Otra vez ha vuelto el tema de fallido intento de ser padrino de bautismo el transexual Álex Salinas. Yo estoy inclinado a entender no solo al obispo de Cádiz, sino a cualquier ministro de los sacramentos que ponga trabas para que alguien pueda ser padrino de Bautismo. Y como quiero ser entendido, iré despacio y por partes:
El Bautismo es un sacramento de la Iglesia, y por eso mismo es ésta la que tiene la responsabilidad de ordenar su celebración.
Muy importante: el Bautismo no es, principalmente una fiesta familiar. El ser pariente de quien va a ser bautizado no habilita a nadie para ser ejercer de padrino. El padrino tiene, como misión, no solo principal, sino fundamental, no la ayuda social, psicológica y hasta económica en la educación de su ahijado, sino, sobre todo, como condición “sine que nom” (sin la cual no puede ejercer como tal), la de garantizar la educación cristiana, y el crecimiento en la fe del ahijado.
Muy pocas personas católicas, o que se reconocen como tales, pueden asegurar poseer esa condición. Por eso, deberían ser mucho más frecuentes las noticias del rechazo de muchos aspirantes a padrinos de Bautismo, y, entonces, una vez establecidos los criterios para ese ministerio, la discusión y la polémica bajarían de tono y serían de una normalidad total.
El problema es cuando esos rechazos se producen siempre, o casi siempre, en una dirección muy determinada, y por motivos discutibles que no siempre aparecen en el Evangelio. Y aquí entramos en el caso del obispo de Cádiz, y en el problema de esgrimir argumentos que no tienen ni lógica, ni consistencia, ni fundamento en el Evangelio. El gran argumento que ha esgrimido el obispo Zornoza es literalmente, que la petición “no puede ser aceptada” porque es “evidente” que “no posee el requisito de llevar una vida conforme a la fe y al cargo de padrino”. Y todavía más, en las palabras del propio obispo: “El mismo comportamiento transexual revela de manera pública una actitud opuesta a la exigencia moral de resolver el propio problema de identidad sexual según la verdad del propio sexo”.
La pregunta decisiva es: ¿por qué damos tanta importancia a comportamientos que no tienen ninguna base o fundamento en el Evangelio, y a otros, que sí se encuentran repetidamente en el mismo, no les hacemos ningún caso? Es evidente que el Evangelio no dice nada ni de los padrinos del Bautismo, ni de sus requisitos, y mucho menos plantea el problema de la transexualidad, o la homosexualidad. Y, sin embargo, ese Evangelio tan citado habla montones de veces de la relación con el dinero, del amor al prójimo “como Yo os he amado”, de la importancia de saber ser pobre por el Reino de Dios, de la imposibilidad de “servir a Dios y al dinero”, y un interminable etcétera.
¿Alguna vez el obispo de Cádiz, o cualquier otro, o algún párroco, ha rechazado a algún aspirante a padrino de Bautismo por asuntos de injusticia social flagrante, de abuso y ostentación de dinero, de no tener entrañas de misericordia “para los pobres y desvalidos”, por no partir el pan con el hambriento, por no haber visto en el pobre, en el encarcelado, en el enfermo, en el peregrino, en el inmigrante, el rostro mismo de Jesús? Pues cuando se de alguno de estos supuestos, creeremos todos que la Jerarquía se toma en serio, tan en serio como la Iglesia primitiva, la importancia del acompañamiento de los garantes veteranos, consolidados en la fe, para los bautizados novatos. Pero no lo veremos mientras muchos jerarcas sigan considerando más importantes que los valores que aparecen claramente en el Evangelio, otros, que más que de valores, se trata de prejuicios morales y sociales, generalmente ya superados en nuestra época.
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