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lunes, 6 de junio de 2016

De la papolatría a la papafobia Pepe Mallo

O viceversa. Cuestión de antónimos y antagonismos… Cuestión de filias y fobias, simpatías y antipatías, atracciones y repulsiones, afectos e inquinas… Nuestros razonamientos y consideraciones son producto de polarizaciones, de identificaciones afines con unos o con otros. Y en consecuencia, surgen críticas o elogios, censuras o encomios, invectivas o aplausos..


La razón frente a la cerrazón
A diario leemos comentarios vehementes, ardorosos y apasionados, cuando no fanáticos y exaltados. Es cierto que cada cual tiene sus convicciones, que no necesariamente deben ser compartidas, sí respetadas y, en tal caso, refutadas, rectificadas o argumentadas. No “machacadas”. Hay personas que actúan visceralmente y lo que hacen con frecuencia es contraatacar. Me da en la nariz que en ellos no prevalece la razón sino la cerrazón. Se les perciben resentimientos más que sentimientos, prejuicios más que juicios. A veces prevalece el tremendismo apocalíptico sobre el objetivismo, el pensamiento único sobre la pluralidad.


Un solemne contrasentido
Esto viene ocurriendo con la persona del papa Francisco desde los comienzos de su pontificado, pero especialmente a raíz de la instrucción “Amoris Laetitia”. Le han tildado de fracasado, de hereje, de traidor, de demagogia y populismo; incluso han dudado de la legitimidad de su elección. Extrañamente este ramillete de críticas febriles contra Francisco proviene de quienes antaño veneraron, idolatraron y santificaron a anteriores papas (¡¡santo subito!!). Lo cual constituye un solemne contrasentido. Tiene uno la sensación de que su empecinamiento en ciertas rancias seguridades atenaza y obnubila su mente. Demuestran una testaruda obsesión por encima de la adhesión al Papa. Se trata de fanatismo químicamente puro que encierra un exclusivismo radical. En la Iglesia, incluso en altas esferas, abundan fanáticos recalcitrantes que se atrincheran a la defensiva detrás de una verdad absoluta, que disponen, infalibles, de una solución simplista para un problema complejo, que mascullan una respuesta irrefutable incluso antes de que se les formule la pregunta.


¿Se cuestiona al Espíritu Santo y a su actuación en el Pedro actual?
– Yo me cuestiono y cuestiono si estos individuos, tan apegados a la doctrina de la Iglesia, creen en el Espíritu Santo, no ya como tercera persona de la Santísima Trinidad (que fácilmente soltarían sin tartamudear una soporífera parrafada dogmática sobre la teología trinitaria), sino en el Espíritu como “dador de vida” que “sopla donde quiere y reparte los carismas como quiere” (1Cor. 12,4-11).

– Me cuestiono y cuestiono si estos sujetos, tan dados a la papolatría, creen verdad indiscutible el “Tu es Petrus…” (Mt. 16,18) que tanto han cacareado en otras “papocasiones”; si creen de verdad, como ellos mismos pregonan, en la encomienda que Jesús hizo a Pedro, el primer papa, “apacienta mis ovejas” (Jn. 21,15-17) y en el encargo de firmeza que exige Jesús en Pedro para fortalecer la fe de sus hermanos (Lc. 22,31-32).
– Me cuestiono y cuestiono si estos personajes, tan apegados a la tradición y defensores de la ortodoxia, reconocen cuál es la misión del Espíritu Santo en la Iglesia. ¿De verdad el Espíritu Santo ilumina al Papa, vicario de Cristo, sea quien sea, en su función como pastor de la Iglesia universal? ¿Asiste de verdad el Espíritu Santo a los cardenales en la elección pontificia? ¿No se elige al Papa por una mínima absoluta mayoría de dos tercios de los votos? ¿Conocen los cardenales a quién designan libremente?… Rechazar estas creencias significa impugnar no solamente a Francisco sino a todos los papas anteriores. Cierto que no se requiere el cien por cien de los votos; cierto que hubo cardenales que no le votaron; cierto que esto supone que no son de su “cuerda”; pero ¿por qué ahora esta actitud papafóbica? ¿Por qué no sentir la fuerza del Espíritu que “los apóstoles, ancianos y toda la comunidad” percibieron en Jerusalén, en el llamado primer concilio de la Iglesia (He 15, 22-28)?

¿Tienen solución los fanáticos?
Hay un recurso del que se abusa demasiado: el de rasgarse las vestiduras. Al recurso de rasgarse las vestiduras le sigue un fulminante proceso de cargarse de razón. A los fanáticos les encanta asignar etiquetas y, sobre todo, señalar con el dedo. Nunca buscan responsables, solo culpables. Tampoco les interesa entender las causas de las cosas, porque las conocen de antemano. Dialogar con un fanático es imposible: si le preguntas, se siente cuestionado; si le pides que argumente, se enroca; si le enseñas un dato, te lanza una pulla. Poseen un firme e inquebrantable esquema mental. Para los fanáticos no hay dilemas, tensiones ni alternativas entre las que elegir. Mientras los demás rumiamos nuestras dudas e incertidumbres, los fanáticos se pasan todo el día chillando certezas. Se distinguen por sus gritos, por sus miedos, por su respuesta que siempre es la misma: protegerse. Esta es su fórmula: “Hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos impedido porque no es uno de los nuestros.” (Mc. 9,37-39). No acogen, excomulgan. No aman, condenan. No tienen corazón, solo razones.


Francisco les ha colocado frente al espejo
Se sienten interpelados, acusados, impugnados, y tienen miedo a perder sus privilegios, su instalación, sus ganas de trepar, de atesorar poder. El Papa destroza sus rígidos esquemas ideológicos y les recuerda que “hoy también hay fariseos y doctores de la ley que intentan hacer caer a Jesús”; fariseos hipócritas que pagan el diezmo de la menta y del comino y descuidan lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia (Mt 23, 23). Francisco denuncia la “trampa de la casuística” tramada por un “grupito de teólogos iluminados” encerrados en la treta de la «ecuación matemática», del «¿se puede?» o «¿no se puede?». Y les echa en cara que las verdades como puños suelen desembocar en puñetazos.


El Evangelio no es el Catecismo ni el Código de Derecho Canónico
Francisco les demuestra que existe otra actitud, otro modo de mostrarse ante el mundo. Les reprocha la falta de empatía con los ciudadanos, creyentes o no creyentes. Francisco les presenta una Iglesia que viva la “alegría del Evangelio” y confíe en la novedad siempre sorpresiva del Espíritu. Pero para ellos no existe el Evangelio, solo el CIC y el Catecismo. En el Evangelio Jesús nos muestra un proyecto de vida, una forma de vivir; el CIC y el Catecismo presentan una sistemática estructura de condena. El centro de la religión no es el ritualismo ni el dogma excluyente. El centro de la religión es la integridad, la honradez y la humanidad en todo y con todos. Si no practicamos los derechos humanos, ¿vamos a andar obsesionados por los que llaman derechos divinos? Esta es la pregunta que tendrían que responder no pocos hombres de religión, los que humillan a divorciados, madres solteras, homosexuales, curas casados, porque lo manda… ¡¿qué dios lo mandará?!.

Francisco es ante todo Pastor. Ha inaugurado un estilo nuevo de ejercer de Pastor universal. Un modelo de cercanía, de alegría, de aceptación, de procesos compartidos, de toma de conciencia… frente a otro rigorista que sobrepone la ley arbitraria al hombre (Mc. 2,23).
De la papolatría a la papafobia. He aquí la esencia del fariseísmo.

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