Y los ha pillado a todos descolocados. El cardenal Müller se atrevió a afirmar que el papa Francisco sabe poca teología, que sería bueno que se impusiera más en esa disciplina tan esencial a un clérigo. Pues si Francisco, un jesuita que ha pasado por todos los rigurosos filtros jesuíticos, y ha llegado hasta dónde ha llegado, no sabe Teología, ¿qué decir de Jesús, nuestro Jesús de Nazaret? ¿En qué facultad o con qué profesor famoso, tipo Gamaliel, estudió? Tengo la impresión de que tanto Müller, como otros cardenales que se han echado al monte contra un papa providencial y absolutamente necesario en la Iglesia hoy, como el papa Francisco, han perdido no solo el oremus, sino la capacidad de una reflexión objetiva y lógica, y hasta el sentido de la realidad, que es lo peor.
Al papa le han acusado de que en su magnífica exhortación apostólica “Amoris Laetitia”, ¡magnífica para nosotros y para millones de católicos! no deja claros, o no defiende, o niega, conceptos como “la ley natural”, la “objetividad universal del pecado”, el origen divino, “iure divino” (de derecho divino), de ciertas instituciones humanas y sociales, como el matrimonio, su indisolubilidad, la absoluta pecaminosidad, sin condicionamientos, del adulterio, etc., etc. Pues bien, el papa no ha caído en ninguna de esas trampas, listo como es, y sabiendo que lo estaban esperando. Pero yo voy más allá: como en mi caso, caiga o no en trampas, a mí, y a todo el mundo, le da lo mismo, yo sí que niego, o explico de modo muy diferente, la ley natural, la primacía moral de la conciencia, la indisolubilidad del matrimonio, la condición pecaminosa del adulterio, y cuando éste se produce, y hasta la necesidad de la Gracia para poder comulgar.
Éstos serán, pues, mis temas, en el artículo que comenzaré a escribir, tranquilamente, el día 3, después que pasen los fastos de estos días, que me han tenido muy ocupado y muy disperso. Y os pido un poco de paciencia, porque como se trata de asuntos muy delicados y comprometedores, pienso escribir con tacto al explicarlos y defender mi punto de vista. ¡Gracias por vuestra delicada y fraterna comprensión!
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