se fueran hundiendo en la miseria, con leyes no solo injustas, sino nada provechosas para la mayoría de la población. Así hemos contemplado sobrecogidos el clamoroso silencio episcopal ante la inicua ley de la “Reforma laboral”, que hace posible, además de los despidos baratísimos, muy buenos para la Economía de mercado, es decir, para los poderosos empresarios y grandes multinacionales, par la prima de riesgo y esas zarandajas interesantísimas para la mayoría de nuestros trabajadores, que hace posible, digo, una lectura estadística inicua, aumentando el índice que empleados, es decir, rebajando el índice de desempleo, con trabajadores contratados para una semana, -evento que ostenta un buen porcentaje en la estadística- o etiquetados como empleados con unas pocas horas. Nos encantaría a los católicos-cristianos que nuestros pastores denunciasen proféticamente estos abusos.

Hace tiempo que no oímos, o leemos, en los medios de comunicación, la expresión “alarma social”, a pesar de que ante nuestros ojos se están produciendo actuaciones que si no son muestras evidentes de abuso de poder, y de ejercicio muy poco, o nada, democrático del mismo, muestran suficientes indicios para poder ser así catalogados. En los últimos días, el ministro de Justicia, el fiscal general, el presidente de la región de Murcia, los fallos del tribunal de Mallorca, la desfachatez con la que el PP trata a Ciudadanos, y la exhibición de actuaciones que pueden ser catalogadas de todo, menos de modélicas en la esencial igualdad de trato que se merecen todos los ciudadanos, podrían hacer que nuestros obispos, por fin, elevasen la voz ante la auténtica y nada exagerada situación de alarma social. Vamos a terminar por dar toda la razón al columnista gráfico de El País , “El Roto”, que firmó hace unos días el siguiente pensamiento: “todos somos iguales ante la ley; … ante las sentencias, ¡NO!”.

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