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lunes, 20 de junio de 2016

Reflexiones intempestivas sobre don Carlos Osoro Por Antonio Duato


Publicado el 8 de junio en alandar

Me piden cristianos de base de Madrid que les ayude a entender a su pastor, don Carlos Osoro, quien suscitó muchas expectativas cuando sustituyó a don Antonio Rouco y que está empezando a defraudar a no pocos por algunos gestos inexplicables en quien fue presentado como la opción personal de Francisco, para la conversión pastoral del episcopado español en los próximos años, a partir de esa importante diócesis.
Personalmente, lo que más me gustaría es que don Carlos acertara a encarnar en su persona las convicciones y actitudes que se reflejan en la persona del actual obispo de Roma, fruto de su gran realismo, su profundo sentido común y su radical seguimiento de Jesús de Nazaret. Me gustaría, porque lo quiero como amigo desde hace casi cincuenta años y porque sé lo trascendental que es para toda la Iglesia y la sociedad española, que cumpliera auténticamente, desde dentro, las expectativas que depositó en él ese verdadero profeta que el Espíritu ha regalado a la Iglesia y al mundo en esta encrucijada histórica: el obispo de Roma, venido de las periferias del mundo, que se hizo bendecir por su pueblo antes de dar su bendición desde la plaza de San Pedro.
Quiero empezar recordando y proclamando la gran madera que hay en Don Carlos para ser un buen líder cristiano. Esta expresión moderna me gusta más que la de pastor, que en lenguaje bíblico comprendía también a los reyes. Tendríais que haberlo conocido a sus 24 años, estudiante de teología en Salamanca, movilizando (junto con otros 3 delegados, pero él al frente) a todos sus compañeros para iniciar una huelga (el 3 de diciembre de 1969, recuerdo la fecha) por un cambio en la teología que se enseñaba en la Universidad Pontificia, pasados ya cuatro años de haber finalizado el Concilio. Al cabo de unos meses de negarse a asistir a las clases oficiales y organizar ellos sus clases con profesores invitados por ello, el Visitador Pontificio Antonio Javierre les dio la razón y promovió un drástico cambio en el claustro. En sus recientes memorias, Fernando Sebastián, que se vio promovido al decanato y más allá por esa valiente huelga, reconoce que no fue un contagio del mayo del 68, sino una profunda reacción de fe comprometida. “Los delegados de los estudiantes colaboraron en las gestiones de urgencia para superar el conflicto, eran Carlos Osoro y Adolfo González Montes, el primero es hoy el arzobispo de Madrid y el segundo obispo de Almería” (páginas 155). ¿Y de los otros dos, Álvaro Samperio y otro de Cádiz, quién se acuerda?
Al director del Colegio del Salvador, donde se fraguó el movimiento reivindicativo, por haber promovido la carta previa de todos los rectores de colegios a la Comisión episcopal y por su decisión de dejar libres a los alumnos en sus opciones, le costó abandonar, tras su primer año, un proyecto autogestionado de encaminamiento adulto al sacerdocio en que pretendía trasformar el antiguo colegio de vocaciones tardías. Esa persona era yo.
Recuerdo cómo Carlos estuvo entonces conmigo, apoyándome en lo que pudo para conseguir que se revocase mi destitución. Incluso hizo un viaje a Valencia para informarme de todas las gestiones que estaban haciendo los alumnos y, sobre todo, para traerme el cariño y solidariedad de él y de los demás.
Yo me traje de Salamanca, junto a una gran decepción sobre las posibilidades de un posconcilio de auténtica renovación eclesial, la dirección de la revista Iglesia Viva, con un grupo de pensamiento comprometido de gran hondura que se ha ido renovando sin parar, en fidelidad siempre al Concilio. Hoy, tras celebrar el 50 aniversario emprende una nueva etapa semejante a la del 66 tras el Concilio, para defender e introducir en España la renovación profunda de Francisco, tan temida y marginada por amplios sectores de la Iglesia española.
A pesar de que la vida y la carriera de don Carlos y la mía se distanciaron mucho, tras el año que vivimos juntos en Salamanca, cuando el año 2009 lo nombraron arzobispo de Valencia, me puse en contacto con él, antes incluso de que tomara posesión. Pero en todo el tiempo que pasó aquí no conseguí tener con él ese contacto que como antiguo amigo preocupado por el futuro de la diócesis yo deseaba. Eso sí, muchas promesas de que vendría a verme cuando pasé año y medio sin poder salir de casa con una mala ruptura de fémur y promesas también de su secretario de que me señalaría una audiencia cuando ya pude caminar y la pedía. De él he recibido los abrazos más cariñosos cuando hemos coincidido en algún entierro o fiesta de parroquia.
Estoy convencido de que esas muestras de afecto eran sinceras, como también las dirigidas a los miembros del Foro de Curas de Madrid. Pero ¿a qué se debe esa resistencia a sentarse para hablar del presente y del futuro de la Iglesia? Me lo he preguntado muchas veces. Os lo estaréis preguntando muchos en Madrid. Yo diría que es porque teme comprometerse más en una línea renovadora (bastantes críticas recibe ya de sus pares) y para preservar de contagios ideológicos de izquierda su simplista convicción de que con amar y predicar a Cristo apasionadamente, con ser “amigo fuerte de Dios”, ya está todo solucionado. El análisis de sus homilías y cartas, que sigo siempre a través del perfecto servicio archidiocesano de información, me confirman de su buena voluntad, pero también de lo poco que sigue la línea de Francisco del VER-JUZGAR-ACTUAR.
A vosotros, amigos y amigas cristianas de Madrid, yo solo os recomendaría que no ceséis de presionar a vuestro excelente arzobispo en la línea del realismo y del compromiso concreto, en el desvelamiento del engaño que encierran las dudas y críticas a Francisco, aunque él ya debió ver claro que algo de hipócrita contenía el viaje de Müller por España y fue valiente, a medias al menos.
A don Carlos yo me atrevería a recomendar humildemente, desde mi condición de viejo amigo y superior, estas cosillas sin importancia, que le ayudarían a ser un verdadero líder-pastor hoy:
  • Que no tema oír todas las voces de cristianos inquietos con fe probada o del simple pueblo con sentido común. Y tampoco le importen los reproches que le vendrán de sectores carcas, como los de Infocatólica.
  • Que conteste todas las cartas y mensajes no banales que reciba. Hoy es más fácil. Tarancón jamás dejó de hacerlo en peores circunstancias. Es más importante ser educado y atento a las personas que cariñoso.
  • Que en sus intervenciones y homilías, parta siempre de hechos concretos y acabe su fervorosa reflexión bíblica con llamadas a la acción o denuncia de lo real, como hace Francisco.
  • Que, si se quita la mitra y hasta el solideo para la Consagración, por respeto al Señor, se la quite también, por respeto al pueblo, cuando le habla “no como los señores de este mundo”. Y que, tras haberse preparado bien, hable sin leer y sin demasiada afectación, pero en directo, mirando a la cara, con sencillez.

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