LA POSTURA JUSTA JOSÉ ANTONIO PAGOLA
Según Lucas, Jesús dirige la parábola del fariseo y el publicano a
algunos que presumen de ser justos ante Dios y desprecian a los demás.
Los dos protagonistas que suben al templo a orar representan dos
actitudes religiosas contrapuestas e irreconciliables. Pero ¿cuál es la
postura justa y acertada ante Dios? Esta es la pregunta de fondo.
El fariseo es un observante escrupuloso de la ley y un practicante
fiel de su religión. Se siente seguro en el templo. Ora de pie y con la
cabeza erguida. Su oración es la más hermosa: una plegaria de alabanza y
acción de gracias a Dios. Pero no le da gracias por su grandeza, su
bondad o misericordia, sino por lo bueno y grande que es él mismo.
En seguida se observa algo falso en esta oración. Más que orar, este
hombre se contempla a sí mismo. Se cuenta su propia historia llena de
méritos. Necesita sentirse en regla ante Dios y exhibirse como superior a
los demás.
Este hombre no sabe lo que es orar. No reconoce la grandeza
misteriosa de Dios ni confiesa su propia pequeñez. Buscar a Dios para
enumerar ante él nuestras buenas obras y despreciar a los demás es de
imbéciles. Tras su aparente piedad se esconde una oración «atea». Este
hombre no necesita a Dios. No le pide nada. Se basta a sí mismo.
La oración del publicano es muy diferente. Sabe que su presencia en
el templo es mal vista por todos. Su oficio de recaudador es odiado y
despreciado. No se excusa. Reconoce que es pecador. Sus golpes de pecho y
las pocas palabras que susurra lo dicen todo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador».
Este hombre sabe que no puede vanagloriarse. No tiene nada que
ofrecer a Dios, pero sí mucho que recibir de él: su perdón y su
misericordia. En su oración hay autenticidad. Este hombre es pecador,
pero está en el camino de la verdad.
El fariseo no se ha encontrado con Dios. Este recaudador, por el
contrario, encuentra en seguida la postura correcta ante él: la actitud
del que no tiene nada y lo necesita todo. No se detiene siquiera a
confesar con detalle sus culpas. Se reconoce pecador. De esa conciencia
brota su oración: «Ten compasión de este pecador».
Los dos suben al templo a orar, pero cada uno lleva en su corazón su
imagen de Dios y su modo de relacionarse con él. El fariseo sigue
enredado en una religión legalista: para él lo importante es estar en
regla con Dios y ser más observante que nadie. El recaudador, por el
contrario, se abre al Dios del Amor que predica Jesús: ha aprendido a
vivir del perdón, sin vanagloriarse de nada y sin condenar a nadie.
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