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miércoles, 8 de febrero de 2017

Paliar el hambre y la indignidad no es “una ocurrencia”

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Ha sido una afirmación del partido Ciudadanos con motivo de la propuesta de una renta mínima de 426 euros para personas sin recursos, de los restantes partido de la oposición. Se alineó con el PP con el peregrino argumento de “no hacer políticas públicas basadas en ocurrencias”. Si lo que quieren asegurar es que no hay que improvisar soluciones urgentes, sino que es preferible ir hasta el fondo de la cuestión, y atacar los problemas en profundidad, podían haber escogido otro tema y otra ocasión. En casos de máxima urgencia, cuando la vida depende de la inmediatez de una intervención quirúrgica, no pueden los médicos esperar unos meses a estudiar el caso y conseguir soluciones duraderas y estables para el problema. El hambre, la falta de recursos, la situación de postración psicológica, y el sentimiento de indignidad y de falta de la más mínima autoestima, derivado de la total falta de recursos económicos, exige una cirugía inmediata, urgente y resolutiva. Después, intentaremos entre toda la sociedad, políticos, economistas y ciudadanos honrados, resolver definitivamente el problema, o enfocarlo de manera positiva y sostenible.

Entre los políticos de Ciudadanos, que apoyan el argumento de falta de dinero del PP, y entre los miembros de este partido y su familiares más cercanos, no debe de haber nadie que se encuentre en la situación de carencia de todo tipo de recurso económico. Si no, sería muy improbable que usaran ambos argumentos: la falta de dinero, o la descalificación de que esa solución de urgencia es una “ocurrencia”. Dejar sin recursos, así, ¡a ver qué pasa!, a más de dos millones y cuatrocientos mil ciudadanos, (2.400.000) debería ser declarado un acto de exterminio. Y si no lo llega a ser es porque la gente se espabila, y recurre a la propia inventiva, y a la ayuda solidaria de amigos y parientes. Y aquí entraría la economía sumergida, que sería incentivada y obligada por la propia injusticia del trato del Estado. Es decir, éste dejaría en manos de la ciudadanía una sagrada y primera obligación que le corresponde por su propia esencia y constitución: el defender la integridad física, anímica y psicológica de sus conciudadanos.
No se puede mentir tan descaradamente. Claro que hay dinero, otra cosa es que, despiadada y cínicamente, no se quiera repartir, no ya en igualdad, sino de manera proporcionada, aunque esta ordenación sea leve, de tal manera que no destruya la pirámide social sino en términos asumibles para los privilegiados. ¿No hay dinero, cuando alguien, como un consejero de las compañías eléctricas, recién elevado a ese cargo, sin muchos trienios ni antigüedad que exhibir, gana 170.000 euros anuales? Dejando ese macro sueldo, escandaloso e injusto, en ¡solo 100.000!, ya daría para pagar 164 meses, es decir, más de 11 años a 14 pagas mensuales. Hagan el mismo cálculo entre aquellos que ganan más de 70.000 euros al años, que significa una paga de 5.000 euros mensuales, ¡que ya está bien!, dejando lo que sobre para incrementar las retribuciones más bajas, como el sueldo mínimo del que hablamos, y así con tantos y tantos que ganan más que eso, y el resultado será un buen ejercicio de justicia distributiva.
Porque esto debe de quedar bien claro: la riqueza de un país no se puede repartir con desigualdades astronómicas, como las que, cada vez más, se dan en España. Solo repartiendo equitativamente, pero no con tan injusta, escandalosa y desproporcionada desigualdad, es como llegará el dinero para que nadie, nadie, ni mil, ni cien mil, ni un millón, ni varios millones, -si ahora son 2.4000.000, y seguimos con parecida desproporción, en poco tiempo habrá una masa incontable de miserables-, se quede sin recibir, por lo menos, lo necesario para una vida digna y respetable. Lo contrario será un caldo de cultivo para grandes males, que no demorarán mucho en llegar.
Y, a todo esto, ¿Dónde están nuestros obispos, dónde la Conferencia Episcopal Española (CEE), dónde la Comisión Permanente, que puede reunirse y pronunciarse con más celeridad? Si la Iglesia española de hoy no hace como Jesús, que se preocupaba de las necesidades humanas, todas, del cuerpo y del espíritu, que defendía a los más pobres y excluidos, que daba la cara por publicanos, samaritanos, prostitutas, gente impura, etc.,y no denuncia, con la autoridad que todavía le concede la sociedad, la terrible injusticia contra los más pobres, desvalidos y excluidos, como hacen Francisco, o monseñor Santiago Agrelo, o Pedro Casaldáliga, y tantos obispos, curas, misioneros y catequistas de todo el mundo, nuestra Iglesia irá perdiendo credibilidad, y la brecha que hay hoy día entre los jóvenes, los universitarios, la gente de la cultura y del arte, y las clases populares, y la Iglesia, se agravará, hasta hacer muy difícil su restauración.

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