FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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lunes, 13 de junio de 2016

Gestos “sorprendentes” que esperamos de la Iglesia (9) Rufo González


Revalorizar la eucaristía como sacramento de reconciliación (I)

La teología y la catequesis actuales, tan clericalizadas, resaltan poco el papel que tiene la eucaristía como sacramento para el perdón de los pecados. Este carácter de reconciliación es inherente a la eucaristía por su propia naturaleza. Su celebración empieza con un acto penitencial: “antes de celebrar los sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados…”. Hacemos confesión común, pedimos juntos perdón y escuchamos el perdón gratuito de Dios. Perdón que se va explicitando en la celebración (lecturas, ofertorio, consagración, padrenuestro, la paz..) y se consuma en el abrazo de la comunión. Es trágico que la Iglesia nos lleve a participar de la “cena del Señor” sin “cenar”, estar con el Señor sin comulgar… La mayoría -en algunas celebraciones “sociales”, la totalidad- de los asistentes no comulga. La razón profunda hay que buscarla en el modo de la mediación eclesial, infectada de clericalismo.



Durante siglos la eucaristía fue el modo habitual del perdón
Hubo una época en que el sacramento del perdón para los pecados ordinarios de la vida después del bautismo era la eucaristía. Nada menos que durante los primeros siete siglos. El sacramento de la Penitencia se consideraba como el segundo bautismo, y sólo se daba una vez en la vida. Era nueva conversión a la fe cristiana. Se reservaba para quienes habían roto públicamente la opción cristiana. Cambiar de fe no se realiza frecuentemente. Si uno se convierte a Cristo, es para toda la vida. Quien por su vida totalmente indigna de Cristo se aparta del “camino”, de forma notoria, tiene que volver al proceso de conversión que le llevó al bautismo. Era un proceso público ya que su abandono de la fe había sido público. Esto ocurría con la apostasía-idolatría, el homicidio, y el abandono notorio de la familia por adulterio público. Este proceso de conversión tenía etapas y duraba largo tiempo.


“La Cena” es reconciliación con el Señor y los hermanos
Basta leer los relatos de la institución de la Cena del Señor para darse cuenta de que esta cena es en su misma entraña una reconciliación con Dios y los hermanos. Si “pecado” es todo lo que nos aleja de Dios y de los hermanos, participar de la Cena del Señor supone acercarnos a Dios, manifestado en Jesús, y a los hermanos que comparten la misma mesa. Dañarnos o dañar voluntariamente a los hijos de Dios nos aleja del Padre, de su voluntad bienhechora. Sentarnos a la mesa de Jesús inicia y consolida el proceso de vuelta al amor. Amor que repara, corrige, alienta la voluntad de Dios.


Jesús se entrega “para el perdón de los pevados”
La entrega de Jesús es precisamente para reconciliarnos con el Padre y entre nosotros. Siguiendo los textos bíblicos, los relatos litúrgicos de la institución y consagración eucarísticas subarayan con claridad meridiana el sentido de perdón y reconciliación de la eucaristía:
“Tomad, comed: esto es mi cuerpo… Bebed todos de ella, pues esto es la sangre de la alianza mía, que se derrama por todos para el perdón de los pecados” (Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-24; Lc 22, 19-20; 1Cor 11, 23-26).
“Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros… Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”.


La acción salvadora de Dios en Cristo se actualiza en cada eucaristía
Las soteriologías cristianas recogen estos aspectos de la salvación, reflejados en la eucaristía:
1.- la muerte de Jesús es “por nosotros”, en beneficio de todos, “para el perdón de los pecados” (Mt 26, 28). Luego nos libra de la “muerte” del Espíritu, acaecida por falta graves culpables.
2.- Recibir el cuerpo y la sangre de Jesús es recibir al crucificado-resucitado en sí mismo. Es, por tanto, participar de su misma vida, su vida de amor, de perdón, de trabajo… por el Reino.
3.- Participar del cuerpo y sangre de Jesús es participar de la nueva alianza, es comulgar con Dios y su Reino, es encuentro con el amor que perdona y restaura la imagen del Hijo en cada partícipe.
4.- El sentido de la sangre en la tradición bíblica (la sangre conserva la vida) inspira, sin duda, la salvación que nos viene por la sangre de Cristo. Esta sangre nos transmite la vida de Cristo, la vida de Dios, el Espíritu Santo. Esta vida es incompatible con el pecado, que es privación de la misma.


