Pedro Serrano
La desgracia de que Donald Trump haya sido elegido presidente de los Estados Unidos ha hecho que los ciudadanos de medio mundo estemos pasando por las diferentes etapas del duelo que suele producir cualquier fatalidad, a saber: la negación, la ira, la negociación, la depresión y, finalmente, la aceptación.
Ahora bien, si en todo proceso de aflicción se considera sano y conveniente ir superando progresivamente dichas etapas, en este luctuoso acontecimiento político, hay una de ellas, la aceptación, a la que, por respeto a los derechos humanos, a las normas internacionales y a la seguridad mundial, deberíamos resistirnos con todas nuestras fuerzas. Y es que, lo peor que nos podría ocurrir es que los mandatarios del resto del mundo comenzaran a rendir pleitesía al botarate de Trump, como lamentablemente ya lo ha hecho Mariano Rajoy, y que, poco a poco, fuéramos aceptando como normal el comportamiento de este esperpéntico y temerario gobernante.
Lamentablemente, la democracia también produce monstruos, pero no olvidemos que estos no prosperan solamente por méritos propios, sino por la servidumbre voluntaria de quienes les aplauden y de quienes, rastrera e interesadamente, les sostienen. De modo que, así las cosas, solo resta por decir que si la democracia puso a este rey del disparate en el trono, a la democracia corresponde ahora destronarlo con premura.
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