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martes, 16 de junio de 2015

“La corrupción tenía un precio” José M. Castillo, teólogo


Castillo1No hablo de pistoleros del oeste. Me refiero a cosas más serias. Y de enorme actualidad. Ya nadie duda que la corrupción ha tenido un costo muy alto, que ya han empezado a pagar los responsables de tanta desvergüenza. Lo mismo si los desvergonzados han sido de izquierdas o de derechas. Y lo curioso es que la sentencia condenatoria no la han pronunciado los jueces. Han sido los ciudadanos los que han empezado a decir, no en los tribunales sino en las urnas, ¡BASTA YA! Y han empezado a caer las estrellas del firmamento político, desde Andalucía a Cataluña, pasando por Madrid, Valencia, Murcia, Baleares, Castilla-La Mancha, Extremadura… ¿qué sé yo?

El hecho es que la gente tolera cada día menos la corrupción. Y por esto tolera también cada día menos las condiciones que hacen posible la pervivencia de corruptos en cargos de privilegio y poder. Esto es lo que explica – creo yo – por qué ya no se tolera, no digo a los dictadores, sino incluso ni a las mayorías absolutas, que tienen el peligro de comportarse, a veces, como parientes cercanos de los poderes absolutos. No, amigos, por ese camino no vamos a ninguna parte. O mejor dicho, vamos derechos y deprisa al abismo de la autodestrucción. En esto consiste – me parece a mí – el meollo de la nueva convicción, la “nueva cultura” que estamos estrenando.
¿Qué quiero decir con esto? Cualquier persona culta sabe que la segunda mitad del siglo XVIII fue el tiempo en que cuajó, y se puso en evidencia, el nacimiento de la Ilustración, la Era de la Razón, que algunos han visto resumida y condensada en la frase feliz de Kant: “atrévete a pensar” (“sapere aude”). Pues bien, si entonces fue a la Razón, ahora le toca el turno al Poder. O para decirlo con más precisión, si la Ilustración fue el tiempo en que los seres humanos pudimos empezar a ser adultos, pensando por nosotros mismos, ahora estamos empezando a estrenar una nueva Era. La Era en que, en buena medida al menos, podemos ser gestores de nuestro propio destino. Porque, sin darnos cuenta de lo que realmente ha ocurrido, el hecho es que ya no nos sometemos al “poder opresor”, sino que sólo nos dejamos guiar por el “poder seductor”. Es verdad que, dejándonos guiar por este poder más amable, en definitiva éste es el poder por el que ahora mismo los humanos nos sometemos, por nosotros mismos, al entramado de la dominación. Pero también es cierto que, aun siguiendo dominados, no es menos cierto que esta forma de dominación es más vulnerable y tiene más fisuras. Por eso seguiremos, sin duda, dominados. Pero no sometidos. Y, en todo caso, viendo que cada día se nos abren horizontes nuevos de esperanza.
Lo estamos viendo. No se trata sólo de que ya tenemos Autonomías y Ayuntamientos en los que no hay mayorías absolutas. Porque son el resultado de pactos, que se van a controlar unos a otros. Ni solamente me estoy refiriendo a que nos acabamos de enterar, que tenemos alcaldesas y alcaldes que se bajan los sueldos, que no quieren coches oficiales, ni escoltas, ni se ponen corbatas o llevan bolsos y vestidos de marca. Todo eso, a fin de cuentas, aunque tiene su importancia, no representa demasiado. Lo que importa es lo que subyace a la simbólica del poder. Y lo que subyace – me parece a mí – es que cada día es más determinante, para quienes nos gobiernan, el sufrimiento de la gente, la salud de los enfermos, la educación de niños y los jóvenes, los derechos humanos de todos. El día que el actual obispo de Roma, el Papa Francisco, se asomó al balcón principal de la plaza de San Pedro, y antes de bendecir al pueblo, quiso que el pueblo le bendijera a él, ese día empecé a tener una esperanza que cada día se afianza más en mi vida. Porque aquella tarde intuí que estaba naciendo una Era Nueva. Y ahora tengo el convencimiento de que esa Era Nueva, no es que está naciendo, sino que ya ha nacido. 

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