Pedro Serrano
Según el sueño americano, cualquiera puede llegar a ser lo que se proponga; incluso presidente del Gobierno. Y es cierto. Ya tenemos la certeza: ha llegado a presidente un cualquiera.
Si me permiten la comparación, haber elegido a Donald Trump como presidente de los Estados Unidos es como haber elegido a un mono para pilotar una gran aeronave, donde la mitad de los pasajeros aplauden entusiasmados y la otra mitad se agarran a sus asientos horrorizados. Hasta los animales irracionales saben elegir con más tino a sus líderes. Ellos son lo suficientemente listos como para elegir al más apto, al que mejor pueda garantizar la supervivencia del grupo.
Pero no nos fijemos solamente en lo que acaba de pasar en Estados Unidos. No hace falta ir tan lejos para encontrar ejemplos en los que los ciudadanos votan con fruición en contra de sus propios intereses. La democracia, allí donde la haya, parece ir degenerando paulatinamente en una delirante “idiocracia”, es decir, en el gobierno de los idiotas. Cada vez son más los ejemplos en los que la mitad de los ciudadanos de un país someten a la otra mitad a la tiranía de demagogos oportunistas o a la idiotez e ineptitud de patanes egocéntricos.
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