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domingo, 23 de octubre de 2016

Bien por el párroco “¡¡¡cristiano!!!” de Sant Miquel de Palma, (Mallorca)

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara


Me refiero al presbítero que celebraba la Eucaristía, el 9 de Febrero de 2014, en Sant Miquel de Palma, (Mallorca), cuando un grupo de entre veinte y treinta individuos, -“ciudadanos, hijos de Dios”, los llamó muy bien el párroco-, partidarios de la ley de despenalización del aborto, invadió el lugar de la celebración, con gritos, pancartas y consignas, alterando, y alborotando, la celebración. Llamado a declarar como testigo, el párroco, cuyo nombre no ha trascendido, dio un testimonio que a mí me parece, humanamente, muy respetuoso, maduro, democrático, tolerante, caritativo, y, por todo ello, muy cristiano. Hizo afirmaciones como las siguientes: “sus razones tenían (¿estará más transcrito y el texto sería “tendrían”?) para actuar así”. Como también aseguró que “Hubo un encontronazo, contacto físico, pero no agresividad por ninguna de las dos partes”. Yo he tenido alguna interrupción preocupante durante la Eucaristía, y pienso que el cura de Sant Miquel actuó como se espera de un pastor en su declaración como testigo: diciendo la verdad que el sintió en el momento. Los jóvenes han sido condenados a un año de prisión. El Fiscal pedía un año y seis meses, petición a la que se adhirió la acusación particular, promovida por el obispado de Palma de Mallorca, que rebajó los cuatro años que solicitaba en un principio.

Estoy casi seguro de que mis lectores coincidirán conmigo en que la actitud del cura fue bastante más cristiana que la del obispado, porque tuvo en cuenta algunas de las enseñanzas más emblemáticas de Jesús: el perdón al enemigo, el no juzgar, el no condenar, el amor, en suma, “como Él nos amó”. No es que tenga por lema criticar a los obispos, pero sí el de denunciar actitudes que no me parecen ejemplares. Tal vez esta actuación haya sido más del “obispado” que del obispo, pero es importante que los responsables de una institución con el nombre, a toda plana, de cristiana, como es, y una de las más significativas, una diócesis de la Iglesia, es responsable de que si no aparece como perfecta desde el punto de vista del Evangelio, por lo menos no desentone.
Yo tengo muy claro que a las comunidades, instituciones, colectivos, empresas, o entes parecidos, que ostenten el adjetivo de cristianos, hay que exigirles que no contradigan gravemente esa apelación, porque en ese caso estarían siendo un contra-signo. No es lo mismo que el enjuiciamiento que merece el individuo, el fiel cristiano, en nuestro caso, al que no debemos enjuiciar, como tal fiel individual, es decir, de modo personal, sino sólo en su faceta de un cargo ministerial. Quiero decir con esto que podemos, y debemos enjuiciar, y hasta denunciar proféticamente, al Obispo, pero no a Pepito, que lo es en ese momento.
A este respecto, recuerdo un hecho anecdótico que sucedió en nuestra vice-provincia de los Sagrados Corazones de Brasil: uno de nuestros compañeros iba a abandonar la Congregación, y solicitaba, un poco de mala manera, una ayuda económica, para poder comenzar su nueva etapa con alguna garantía. En aquel momento yo era miembro del consejo vice-provincial. Y mi postura fue la siguiente al dar mi opinión a los compañeros del Consejo: a nuestro hermano, vamos a llamarlo Hermenegildo, no lo podemos juzgar en su comportamiento, si es o no muy generoso, o muy cristiano. No debemos entrar en esas valoraciones. Pero nosotros somos representantes de una entidad, una Congregación religiosa, que tiene la obligación de comportarse de acuerdo con esa denominación, y no ser piedra de escándalo para nadie, aunque nuestro compañero no tenga derecho a que atendamos a su petición. De hecho, el episodio se zanjó con una ayuda, incluso un poco mayor de la solicitada.
Es por las consideraciones que he expuesto en estas líneas por las que he denominado de “cristiano ” al párroco de Sant Miquel de Palma de Mallorca, y he puesto reparos a la primera actuación del obispado. Después rectificó un poco. Solo un poco, porque no desistió de ejercer la acusación particular. ¿Qué hace una institución tan oficialmente cristiana emprendiendo una acusación de ese tipo, contra unos jóvenes, seguramente bautizados, y fieles, por tanto, de la misma institución acusadora? Pero aunque no fueran fieles, el criterio debería seguir siendo el mismo: poner la otra mejilla. Esta es la mejor manera de evangelizar, demostrar que la Buena Noticia del Reino es verdad, y se cumple.

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