Juan José Tamayo, teólogo
El 14 de septiembre de 1.997 el teólogo Juan José Tamayo escribía un artículo en El País con motivo de la muerte de Teresa de Calcuta. Viene bien difundirlo hoy con motivo de su canonización por el Papa Francisco.
(Redacción de RR.CC)
(EL PAÍS, 14 de septiembre de 1997)
A lo largo de su dilatada vida, la madre Teresa de Calcuta ha sido objeto -o mejor, sujeto- de las más altas condecoraciones que un ser humano puede recibir de parte de los poderosos de este mundo. Los dirigentes políticos de las más diferentes ideologías la han agasajado con todo tipo de gestos de acogida. Los Estados y los Gobiernos han brindado apoyo a sus iniciativas. Los poderes económicos han prestado ayuda a sus obras sociales. Las autoridades de la Iglesia católica han bendecido su actividad caritativa poniéndola como ejemplo de amor no conflictivo a Cristo, a la Iglesia y a los pobres. Hasta los dictadores la han honrado con su amistad, y ella ha respondido con su reconocimiento y respeto hacia ellos. Su sintonía con el papa Juan-Pablo II y la de éste con la madre Teresa de Calcuta han sido totales y sin fisuras. Los pobres y olvidados de la tierra la veneran y recuerdan porque ella ha sido de las pocas personas que se ha acordado de ellos y ha aliviado sus sufrimientos. En sus funerales se le han rendido honores de jefe de Estado.
Los poderosos la admiran y agasajan, la quieren con locura y le conceden el título de bienhechora de la humanidad. Ninguno de ellos se ha atrevido a criticarla, como tampoco la madre Teresa ha osado dirigirse a los jefes del mundo críticamente. La sintonía es tan fuerte que mucha gente ve en tal actitud una extraña complicidad.
Estamos, ciertamente, ante una mujer admirable, ante una cristiana ejemplar que, a su paso por la historia, ha dejado una huella imborrable. Pero la ejemplaridad cristiana de la madre Teresa no es única. Hay también católicos contemporáneos suyos que han hecho una opción incondicional por los pobres y marginados, y se han jugado la vida luchando por su liberación. He aquí algunos nombres: Helder Cámara, monseñor Romero, I. Ellacuría y compañeros mártires, P. Casaldáliga, S. Ruiz, L. Boff, E. Cardenal, etc.
Y, sin embargo, ninguno de ellos ha recibido condecoraciones de los poderosos de este mundo. Todo lo contrario: han sido acusados de subversivos, revolucionarios e instigadores de la violencia popular. Las autoridades católicas han mostrado todo tipo de sospechas sobre ellos, los han acusado de heterodoxos e insumisos, los han amonestado, sancionado e incluso excluido de la comunidad eclesial. ¿Quién no recuerda el dedo acusador de Juan-Pablo II, durante su viaje a Nicaragua, contra un humilde Ernesto Cardenal postrado de hinojos ante el papa? Los han convertido en presa fácil de los poderes militares y de los escuadrones de la muerte, que han asesinado a cristianos inconformistas como monseñor Romero y Ellacuría.
Las preguntas se agolpan y brotan espontáneamente ¿Por qué una monja tan humilde y abnegada, tan entregada a los pobres, ha concitado el reconocimiento unánime de los poderosos hacia su persona y sus obras de caridad, mientras que los citados profetas coetáneos y correligionarios suyos se han visto sometidos a condenas y asesinatos por parte de los poderes políticos, militares y paramilitares, y a persecución y control por parte de las autoridades católicas?
¿No será porque la madre Teresa se dedicó a los pobres, pero no denunció a los causantes de la pobreza? ¿No será porque los premios recibidos impedían criticar a sus “concesionarios”? ¿No será porque se limitó a hacer simples revoques de fachada en la derruida casa de los pobres, pero dejó intactas sus maderas carcomidas y no se ocupó de la infraestuctura -económica- endeble en que se sustentaba la casa? ¿No será porque, lejos de incordiar a los poderosos, les hizo el trabajo sucio de limpiar las heces que el capitalismo salvaje arroja a los arrabales de tantas Calcutas como hay en el mundo? ¿No será porque prefirió el asistencialismo a la transformación de las estructuras? ¿No será, en fin, porque el Jesús al que entregó su vida Teresa de Calcuta era el Cristo paciente y sacrificial que aceptó sumisamente la voluntad de Dios y se sometió fatalistamente a la muerte sin abrir la boca, en vez de el Jesús de Nazaret subversivo que optó por los pobres, denunció a los poderosos como causantes de la pobreza y, por eso, lo mataron?
Jesús dijo, señalando con el dedo acusador a los poderosos y dictadores de su tiempo: “Sabéis que los que son tenidos como jefes de la naciones, las gobiernan como señores absolutos y los grandes los oprimen con su poder” (Marcos 10, 42). ¿Cómo pueden agasajar tanto a la madre Teresa los poderosos de este mundo cuando “los que gobiernan como señores absolutos y los grandes que oprimen con su poder” ejecutaron a Jesús,
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