Me parece muy positivo el interés creciente por el mundo de los sentimientos porque, solo favoreciendo una relación consciente y ajustada con ellos, es posible la integración de la persona. Por el contrario, lejos de ellos –encerrados en el hemisferio izquierdo–, nos encontramos a distancia de nosotros mismos y de la vida, y confundidos con ellos –reducidos al hemisferio derecho–, caemos en la inconsciencia, el autoengaño y el sufrimiento crónico e inútil.
En el primer caso, somos víctimas de la rigidez; en el segundo, del caos. Y como bien explica el psiquiatra y neurocientífico Daniel Siegel, la armonía psicológica discurre como “un río de integración entre las orillas del caos y de la rigidez” [1].
Afortunadamente, la “educación emocional” va adquiriendo un relieve cada vez mayor en los distintos actores que trabajan en el mundo de la educación. Empieza a ser un lugar común afirmar que el cuidado exclusivo o preponderante de la llamada “inteligencia operativa” no garantiza la salud psicológica de la persona. Es necesaria una atención expresa y operativa al mundo de los sentimientos y emociones si queremos que niños y jóvenes crezcan en unificación psicológica: serenidad, autonomía, benevolencia, alegría, amor, solidaridad…
En estas entregas, intentaré plantear un “marco” de referencias que permitan clarificar el lugar de los sentimientos en el conjunto de nuestra persona, y orientarnos en nuestro hacer con ellos.
Sensación, sentimiento, emoción
Para empezar, una constatación elemental: estamos sintiendo constantemente…, aunque no nos enteremos, no seamos capaces de nombrar lo que sentimos, o nos hallemos “encerrados” en los vericuetos de nuestra mente. Incluso totalmente alejados de ellas, lo cierto es que somos seres habitados de sensaciones incesantes; y no puede ser de otro modo, porque vivir es sentir.
Entendemos por sensación todo mensaje corporal: desde el contacto de los pies con el suelo hasta la percepción de la temperatura que hace en este momento en nuestra habitación; desde el calor de las manos que se entrecruzan hasta el dolor de muelas que no logramos calmar. Somos, permanentemente, un mar de sensaciones inagotables. Pero solemos vivirnos tan distantes de ellas, sobre todo de las más tenues y profundas, que no es extraño que, ante la pregunta: ¿qué estás sintiendo?, muchas personas no sepan qué responder.
Algunas de esas sensaciones corporales conllevan una alteración anímica, afectan a nuestro estado de ánimo, es decir, tienen un contenido psicológico: son los sentimientos. Por lo que, aunque todo sentimiento es una sensación –un mensaje corporal–, no toda sensación es sentimiento.
Cuando, finalmente, algunos sentimientos aparecen “cargados” con una intensidad especial, hablamos de emociones. La emoción denota un “plus” añadido, que toma a toda la persona, y que solo puede evacuarse a través del propio cuerpo –no olvidemos que la emoción es también una sensación corporal–, en forma de llanto, grito, golpe, movimiento… Por eso, una vez evacuada, lo que queda es el sentimiento de base.
Enrique Martínez Lozano
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[1] Daniel J. SIEGEL es autor de libros sumamente interesantes, entre los que cabe destacar los siguientes: Mindsight. La nueva ciencia de la transformación personal, Paidós, Barcelona 2011; El cerebro del niño, Alba, Barcelona 2012; Tormenta cerebral. El poder y el propósito del cerebro adolescente, Alba, Barcelona 2014; Viaje al centro de la mente, Paidós, Barcelona 2017.
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