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martes, 5 de abril de 2016

Morimos para resucitar Benjamín Forcano, teólogo



Benjamín Forcano1Es ineludible, y confortador al mismo tiempo, el que los cristianos podamos celebrar juntos el hecho de la muerte. Nacer, crecer, morir son actos comunitarios. Y el sentido de cada uno de ellos lo vamos adquiriendo en el evolucionar de nuestra vida.
Ahora, si es cierto que nadie puede evadirse ante el hecho de morir, no todos vamos a su encuentro de la misma manera. Hay quienes lo consideran como el final de la vida; hay quienes lo rehuyen como un enigma; y hay quienes lo viven con desespero.



En nuestra sociedad cunden posturas diversas, pero modernamente parece prevalecer la de quienes superficial o heroicamente la consideran como un hecho natural, sin que les sea dado vislumbrar tras ella, continuidad de una vida mejor, imperecedera, en plenitud de bien y felicidad. io es lo mismo una postura que otra.
Por nuestra parte, tenemos claro el significado y alcance de nuestro morir. Podemos explicarlo un poco así :
1. Con nuestra experiencia y sabiduría humana nos preguntamos y podemos investigar si la misteriosa realidad de nuestra vida se acaba o no con la muerte. Podemos dudar, filosofar, concluir una cosa u otra. En las diversas culturas, se describe y aparece diversas respuestas. Pero,

2. La búsqueda, la duda y oscuridad de nuestro saber, se ha esclarecido con la vida y enseñanza de Jesús de Nazaret. El nació, creció y evolucionó como uno de nosotros, anunció y realizó un proyecto de vida, lo confrontó con otros proyectos de su tiempo, muchos lo siguieron entusiasmados, pero otros, sobre todo los que tenían en sus manos las riendas del poder religioso y político, lo cuestionaron y lo rechazaron. Fue tal el enfrentamiento, precisamente por la distinta valoración que hacía del ser humano, de su relación con Dios , con los hombres, con la naturaleza y el futuro, que se confabularon contra El y lo eliminaron. Y lo eliminaron con muerte violenta, crucificándolo , como a un conspirador y rebelde. Pero,la cosa no acabó ahí.
3. Resulta que este visionario rebelde, crucificado, a la vista de todos muerto y sepultado, no permanece en el sepulcro, no se corrompe, nadie lo esconde ni lo sustrae y quienes se acercan tras su muerte -tres mujeres, María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé- – para embalsamarlo, se encuentran con que el sepultado no está y se les comunica que pueden entrar y ver vacío el sitio donde estaba puesto, que no lo busquen, pues ha resucitado y está vivo. Las mujeres corrieron con miedo y alegría a dar la noticia a los discípulos. Prisas, miedo, desconcierto, delirio, alegría, por parte de las mujeres; incredulidad por parte de los apóstoles ante el desatino de las mujeres. Pedro, curioso, salió veloz al sepulcro. Y al poco regresa asombrado.

Jesús, el que todo el mundo daba como fracasado, está vivo. Tumba vacía, sin que nadie pueda explicar lo sucedido. Y, además, Jesús en conversación y camino de Emaús les habla a dos de sus antiguos discípulos hasta que se les abren los ojos y lo reconocen. Y se les sigue apareciendo y casi no creyéndole estremecidos de asombro y alegría.
4. Esto, no tiene vuelta de hoja:: “Nunca, de nadie, en ningún lugar, se dijo lo que de Jesús de Nazaret: ha resucitado”. La verdad más grande, original y revolucionaria del cristianismo. Ocurrió la resurrección de Jesús muerto y sepultado. La tumba vacia y las apariciones lo atestiguan, aunque no se nos diga ni sepamos cómo ocurrió esa transformación.


Hay continuidad entre el Jesús sepultado y el Jesús que se aparece; el cadáver de la tumba no se encuentra, pero se les muestra vivo el mismo Jesús, hablando, comiendo y bebiendo incluso con ellos.
Esta es la historia de que el Jesús que se estaba apareciendo estaba en continuidad corporal con el cadáver que había ocupado la tumba. Nadie esperaba que a un individuo muerto le pudiera ocurrir la resurrección. Ni los mismos discípulos esperaban que esto pudiera sucederle a Jesús. Es legítimo pensar que los discípulos tuvieran sueños sobre Jesús, pero los solos sueños no bastan para que judíos y paganos hubieran podido afirmar que Jesús había resucitado. La creencia cristiana habla de continuidad de la persona concreta fallecida y, al mismo tiempo, de transformación: Jesús aparecido es indudablemente corpóreo pero su cuerpo posee propiedades sin precedentes y hasta entonces inimaginables.


Y, al mismo tiempo, con la resurrección de Jesús, recibimos la noticia de nuestra propia resurrección: “Volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo, estéis también vosotros”.
¡Qué dicha, qué suerte y qué felicidad!


Los apóstoles, hombres sin letras ni instrucción, que convivieron con Jesús, le acompañaron, comieron y bebieron con él, le escucharon y tan cosas aprendieron de él, aseguran con todas de la ley: “Dios resucitó a este Jesús y nosotros somos testigos” (Hch 2,32-36). “Vosotros, jefes de Israel, matastéis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó, nosotros somos testigos” (Hch 3,13-16).
5. Poco más podría añadirse a estas palabras. Pero es preciso dar cabida en nuestro corazón a esta luz y esta fuerza, esta energía insospechada: “Vivimos no para morir, sino para resucitar”, al morir cerramos los ojos para abrirlos a una vida superior y mejor.


Resucitar es abrigar como un tesoro esta convicción, es ir adelantando con nuestra vida el género de vida que llevaremos junto al Dios Padre, que nos ama y nos espera.
Disponemos de una vida: hermosa si la vivimos como Jesús de Nazaret, libre cada vez más de ataduras, miedos y contradicciones; debemos ir construyendo ese hombre nuevo de justicia, de libertad, de ternura, de amor y de solidaridad que nos enseña Jesús; debemos aproximar cada vez más esta tierra al cielo que nos espera; debemos hacer que nuestras obras, en una y otra parte, sean capaces de suscitar la querencia y el encuentro con Dios, que es Dios de todos y de todo.


Puede haber gente que crea que nuestra vida se identifica con la materia y que, una vez la materia se acaba, se acaba también la vida. Yo, ni racional, ni científica, ni filosóficamente creo eso. Pero no lo creo sobre todo desde que el Dios Amor se nos mostró y nos descubrió en Jesús, su hijo, la vida humana plena, su calidad inmensa, objeto de admiración y seguimiento para millones de seres humanos en todas las partes y recibimos histórica certificación de que El resucitó y nosotros resucitaremos con El.
Bebamos el vino del hombre nuevo. Acerquemos nuestra copa a la copa del resucitado. ¡Celebremos la vida, celebremos la resurrección!

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