PROCONCIL
Emilia Robles
Estimado/a amigo/a:
Como todos los años, me quería disponer a enviar un mensaje en este Adviento y solo encontraba silencio, sequedad, vacío…Mirando al Mundo, mirando a la Iglesia y mirando hacia nuestras propias y miserables vidas, cuesta ver la llegada del Reino.
Hay signos positivos, ¿Quién lo duda?, pero son tantas las resistencias y el poder de las tinieblas. Parece que la injusticia, la opresión, la superficialidad, el abuso, la calumnia, la maledicencia, triunfan sobre cualquier relación humana…
Dice el salmo, adaptado y cantado por el músico Manzano.
"Está la libertad encadenada, los bienes en poder de pocos dueños, es el hambre la espiga que más crece y la envidia nos corre por el cuerpo.
Quebraron la garganta del que hablaba gritando la verdad a los mil vientos; por maestro se puso al mentiroso".
Y concluye la estrofa:
"Hoy no se puede estar mirando al cielo".
Dice el estribillo de este mismo salmo cantado:
"Mirad al suelo, corred la voz, de que en los hombres está en Señor.
No hagáis castillos para soñar, pues cada día tiene su afán".
"Cada día tiene su afán" Tal vez eso último nos tenga que hacer pensar en no querer hacerlo todo, ni todo a la vez y en no esperar resultados tal como alguna vez los imaginamos.
Lo cierto es que, así como otros años, me resultaba fácil escribir palabras positivas, de esperanza y de aliento, este año, cuando me he querido parar a pensar qué compartir con vosotros en este mensaje de Adviento, no me salía nada y, al final, solo me venía la palabra "desierto".
Entonces fui a releer algunas lecturas de Adviento; y me ha sorprendido y reconfortado ver que allí aparece precisamente el "desierto". Y hay dos ideas que recojo, de dos domingos consecutivos: el segundo y el tercero.
Una es: "En el desierto, preparad un camino al Señor"
Y la otra: "y el desierto florecerá"
Entonces eso me ha hecho pensar que sólo cuando reconocemos nuestra pobreza, nuestra impotencia (solos) lo poco que somos, (desligados), las limitaciones de nuestra acción, el fracaso de nuestros proyectos... es decir, cuando estamos en el desierto, sólo entonces es cuando podemos preparar un camino para que Jesús guíe nuestra vida y fructifiquen los dones del Espíritu. No lo puede hacer si estamos satisfechos. Pero no está tampoco en nuestra mano alcanzarlo.
También el desierto evoca otro sentido que es el del "vaciamiento", cuando ya no te agarras a nada, porque no hay donde agarrarse, queda la oración y la Promesa:
"Y (entonces) el desierto florecerá".
Pienso ahora que no es sólo el desierto interior de cada uno, por cada noche oscura que nos toque vivir: es también el de los muertos, heridos y abandonados en Alepo; es el de los inmigrantes y refugiados a quienes se les cierran las puertas, es el de los cristianos que se alejan o son expulsados por el autoritarismo y el afán de poder sin control de algunos clérigos, es el de las mujeres y los niños maltratados, es el del fanatismo de unos y el de la ambición de otros, es el triunfo aparente de la necedad y la barbarie criminal… y así podríamos seguir en una lista terrible y dolorosa -casi interminable- que iríamos desgranando entre todos.
Releo ahora el salmo de Manzano y pienso que "hoy", además de mirar al suelo (sin duda), hay que mirar - también- al cielo. Porque si miramos al suelo sólo con nuestros ojos, o bien la esperanza se nos quiebra, o podemos caer en fantasías de omnipotencia. ¿Cuál es la clave de la síntesis que nos enseña a mirar bien? La clave es Jesús.
Hace falta llegar al final del Adviento, a la Navidad, para que se rompa esa dualidad - que no es más que un concepto; no algo real - entre el "cielo" y la "tierra". Porque el cielo y la tierra se unen en Jesús, en su Encarnación y en su Nacimiento, en su Muerte y en su Resurrección, en su contemplación y en su compromiso del Reino. Y se unen también en nosotros. Por eso la clave del seguimiento es tener los ojos fijos en Jesús y, entonces, ineludiblemente, estaremos a los pies de los demás, especialmente de los crucificados de la tierra, con la toalla ceñida y la palangana en la mano.
Según las lecturas citadas, a ese reconocimiento de "desierto" como sequedad, como pobreza, como carencia; y a una experiencia de "desierto" como vaciamiento, desapego y libertad interior, le ha de seguir una floración con Jesús - que se puede hacer carne en nosotros, si le preparamos un hueco - que nos devuelva la alegría y la esperanza, aunque sus caminos no sean los nuestros y aunque haya muchas cosas que no podamos comprender ahora.
Y ese hueco, ese sendero a preparar, no es en nuestro corazoncito donde se hace, en plan intimista, aislados del mundo. Es siempre con los otros: reconfortando, alimentando, animando, levantando, enseñando, cuidando, perdonando, sabiendo también recibir y aprender de los otros… escuchando la Palabra e invocando al Amor, para que nos posea y sea el centro de todo lo que hacemos y de lo que somos.
Con gratitud hacia aquellas personas que nos acompañáis con una oración que os brota de dentro.
Un abrazo, pues, de Adviento, hacia la Navidad, esperando que el desierto se vuelva fértil.
