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domingo, 23 de octubre de 2016

Toda una mujer

Agustín Cabré

Antonia Brenner murió el 17 de octubre, hace ya tres años.

Los encarcelados en la carcel-peninteciería de Tijuana, siguen llamándola “mamá”.
Nacida entre los algodones de la opulencia, allá por Beverly Hills, creció en el ambiente de los astros de cine. Inserta en ese mundo de oropeles, se casó a los 18 años, se divorció, casó nuevamente y se divorció por segunda vez, y tuvo ocho hijos de sus dos esposos.     Un día, accediendo a un compromiso que cumplió de malas ganas, visitó la cárcel de la Mesa, en Tijuana. Lo que vio allí le alborotó el corazón. Cada vez que pudo volvió a la penitenciaría para llevar algo de consuelo, alivio, compañía, sustento y medicinas a las mujeres y a los varones encarcelados.
Cuando sus hijos crecieron, Antonia vendió o repartió sus propiedades y logró que el Alcaide de la prisión le diera una celda como alojamiento. Así se quedó a vivir al interior de la penitenciaría,     viviendo al mismo nivel que los reclusos.
Invitó a sus amistades a interesarse por las necesidades de los encarcelados, y de modo especial invitó a mujeres mayores de 45 años a organizarse para servir a los menos afortunados.
Treinta y dos años estuvo Antonia viviendo al interior de la cárcel de Tijuana. Su grupo de amigas tomó el nombre de Siervas Eudistas de la Undécima Hora, un título que recordaba que nadie por edad ni condición quedaba excluido del llamado a ser prójimo de los caídos.
Toda su casa fue una celda de 3 metros cuadrados en la sección femenina de la penitenciaría, viviendo como las internas. Cada mañana formaba fila junto a las reclusas y gritaba su nombre respondiendo a las ordenanzas.
Los traficantes de droga, los ladrones, los asesinos, los violadores, gente que estaban marcados por la sociedad como violentos y peligrosos, fueron sus amigos. Ellos recibían el consuelo, le contaban sus tragedias, le pedían que estuviera junto a ellos en las horas más duras.
En este tiempo en que la sociedad se ve remecida por el grito de justicia que exige respeto, dignidad, consideración y reconocimiento a la mujer en cuanto tal, por ser persona humana, imagen y semejanza de la maternidad de Dios que es creador de vida, vale la pena rescatar el testimonio de Antonia Brenner.
Como hija de Beverly Hill, crecida en un ambiente de farándula y de la fantasía del cine, ciertamente que también ella se desnudó y lo hizo para siempre: se quitó los vestidos de seda, los adornos de joyería, la indumentaria de bataclana, y quedó ante los ojos de Dios y del mundo, tal como era: una persona que entendió que el que no vive para servir, no sirve para vivir.

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