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miércoles, 14 de diciembre de 2016

La fe como confianza

Atrio

Carlos BarberáEn la primera carta a Timoteo se afirma que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (2, 4). Por otra parte en la carta a los Hebreos se asegura que sin fe es imposible agradar a Dios (11, 6).
No es fácil conjugar esas dos aseveraciones. El Concilio de Florencia en 1441 se atuvo a la segunda y declaró que sólo se salvan los adheridos a la Iglesia católica. Fe significaba entonces la adhesión a las verdades predicadas por la institución eclesial.

Sin embargo siempre la teología había defendido que el Espíritu sopla donde quiere y no está sujeto a los límites de la Iglesia. Hace no tantos años Karl Rahner teorizó esta idea en su doctrina sobre los cristianos anónimos.
Nosotros somos más proclives a confiar en la primera afirmación pero ello exige inevitablemente elaborar otro concepto de fe. Si se cumple esa voluntad salvífica general de Dios no será sin duda porque llegue un tiempo en que toda la humanidad se configure como un solo rebaño con un solo pastor.
La cristología moderna ha querido dar el salto del Cristo de la fe al Jesús de la historia y se ha esforzado en descubrir la figura del profeta de Nazaret. Ya se ha escrito la historia de ese esfuerzo y de sus resultados pero en cualquier caso ese proceso ha planteado una pregunta inmediata: ¿cómo conjugar la particularidad de aquel judío de Galilea con su pretendida significación universal? Porque a los discípulos, en seguimiento de lo dicho por Jesús, se les encargó que predicasen: creed la buena noticia. Creer, por tanto, ahí radica todo. Pero ¿qué es creer? ¿qué entendemos por fe?
Volvamos a las dos primeras afirmaciones. Para poder conjugarlas es preciso llegar a un concepto de fe “suficientemente amplio y universal, a fin de constituir la base de la salvación posible al hombre en tanto que hombre (de modo que) el ser humano, por el hecho de ser tal, tenga la posibilidad real de alcanzar el fin que le es propio”. Así lo formula Raymond Panikkar y de acuerdo con ello propone definir la fe como apertura existencial a la trascendencia o bien simplemente como apertura existencial.
Esta posición del teólogo español parece paralela a la de Pannenberg, que defiende que toda apertura al mundo es apertura a Dios. No está el hombre, como los animales, ligado a un entorno (Umwelt) sino abierto a un mundo (Welt). “El hombre está abierto a cosas siempre nuevas, a experiencias frescas”. “No sólo está determinado por lasas condiciones de su mundo sino por algo que se le escapa cada vez que llega a una plenitud”. “La necesidad crónica, la dependencia infinita del hombre suponen, más allá de toda experiencia del mundo, un interlocutor al que el lenguaje ha llamado Dios”
Estas posturas son sugerentes. Por una parte abandonan la idea –tanto tiempo mantenida- de que la fe sea la adhesión a unas verdades. De otro lado encuentran un elemento común a todos los seres humanos. Finalmente se trata de algo que exige también una decisión: como afirmó Jesús, antes de creer hay que convertirse, hay que tomar una decisión fundamental. A pesar de estar llamado a la apertura, el ser humano puede cerrarse, ensimismarse, empeñarse en ganar su vida y perderla finalmente.
Con todo, creo que la apertura existencial no es lo primigenio. Hay algo previo, común a todos los seres humanos, y es la confianza. Quienes pierden la confianza en las posibilidades del mundo y en sus propias posibilidades renuncian a la vida. Son sin embargo una minoría. A pesar del sufrimiento, a veces casi insoportable, los seres humanos siguen adelante y es una confianza básica quien les mantiene y espolea. En su libro Ser cristiano Hans Küng ha tratado precisamente de la fe como confianza. Es la confianza la que da lugar a la apertura al mundo y a los otros, es la confianza la que llega a experimentar más allá, a arriesgar, a dar la vida en ocasiones.
No puedo en el marco de un artículo sino esbozar algunas consecuencias que me parecen importantes:
  • Esta fe básica se concreta en el acto de fe, exige ponerse en práctica. No puede haber fe sin obras.
  • Es una práctica que puede tener grados, puede ser humilde y cotidiana o llegar a ser excepcional y heroica.
  • Esta ortopraxis ha de elaborar una ortodoxia, explicar las razones últimas de la confianza.
  • Jesús aparece como el hombre plenamente confiado, hasta una muerte al parecer sin sentido.
  • La Iglesia ha de ser predicadora y realizadora de confianza: el reino de Dios está entre nosotros.
Son temas que quedan para otros artículos.

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