Emilia Robles
Estimado/a amigo/a:
Como todos los años, me quería disponer a enviar un mensaje en este Adviento y solo encontraba silencio, sequedad, vacío…Mirando al Mundo, mirando a la Iglesia y mirando hacia nuestras propias y miserables vidas, cuesta ver la llegada del Reino.
Hay signos positivos, ¿Quién lo duda?, pero son tantas las resistencias y el poder de las tinieblas. Parece que la injusticia, la opresión, la superficialidad, el abuso, la calumnia, la maledicencia, triunfan sobre cualquier relación humana…
Dice el salmo, adaptado y cantado por el músico Manzano.
"Está la libertad encadenada, los bienes en poder de pocos dueños, es el hambre la espiga que más crece y la envidia nos corre por el cuerpo.
Quebraron la garganta del que hablaba gritando la verdad a los mil vientos; por maestro se puso al mentiroso".
Y concluye la estrofa:
"Hoy no se puede estar mirando al cielo".
Dice el estribillo de este mismo salmo cantado:
"Mirad al suelo, corred la voz, de que en los hombres está en Señor.
No hagáis castillos para soñar, pues cada día tiene su afán".
"Cada día tiene su afán" Tal vez eso último nos tenga que hacer pensar en no querer hacerlo todo, ni todo a la vez y en no esperar resultados tal como alguna vez los imaginamos.
Lo cierto es que, así como otros años, me resultaba fácil escribir palabras positivas, de esperanza y de aliento, este año, cuando me he querido parar a pensar qué compartir con vosotros en este mensaje de Adviento, no me salía nada y, al final, solo me venía la palabra "desierto".
Entonces fui a releer algunas lecturas de Adviento; y me ha sorprendido y reconfortado ver que allí aparece precisamente el "desierto". Y hay dos ideas que recojo, de dos domingos consecutivos: el segundo y el tercero.
Una es: "En el desierto, preparad un camino al Señor"
Y la otra: "y el desierto florecerá"
Entonces eso me ha hecho pensar que sólo cuando reconocemos nuestra pobreza, nuestra impotencia (solos) lo poco que somos, (desligados), las limitaciones de nuestra acción, el fracaso de nuestros proyectos... es decir, cuando estamos en el desierto, sólo entonces es cuando podemos preparar un camino para que Jesús guíe nuestra vida y fructifiquen los dones del Espíritu. No lo puede hacer si estamos satisfechos. Pero no está tampoco en nuestra mano alcanzarlo.
También el desierto evoca otro sentido que es el del "vaciamiento", cuando ya no te agarras a nada, porque no hay donde agarrarse, queda la oración y la Promesa:
"Y (entonces) el desierto florecerá".
Pienso ahora que no es sólo el desierto interior de cada uno, por cada noche oscura que nos toque vivir: es también el de los muertos, heridos y abandonados en Alepo; es el de los inmigrantes y refugiados a quienes se les cierran las puertas, es el de los cristianos que se alejan o son expulsados por el autoritarismo y el afán de poder sin control de algunos clérigos, es el de las mujeres y los niños maltratados, es el del fanatismo de unos y el de la ambición de otros, es el triunfo aparente de la necedad y la barbarie criminal… y así podríamos seguir en una lista terrible y dolorosa -casi interminable- que iríamos desgranando entre todos.
Releo ahora el salmo de Manzano y pienso que "hoy", además de mirar al suelo (sin duda), hay que mirar - también- al cielo. Porque si miramos al suelo sólo con nuestros ojos, o bien la esperanza se nos quiebra, o podemos caer en fantasías de omnipotencia. ¿Cuál es la clave de la síntesis que nos enseña a mirar bien? La clave es Jesús.
Hace falta llegar al final del Adviento, a la Navidad, para que se rompa esa dualidad - que no es más que un concepto; no algo real - entre el "cielo" y la "tierra". Porque el cielo y la tierra se unen en Jesús, en su Encarnación y en su Nacimiento, en su Muerte y en su Resurrección, en su contemplación y en su compromiso del Reino. Y se unen también en nosotros. Por eso la clave del seguimiento es tener los ojos fijos en Jesús y, entonces, ineludiblemente, estaremos a los pies de los demás, especialmente de los crucificados de la tierra, con la toalla ceñida y la palangana en la mano.
Según las lecturas citadas, a ese reconocimiento de "desierto" como sequedad, como pobreza, como carencia; y a una experiencia de "desierto" como vaciamiento, desapego y libertad interior, le ha de seguir una floración con Jesús - que se puede hacer carne en nosotros, si le preparamos un hueco - que nos devuelva la alegría y la esperanza, aunque sus caminos no sean los nuestros y aunque haya muchas cosas que no podamos comprender ahora.
Y ese hueco, ese sendero a preparar, no es en nuestro corazoncito donde se hace, en plan intimista, aislados del mundo. Es siempre con los otros: reconfortando, alimentando, animando, levantando, enseñando, cuidando, perdonando, sabiendo también recibir y aprender de los otros… escuchando la Palabra e invocando al Amor, para que nos posea y sea el centro de todo lo que hacemos y de lo que somos.
Con gratitud hacia aquellas personas que nos acompañáis con una oración que os brota de dentro.
Un abrazo, pues, de Adviento, hacia la Navidad, esperando que el desierto se vuelva fértil.
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