FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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lunes, 18 de enero de 2016

Jubileo de la Misericordia y ley del celibato (4) Rufo González




celibatoNo se respeta la dignidad sacerdotal, impediendo el ministerio por causa ajena al ministerio
El Jubileo exige “volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella” (Mv 16)
“La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno… Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre” (Mv 12).


El lema jubilar de “ser misericordiosos como el Padre” es para todos, incluida la institución eclesial. Sus comportamientos y leyes también lo necesitan. El amor del Padre, manifestado en la vida y en las palabras de Jesús, no siempre sirve de guia a los dirigentes de la Iglesia.
“En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. Él da todo sí mismo, por siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio. Viene en nuestra ayuda cuando lo invocamos. Es bello que la oración cotidiana de la Iglesia inicie con estas palabras: `Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme´ (Sal 70,2). El auxilio que invocamos es ya el primer paso de la misericordia de Dios hacia nosotros. Él viene a salvarnos de la condición de debilidad en la que vivimos. Y su auxilio consiste en permitirnos captar su presencia y cercanía. Día tras día, tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a ser compasivos con todos” (Mv 14).
“… Este Año Santo lleva consigo la riqueza de la misión de Jesús que resuena en las palabras del Profeta: llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella. La predicación de Jesús se hace de nuevo visible en las respuestas de fe que el testimonio de los cristianos está llamado a ofrecer. Nos acompañen las palabras del Apóstol: `El que practica misericordia, que lo haga con alegría´ (Rm 12,8)” (Mv 16).
El celibato obligatorio para el ministerio carece de inspiración bíblica
Más aún, la inspiración bíblica lo contradice. Es la pareja quien refleja la imagen del Dios-Amor: “Dios creó al hombre, varón y mujer, a imagen suya” (Gen 1, 27). “No es bueno que el hombre esté solo; voy hacerle una compañera” (Gen 2, 18). En este sentido humano, comprensivo, de la Biblia, se inspiró Jesús para no exigir a sus apóstoles, ni siquiera recomendar la soltería o celibato. Jesús se limita a constatar la existencia de diversas clases de solterías, entre las cuales aparecen los “que se hacen eunucos por el reino de Dios” (Mt 19,11-12). Ni lo alaba ni lo denigra. Es una posibilidad que algunas personas pueden elegir (“el que sea capaz de entender, entienda”), pero que de ningún modo es exigida. Hay cristianos que encuentran su plena realización trabajando por el Reino, y, por su propia voluntad, deciden no casarse. En la mente de Jesús no está el exigir soltería para otorgar tarea alguna por el Reino. Los apóstoles estarían casados. De Pedro nos consta. Para los judíos casarse y tener hijos era voluntad o mandato de Dios creador: “creced y multiplicaos” (Gén 1, 28).
Que no es “ley del Señor” claramente lo dice Pablo: “Sobre las vírgenes no tengo precepto del Señor” (1 Cor 7,25). Más aún, el autor de las Cartas Pastorales, atribuidas a Pablo, da un criterio para elegir obispo, que con la ley celibataria se ha perdido: “que gobierne bien su propia familia” (1Tim 3, 4). Para aquellos que decidieron no casarse o permanecer viudos, Pablo les aconseja: “si no se pueden contener, que se casen, pues es mejor casarse que abrasarse” (1Cor 7, 8-9). Esto es orientación bíblica. Por tanto, más valiosa que la norma eclesial. Dios no quiere que el ser humano esté “reprimiendo” su naturaleza habitualmente. La represión no produce alegría ni serenidad.
Buen programa del Jubileo
“En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales… ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo” (Mv. 15).
Indiferencia de obispos y presbíteros
Comparemos estas palabras del Papa con el testimonio de un sacerdote canario, biblista, profesor universitario. Carta de Juan Barreto a su obispo, Ramón Echarren (+). Es uno de los “muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de” sus colegas sacerdotes (obispos y presbíteros) en activo a quienes la Ley les ha endurecido el corazón:
“El trato recibido es vejatorio, empezando por los procedimientos humillantes a los que se los somete en los trámites para obtener la secularización… Nada importa la experiencia, la preparación, los años de dedicación, ni siquiera la disponibilidad explícita… Si obtienen la secularización, se los tolera en la comunidad, pero según la práctica vigente, y lo sabes tanto como yo (no necesitas que te cite ningún documento), se los discrimina. Son sospechosos de por vida. No podrán, si no es por la benevolencia de algún obispo, ni dar clases de religión. Traidores, renegados, otros Judas son las expresiones al uso … y hay que oírlas cuando caen sobre uno para darse cuenta del peso brutal de cada una de ellas. Como pecadores públicos se les trata para público escarmiento. No podrán ni celebrar su boda en público. Con todo y con ser tantos -ahí están las cifras- el silencio es clamoroso. Compañeros con los que habíamos trabajado toda la vida, ¿qué digo?, hermanos con los que habíamos convivido durante tantos años. No existen… Son una vergüenza pública de la que no se habla para que no cunda el (mal) ejemplo. Para mí este silencio es el auténtico escándalo.
Son miles los que han dado el paso. Y muchos son también los que han quedado atrapados en situaciones donde no les es posible ni retroceder ni avanzar… Esas historias no quitan el sueño a nadie, al parecer, porque todo sigue igual en la fachada… Da la impresión de que no interesan los dramas personales ni la verdad que nos hace libres, sino la aparente blancura del muro que esconde tantas miserias. No hablo de perversiones ni de pecados, sino de sufrimientos ocasionados por situaciones insostenibles y del envilecimiento consiguiente de los dones de la vida. dones de Dios.
¿Qué ha pasado?… ¿Es el hombre el que ha fallado o es la ley la que no es adecuada?… ¿Es el hombre para la ley o la ley para el hombre? No hablamos de una ley fundacional, constitutiva del ser o no ser del ministerio… Es tabú este tema. Y esto es, lo repito, escandaloso. Ese tic del silencio es el que creo reconocer… El proceder es el siguiente: todo está perfecto, nada hay que cambiar, las disfunciones se deben a problemas de educación, quizá a una vida de piedad en quiebra (falta de oración, etc.), a una vida afectiva no madura (falta de experiencia de amistad, etc … )…
Se necesita la confesión ante notario del propio reo para que quede constancia de que no es la ley, sino la fragilidad humana de cada una de las personas responsables de la situación. Con la confesión de la culpa va pareja la asunción de la pena. Y todos tan tranquilos. Nada ha pasado. Se ha excluido del ministerio a un veinticinco por ciento de los que lo servían, se los ha condenado al ostracismo eclesial, y, si algún reticente vacila en firmar, se lo empuja fuera para que no enturbie la conciencia. Después con admirable imperturbabilidad organizamos semanas de oración por los hermanos separados, semanas de fe y cultura para captar creyentes, semanas por las vocaciones… y no nos cansamos de advertir -siempre a “los otros”- que hasta las prostitutas los precederán en el Reino de los cielos. Nos hemos lavado muy bien las manos…
Según mi entender, el modo de afrontar el tema es paradigma de ceguera e hipocresía escandaloso. Es su carácter sintomático lo que le da dimensión inquietante. Nunca quise convertir esto en una discusión teórica. No fue por planteamientos teóricos por los que me casé con Carmen. Lo hice porque nos queríamos ¡Eso es todo! No pensé que, en mis circunstancias, esa nueva situación me impidiese por sí misma, prestar a la comunidad el servicio que estaba prestando. Todo lo contrario”.
(CURAS CASADOS. Historias de fe y ternura. R. Alario y Tere Cortés, coordinadores. Moceop. Albacete 2010, pág. 177-179).

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