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viernes, 8 de julio de 2016

El documento ecoteológico del Papa José María Álvarez


Enviado a la página web de Redes Cristianas


imagesG1Q5FG4GLa encíclica “Laudato si” del Papa Francisco ha recogido en parte el pensamiento cristiano ecoteológico y lo ha puesto en el candelero del magisterio de la Iglesia católica desde donde seguramente iluminará muchas conciencias y con ello se podrán transformar muchos comportamientos que están violentando a nuestro ecosistema.
Hemos de hacer lo posible para que esta reflexión franciscana no resulte ser un flash de luz que ilumina intensamente un breve momento para apagarse luego inmediatamente. Quienes reconocen su importancia para la ecología tienen el deber de hacer que esta luz se mantenga permanentemente en el mundo empleando todos los medios que tengan a su alcance. Entre ellos Internet, al que hemos de hacer fuelle que no pare nunca de avivar la llama de la Laudato Si’.



Después de la importante atención que los medios le han dado a la publicación de esta encíclica, la primera del Papa Francisco, y también la que por primera vez aborda sistemáticamente los temas ecológicos, todo parece apagarse. No debemos permitir que así sea. Tenemos que mantener siempre viva la luz que emana de este texto tan relevante, que forma ya parte de la doctrina católica. Siempre al alcance de la mano, debemos releerlo de vez en cuando.
Por haber sido precisamente el Papa quien ha querido llamar la atención sobre el peligro que corre la Madre Tierra y habernos convocado a la tarea de protegerla y conservarla, todas las fuerzas de las que dispone la Iglesia, que son muchas, debieran ponerse al servicio de esta noble tarea. Ojalá los demás estamentos eclesiásticos no cortocircuiten su mensaje y sepan valorar su importancia moral y mística.


Teniendo en cuenta el complejo mecanismo de los comportamientos, en los que en muchas personas entra en juego de manera importante el factor religioso, creo que la “Laudato si” ha sido un paso muy importante en favor del ecologismo, ya que puede favorecer que muchos tomen conciencia de la moralidad inherente a los comportamientos relacionados con la Madre Tierra. Para ello es decisivo que los eclesiásticos, desde sus púlpitos o desde sus cátedras, asuman con responsabilidad la educación moral integrando en ella los criterios de la encíclica Laudato Si’.
Es necesario insistir bajando a lo concreto de la vida, y en este caso llegando a la ensuciada realidad. Sabemos muy bien que entre nosotros la mayor parte de la gente considera moralmente neutro dejar basura, degradable o no, en cualquier rincón de la playa donde hemos disfrutado de un día de sol, o en la montaña donde nos hemos recreado en busca de silencio, o allí donde hemos disfrutado de una belleza paisajística. Es necesario un cambio de mentalidad y hacer que el paraguas de la moral proteja los intereses maltratados de la Madre Tierra, que en definitiva son los intereses de todos los vivientes.

No creo que haya muchos entre quienes celebran el sacramento de la penitencia que en la confesión individual digan al sacerdote: “padre me acuso de no estar reciclando la basura.” O, si se trata de una confesión comunitaria, pienso que no será en muchas de ellas donde se invite a la reflexión sobre los comportamientos que suponen maltrato a la naturaleza. Es necesario que las personas religiosas consideren inmorales estos hechos. El separar los deshechos para situarlos en los lugares adecuados para el reciclado es un comportamiento que no está suficientemente generalizado.
Los creyentes que se mueven dentro de los esquemas morales tradicionales tienen que acostumbrarse a ver estos “pecados”, pues es algo que daña, a veces gravemente, a nuestra Madre Tierra, creatura de Dios, que además es Casa Común de todos los seres vivos, a los que también se perjudica con tales desaprensivos modos de ser y hacer. No sé cuántos creyentes considerarán, además de monstruosamente criminal, pecado gravísimo, por ejemplo, provocar el incendio de un bosque, violando así derechos vitales del ecosistema. Todos tendrían que considerar, además de ofensa a la Madre Tierra, ofensa gravísima que se hace también a Dios.
De igual manera se ha de enfocar la responsabilidad moral en el quehacer positivo en relación a la Creación a la que hemos de proteger de cualquier agresión, cuidar sus heridas, favorecer su desarrollo… Cuando en el proceso evolutivo el ser humano se ha hecho presente, la mística católica entiende que Dios ha puesto en sus manos la vida, tanto la propia como la del resto de las criaturas. Que haya brotado en él la consciencia reflexiva le va a hacer especialmente responsable del mundo.
Lo dramático es ver precisamente a los humanos protagonizar, aplaudir o consentir actos vandálicos en contra de la vida: el principal, naturalmente, el maltrato de los seres humanos, muchos en situación de esclavitud, más o menos encubierta, otros inmisericordemente explotados, otros, siempre muchos, muriendo por carecer de lo esencial para poder subsistir…; se maltrata de mil maneras a los animales, a veces con publicidad incluida, como se hace en fiestas donde el divertimento termina dándoles muerte. Desde la instancia religiosa hay que hacer ver a quienes no lo consideran así que estos hechos no son moralmente neutros.
Debemos todos reeducar nuestra conciencia moral, situándola dentro de los nuevos parámetros ofrecidos por la encíclica del Papa Francisco. En el ámbito institucional de la educación deben asumir esta responsabilidad tanto los padres como los profesores. Entre estos están los que imparten la enseñanza de la religión católica tanto en centros privados como públicos, que debieran incluir en sus clases los temas ecológicos. Esperemos que así lo hagan los programas propuestos por la Conferencia Episcopal Española y los textos los traten con la importancia que les corresponde.

Lo mismo hay que decir de la catequesis en todos sus niveles. Pero, como advierte la encíclica, educar no es sólo informar, es también crear hábitos de comportamiento. Para conseguirlos es muy importante, dice el documento, la educación estética que nos hace sensibles a la belleza y amarla, pudiendo así disfrutar de una de las principales riquezas espirituales que nos ofrece el mundo.
Esta acción humanizadora en favor de la vida, llevada a cabo desde la religión, desde la Iglesia, sería muy valorada también por los no creyentes.

Fuente: Red Mundial de Comunidades Eclesiales

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