Las procesiones, o desfiles penitenciales, y la condición “aconfesional” del Estado Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Es mi intención, en este artículo, comentar algunas incidencias, es decir, hechos reales materiales, así como algunas declaraciones o manifestaciones verbales que han tenido lugar en esta Semana Santa. A mí, más que gustarme, me provoca cierto pasmo, incredulidad, y hasta disgusto, ver, en las procesiones, llamémoslas así, aunque sé que muchos cofrades rehuirán esta denominación, uniformes de soldados, policías, guardias civiles, o legionarios , haciendo sus demostraciones de habilidades más atléticas que bélicas, ¡menos mal!, de los legionarios. Todavía los uniformes de soldados romanos tienen la fácil defensa de su sentido teatral e histórico para su uso. Pero de cuerpos militares y de seguridad del Estado, en su forma actual de servicio, no veo, la verdad, ningún sentido ni religioso, ni mucho menos cristiano. Muchos invocarán la tradición, pero ya dijo Jesús, “ay de vosotros, fariseos hipócritas, que por guardar vuestras tradiciones no hacéis caso a la Palabra de Dios”.

Ya sabemos que os desfiles procesionales de Semana Santa no son actos sacramentales, ni, hablando en sentido estricto, verdaderos actos litúrgicos, sino solamente paralitúrgicos. Pero aun así, la presencia de autoridades, militares o no, del Estado, como tales, no tiene ni cabida, ni fundamento, ni sentido litúrgico alguno. Si el alcalde, por ejemplo, participara como tal, representando obviamente al municipio, porque si no es así su presencia sería puramente privada, y no estaría como tal autoridad sino como un fiel, o ciudadano más, Don Alejandro Gómez, por ejemplo, y así su presencia sería normal y aceptable. Porque ni el municipio, ni la Autonomía, ni la diputación, ni el Gobierno de la nación, ni el Congreso, o el Senado, o el Tribunal Supremo, son instituciones eclesiales, o que tengan función y relevancia litúrgicas. Por lo que sus representantes, tampoco.

Y entre las declaraciones, comentarios, reproches o críticas, me ha llamado la atención la del arzobispo de Oviedo, D. Jesús Sanz, a los miembros, o tal vez sea más exacto decir que “a algunos” de esos miembros, de la corporación municipal de Oviedo. Vino a decir que se les “veía el plumero”, y que éste no era el más fino y presentable posible. Se refería a que el ayuntamiento ovetense había renunciado a cumplir no sé qué tradición referente a la celebración de la Pascua. Pienso, de verdad, y fraternalmente, que el arzobispo se equivoca, y que no debería reprochar que una institución civil tome la decisión que tal vez, me corrijo, tal vez no, ¡seguramente!, debería tomar valientemente, pero sobre todo, evangélicamente, la institución eclesiástica. Y, en el caso que nos ocupa, el arzobispo de Oviedo, que es su representante canónico. Es decir, en mi opinión, más que reproches, esos laicos, tal vez descreídos, merecían mejor que se les diera las gracias por facilitar la labor pastoral del obispo.