Valgan como resumen estas palabras escritas por un gran teólogo español actual:
“Nos encontramos con tres elementos de la vida de Jesús, que convergen en la eucaristía de la Iglesia. En primer lugar el recuerdo de sus comidas con publicanos y pecadores a los que Jesús, otorgándoles comensalidad, les otorgaba la amistad, la dignidad y el perdón de Dios (Lu 15,2; 19,7; Mr 2,7); en segundo lugar la última cena, que celebró en la víspera de su pasión y muerte; en tercer lugar las comidas del Resucitado. La fusión de estos tres horizontes, con el sentido y rito propio de cada uno de ellos, funda la realidad de la eucaristía de la Iglesia…” (O. González de Cardedal, “La entraña del cristianismo”. Secrtariado Trinitario. Salamanca 1997, p. 466).


Los “tres elementos de la vida de Jesús” incluyen el perdón de los pecados
“Comía con pecadores” para expresarles y entregarles el amor del Padre, como decían sus parábolas -“armas arrojadizas”, es su significado etimológico- provocadoras de la conversión.
En la última cena a todos les entrega su “pan”, incluso a Judas, ofreciéndoles perdón y amistad entrañables.
Las comidas del Resucitado son claro ejemplo de perdón gratuito: no les reprocha ni su cobardía, ni su abandono, ni su negación incluso. Estos son los regalos del Resucitado: sus discípulos al creer en él, al recordar su amor de nuevo, sienten una gran paz, una alegría inmensa, una liberación de sus culpas de forma gratuita e inmerecida. Esta experiencia de reconciliación y simpatía con Jesús y los hermanos debe ser vivencia real de la Eucaristía. Mucha pedagogía y reforma ritual debe hacer la Iglesia para provocar esta experiencia en los que participan de la eucaristía. ¿Tiene algún sentido que quienes participan de la eucaristía, creyendo en la entrega de Jesús y escuchando su voluntad perdonadora y reconciliadora, no se reconcilien en su mesa y no se alimenten de su vida resucitada?


La liturgia entiende la eucaristía como perdón y purificación de los pecados
“Ley de orar, ley de creer”, es una convicción constante. Se reza conforme a la fe. Cualquier tratado sobre la Penitencia nos aporta testimonios sobre este aspecto. Por ejemplo, el de Domiciano Fernandez: El Sacramento de la Reconciliación, Valencia 1977, pp. 204-210. Recojo algunos.
Los antiguos sacramentarios (leoniano, gelasiano, gregoriano) dicen que la eucaristía es:
perdón de los pecados (absuelve, perdona, libera);
limpieza y purificación del alma (purga, limpia, purifica);
satisfacción a Dios (expía, satisface);
santificación y salud (santifica, cura, sana).


Algunas fórmulas para el momento de la comunión lo expresan directamente:
“Que elcuerpo y la sangre del Señor os aproveche para el perdón de los pecados y para la vida eterna” (prescrita por un concilio de Rouen, s. IX).
“Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo…
por este sacrosanto Cuerpo y Sangre, líbrame de todas mi iniquidades y de todos los males…” (Oración secreta del presidente de la eucaristía. Misal actual).
“Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo…
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (Misal actual).
“El cuerpo de nuestro Señor Jesucristo para el piadoso fiel N. N. para el perdón de sus pecados; la sangre de Cristo para el perdón de sus pecados y para la vida eterna” (fórmula sirio-oriental antigua y actual para dar la comunión).

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