El bombardeo de imágenes lastimeras puede provocar un exceso de empatía por los problemas de los demás. Esto nos satura, provoca que abandonemos nuestros problemas y nos paraliza para al final no hacer nada. Ni por los demás ni por nosotros mismos.
Nuestros muros de Facebook se saturan a diario con imágenes de niños en los huesos, de refugiados ante alambradas con pinchos diseñados para desgarrar, de inmigrantes que luchan por sobrevivir en las frías aguas europeas, de mujeres que sufren y padecen. Pero también se llenan de fotos de perros abandonados y de otros animales maltratados, de peticiones de Change.org para prohibir tal o cual práctica, para salvar este o aquel bosque, para contar la historia de un niño con cáncer que no recibe tratamiento por trabas burocráticas, de personas con discapacidad que no disfrutan de algunos de sus derechos sociales.
Publicadas para provocar una reacción, un exceso de imágenes y de mensajes como éstos pueden provocar una “saturación de empatía”, como lo llama el psicoterapeuta Joseph Burgo en The New York Times. “¿Tienes problemas de primer mundo? No te sientas culpable”, pregunta con el título del artículo y da pistas sobre lo que va a desarrollar.
Sostiene el doctor Burgo que esa sobrecarga puede provocar que descuidemos nuestros problemas, que de forma objetiva no pueden compararse con los de un niño que pierde a sus padres en Aleppo, a los de una madre que no puede dar de comer a sus hijos.
“Si permitiéramos que cada tragedia masiva nos afectara profundamente, pronto padeceríamos una sobrecarga de empatía. La empatía por otros es una cosa buena, una capacidad humana básica que sostiene la civilización. Pero tiene una cara negativa cuando te hace avergonzarte de lo que te importa, o cuando te distrae de otras de tus emociones importantes”, sostiene Burgo.
Cuando se instalan la vergüenza de nuestros propios sentimientos o ciertos sentimientos de culpa corremos el peligro de paralizarnos y de no hacer nada ni por nosotros mismos ni por los refugiados a los que acogen nuestras ciudades.
Con frecuencia, se produce la respuesta contraria a esa sobrecarga de empatía con comportamientos narcisistas. Cerramos el paso a nuestros receptores de empatía y volcamos toda la atención en nosotros mismos. Brota así ese narcisismo con el que también bombardeamos a nuestros “amigos” en redes sociales: selfies, fotos de pies, fotos de cielos, el kilometraje de nuestras carreras por la ciudad, paisajes y fotos de todo tipo, reflexiones en voz alta cuando no indirectas despechadas a los ex o a quienes nos han rechazado o lastimado…
El doctor Burgo nos aporta elementos para entender algunas de las causas del narcisismo en las redes. En lugar de condenar y de juzgar a esos narcisistas sin más, podemos ver con un nuevo prisma los efectos que pueden producir las imágenes y los videos que compartimos, muchas veces sin digerirlos y procesarlos antes, incluso sin contrastarlos.
También nos invita a no tener que dar explicaciones a nadie de nuestras prioridades. No tenemos que sentirnos culpables por estar más enfocados en nuestros fracasos sentimentales y nuestras orfandades emocionales que en los niños que trabajan en las fábricas de ropa en el llamado Tercer Mundo que luego compramos a precios desorbitados en Zara o en otras tiendas del Primer Mundo. No podemos hacer la revolución fuera mientras dejamos de lado a nuestro entorno más cercano y que también nos necesita. La conciencia sobre lo que ocurre en el mundo y la sensibilidad con todo lo humano que nos rodea puede ser compatible con el manejo de nuestros problemas más cercanos y nuestros sentimientos.
Los medios de comunicación podrían tomar nota. El exceso de imágenes lastimeras y de noticias negativas sirve de caldo de cultivo para el lado más frívolo y rosa de nuestro narcisismo y de nuestro egoísmo en sociedades opulentas que conviven con la miseria con cada vez menos rubor.
También las organizaciones sociales pueden sacar conclusiones antes de lanzarse a un bombardeo de mensajes y de imágenes que puedan producir un efecto boomerang. Para implicarse como voluntarias y ayudar a los demás, las personas tienen que buscar un equilibrio entre su parte más empática con los problemas “ajenos” y su parte más “egoísta”. Todo puede cambiar cuando caigamos en la cuenta de que nada humano nos es ajeno: ni lo que les ocurre a otros ni lo que nos ocurre en este momento a nosotros.
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