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miércoles, 8 de febrero de 2017

El destino de Eike Batista nos hace pensar

Leonardo Boff


Leonardo Boff2No podemos juzgar a las personas, pues el juicio le corresponde solo a Dios, pero podemos juzgar sus comportamientos porque son realidades objetivas que pueden encontrarse en otras personas y en otras culturas.
Parece evidente que el comportamiento de Eike Batista se revestía de no poca arrogancia hasta el punto de pretender convertirse en la persona más rica del mundo. Llegó a estar entre los diez más opulentos del planeta. Para eso abrió innumerables frentes de enriquecimiento, colocando en ellos la sigla de su nombre con una X, que significaba la multiplicación: EBX. Pero el comportamiento arrogante hizo fracasar gran parte de sus empresas y lo arruinó como empresario. Finalmente, acabó preso acusado de corrupción, fraudes y lavado de dinero.



Para ilustrar este tipo de comportamiento y las consecuencias sombrías que puede traer me viene a la memoria una fábula de la cultura alemana (Eike tenía también nacionalidad alemana), transmitida por Philipp Otto Runge, un modesto pintor del siglo XIX.
Trata de lo que le sucedió a un matrimonio pobre de pescadores que perdió el sentido de la medida y de los límites. Traduzco del alemán gótico:
Cierto matrimonio vivía en una choza miserable junto a un lago. Todos los días la mujer iba a pescar para comer con su marido. Un día sacó con su anzuelo un pez muy raro que no supo identificar. El pez le dijo: «no me mates, que no soy un pez cualquiera; soy un príncipe encantado, condenado a vivir en este lago; déjame vivir». Y ella lo dejó vivir.

Al llegar a casa, le contó lo ocurrido a su marido. Éste, muy astuto, le sugirió: si realmente es un príncipe encantado puede ayudarnos y mucho. Corre, vuelve allí y prueba a pedirle que transforme nuestra choza en un castillo. La mujer, rezongando, fue. Llamó a voces al pez. El pez vino y le dijo: «¿qué quieres de mí?» Ella le respondió: «tú debes ser poderoso, ¿podrías transformar mi choza en un castillo?». «Tu deseo será cumplido», respondió el pez.
Cuando volvió a casa, se encontró con un imponente castillo, con torres y jardines, y al marido vestido de príncipe. Al cabo de unos días, señalando hacia los campos verdes y las montañas, el marido dijo a la mujer: «Todo esto puede ser nuestro reino; vete al príncipe encantado y pídele que nos dé un reino». La mujer se enojó por el deseo exagerado del marido, pero acabó yendo. Llamó al pez encantado y éste vino. «¿Qué quieres de mí ahora?», le preguntó el pez. A lo que la pescadora respondió: «me gustaría tener un reino con tierras y montañas hasta donde se pierde la vista. «Tu deseo será cumplido», respondió el pez.
Y, al volver a su casa, encontró un castillo todavía mayor. Y dentro de él a su marido vestido de rey, con una corona en la cabeza, y rodeado de príncipes y princesas… Y los dos disfrutaron durante un buen tiempo de todos los bienes que los reyes suelen disfrutar.
Pero un día el marido soñó con algo más alto, y dijo: «Mujer mía, podrías pedir al príncipe encantado que me haga papa con todo su esplendor». La mujer se indignó. «Eso es absolutamente imposible. Papa solamente existe uno en el mundo». Pero él la presionó tanto que finalmente la mujer fue a pedir al príncipe: «quiero que hagas papa a mi marido». «Pues que se cumpla tu deseo», respondió el pez.
Cuando regresó vio a su marido vestido de papa, rodeado de cardenales con sus trajes rojos, obispos con sus cruces de oro, y multitudes arrodilladas delante de ellos. Ambos quedaron deslumbrados. Pero pasados unos días, el marido dijo: «sólo me falta una cosa y quiero que el príncipe me la conceda, quiero hacer nacer el sol y la luna, quiero ser Dios».
«Eso, el príncipe encantado seguramente no lo podrá hacer», dijo la mujer pescadora. Pero, aturdida después de una grandísima insistencia, fue al lago. Llamó al pez. Y éste le preguntó: «¿qué más quieres de mí?». Ella, temblando, le pidió: «quiero que mi marido sea Dios».
El pez se estremeció, y le dijo: «vuelve a casa y tendrás una sorpresa». Al regresar, encontró a su marido sentado delante de la choza, pobre y todo desfigurado. Creo que ambos todavía deben seguir allí…
Mutatis mutandis ¿no tiene un parecido con el caso de Eike Batista?
Los griegos llamaban a este comportamiento hybris, es decir, excesiva pretensión y arrogancia. Y decían que los dioses inexorablemente castigaban tal actitud. Más humilde fue San Francisco que decía: “deseo poco y eso poco lo deseo poco”.
*Leonardo Boff es columnista del JB online y escribió Comensalidad: comer y beber juntos y vivir en paz, Sal Terrae 2006.

Traducción de Mª José Gavito Milano

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