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miércoles, 21 de diciembre de 2016

Cristianismo y la Pobreza

Alonso Salinas García (Chile)


Reflexión sobre la justificación y lucha en contra de la pobreza desde la fe cristiana, la dificultad del cristianismo para enfrentar la Dialéctica del Amo y el Esclavo.
Jesús nace en un establo en Belén, come con pecadores y sana a los enfermos y marginados, muere en la cruz. Jesús eligió hacerse pobre y despojarse de algo que tenía, su forma de Dios. Existió en él una opción libre por la pobreza. Esta carencia fue considerada por Jesús como algo positivo, como algo querible, deseable. Más aún, Jesús pide hacerse pobre por el Reino como un requisito para seguirlo, para ser su discípulo (Mc 10,17-27). Los pobres y Jesús tienen una sintonía especial. ¿Pero qué significa esto?


Esta esencia de la humildad fue para pensadores como Nietzsche un acto nefasto de la fe cristiana contra la humanidad, y con justa razón, pues se inculco una forma de aceptar la miseria y la injusticia, de normalizar la diferencia entre clases y la relación de dominación de unos pocos sobre varios. “Bien aventurados aquellos que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis” (Lucas 6:17, 21), ¿de qué sirve pedir más pan al patrón si al final la eternidad será mía?, ¿de qué sirve pedir igualdad de derechos o reconocimiento como iguales si al final la eternidad será mía? Pues aquí la dificultad -surgida de la reducción del evangelio- que tuvieron que enfrentar los socialcristianos a lo largo del siglo XX, a diferencia de las otras corrientes de izquierda o centro-izquierda no podían enfrentar la Dialéctica del Amo y Esclavo, y solo fueron grupos que promovían un paternalismo, más no, una transformación profunda de las contradicciones de clase.
La humildad y la pobreza son dones sin duda, pero no de la forma en que se nos ha presentado tradicionalmente, no es despojarse de lo material, sino despojarse de lo moral, de los prejuicios y mentiras que dominan a la humanidad –machismo, homofobia, racismo, xenofobia, etc.-, no es pobreza material, sino pobreza espiritual. Los revolucionarios como Camilo Torres no buscaba que el pueblo fuera totalmente pobre en términos materiales –ya lo eran- sino que fueran pobres de espíritu; sin egoísmos, sin personalismos, sin individualismo, sin odio, livianos como una pluma. De aquello se olvidaron los socialcristianos. Estos últimos malinterpretaron el evangelio y vivieron experiencias de “abajismo” y no de revolución, creyeron que la pasión de Cristo era ser pobres, y no despojarse de prejuicios, creyeron que se trataba de dar pan al pueblo, cuando era conquistar la justicia, para que el pueblo pueda ganarse su pan sin el robo de su trabajo por las clases parasitarias.
La noción de pobreza establecida por la malinterpretación del Evangelio ha provocado que los jóvenes cristianos caigan en paternalismos no muy distintos a los regímenes nacional cooperativistas o socialistas reales, como también, ha perpetuado una praxis política que es incapaz de ser efectiva para romper la Dialéctica del Amo y el Esclavo pues el pobre no es sujeto político sino un ente del que Dios siente lastima y premia tras su muerte corporal. La incapacidad transformadora de la Democracia Cristiana y los socialcristianos alrededor del mundo yace en la malinterpretación del evangelio, en su incapacidad de ver al pobre como sujeto político y sus finalidades tibias que llevaban solo a ser paternalistas pero no cortar de raíz las diversas aristas de la Sociedad actual que oprimen a los pueblos.

La pobreza de espíritu, comparable con el “nuevo hombre” del Che Guevara o la Reforma Moral de Gramsci, es la pobreza que habla y llama a seguir Jesucristo, y su discurso “Bienaventurados” no es un acto de compasión ante los miserables sin esperanza, es un acto del porvenir, un llamado a la solidad y unidad entre oprimidos para romper sus cadenas.
Pero ¡Ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estéis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reis ahora!, porque tendréis aflicción y llanto” (Lucas 6:17, 24-25).

La solución a la imposibilidad de instaurar una praxis política transformadora, estaba justamente debajo de la falsa justificación a la tesis –la desigualdad y la explotación-. Entonces la síntesis es justamente el enfrentamiento del pobre, del miserable, del explotado –como un sujeto político y no objeto de lastima- al sistema que lo oprime y lo que lo sustenta, es que los mismos esclavos derroquen al amo. Los cristianos del siglo XXI deben rescatar las experiencias de las generaciones pasadas, para construir una vida personal pobre en espíritu y una praxis política revolucionaria que corrija la incapacidad histórica de los cristianos para enfrentar la dialéctica del Amo y el Esclavo. 

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