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jueves, 26 de febrero de 2015

Los grandes números de los ricos, ruina de los demás José M. Castillo, teólogo



Teología sin censura

Ayer (24.II.2015), escuchando el debate sobre “el estado de la nación”, caí en la cuenta de la importancia y de la significación de una de las enseñanzas más fuertes que nos ofrecen los evangelios. Los grandes números de la economía, que manejan los ricos, cuando esos números son buenos para los potentados, tales números están gritando en desierto la ruina, el hambre y la miseria del resto de los ciudadanos. Esto es lo que ocurrió ayer en el debate de los políticos. En el que quedó patente que los mismos números, que ponían locos de contentos a quienes representan los intereses de los ricos satisfechos, son los números que ponen indignados y rabiosos a los que en el parlamento se sientan en la bancada de enfrente. Y, al revés, cundo el que representa a la gente de la calle pone al descubierto la desesperación de los parados, de los sin papeles, de los que tienen que huir de España para buscarse la vida…, entonces fue cuando los de enfrente se ponían nerviosos hasta mostrar una indignación que no podían reprimir.

La gente se pregunta ahora quién ganó el debate y quién lo perdió. Pero, ¿no nos damos cuenta de que lo que ayer quedó en evidencia fue algo mucho más grave, algo que entraña un peligro inmensamente más fuerte? ¿Qué más da que gane uno o que gane otro? Esto no es un juego. Ni es un deporte. Lo más esperpéntico, que vimos ayer, es que el sistema económico-político, que nos rige, está pensado y organizado de tal manera que la economía no puede funcionar si los grandes números, que maneja la gran economía, no van bien. Lo cual quiere decir que podemos tener un país en el que la economía está creciendo imparable, cuando eso, en realidad, lo que representa es que los ricos son cada día más ricos, al tiempo que la gran masa de la población se hunde en la miseria. Por eso, cuando alguien tiene la posibilidad de decir, a micrófono abierto, lo que realmente está pasando y soportando la enorme mayoría de la población, los que manejan los grandes números se quedan al descubierto y pierden hasta la exquisita educación que aprendieron en un colegio de pago.
La consecuencia de este estado de cosas da miedo. Mucho miedo. Porque no se trata ya de que este sistema está sosteniendo y fomentando la sociedad cainita de “las dos espeñas”. Eso, con ser tan grave, no es lo más malo. Lo peor de todo es que se está reproduciendo la sociedad de los esclavos. En la antigua Grecia, en el Imperio romano, en la Edad Media, la sociedad se mantuvo porque el “poder opresor” de los señores fue eficaz y tuvo medios para tener sometidos a la inmensa mayoría de los que trabajaban y sostenían a los de arriba. El problema – tranquilizante para los insensatos y aterrador para los que piensan – es que la sociedad actual ya no se sostiene sobre la base del “poder opresor”. La sociedad que hoy tenemos funciona sobre la base del “poder seductor”. Y lo que más miedo da es que quienes tienen el poder que proporcionan los grandes números, por eso mismo tienen el “poder seductor”, al que todos nos sometemos encantados y pensando, además, que somos libres. Cuando en realidad somos los nuevos esclavos que estamos, y estaremos, a merced de lo que decidan por nosotros, y para nosotros, los señores de los grandes números.
¿Se comprende así mejor lo que ocurrió ayer entre Rajoy y Sánchez? No sé si con esto queda más claro. En cualquier caso, lo que, a mi modo de ver, quedó en total evidencia es que de este estado de cosas no nos saca la economía que tenemos. Porque es una economía pensada para concentran la riqueza cada vez más y más en menos y menos personas. Tendrían que ser unos santos los que manejan los grandes números para no sacar tajada, cuando son tantas las suculentas tajadas que tiene al alcance de la mano.
Así las cosas, ¿qué solución nos puede quedar? Yo no veo otra, que una solución que venga de fuera del sistema y basada, por tanto, en otros supuestos de base. Y tales supuestos, se les llame como se les llame, son los que yo encuentro en el Evangelio. El proyecto de vida de aquel “campesino judío” (John D. Crossan) al que llamaban Jesús el Nazareno. El fenómeno inesperado del papa Francisco me ha dado mucho que pensar. ¿Cómo se explica que este papa de Occidente se haya plantado en un país del lejano Orienta y, con su sola presencia, haya concentrado a seis millones de personas hundidas en carencias y miseria? Sin duda, porque en este hombre, como símbolo, han visto un horizonte de esperanza. En esta “economía canalla” (Loretta Napoleoni) en que vivimos, por pervertir, hemos pervertido hasta el Evangelio. De aquel “proyecto de vida”, que se nos presentó como humanidad e igualdad para todos, hemos hecho una “religión de poderes, rituales y ceremonias”. Total, un mecanismo más de poder para los bien situados. Y un argumento potente de resignación para los que no pueden tirar de la vida. ¿Por qué los de los grandes números y los de este modelo de religión se llevan como uña y carne? Sin duda por la misma razón por la que quienes sueñan con una sociedad igualitaria y justa ponen de los nervios a los que no soportan oír lo que pasa en la calle.
Y termino con una advertencia capital. Que nadie me venga diciendo que yo defiendo al PP o al PSOE o a PODEMOS o a CIUDADANOS…. Mi convicción es que el sistema económico que tenemos, lo maneje quien lo maneje, no nos saca de donde estamos metidos. Lo que digo sobre el Evangelio se justifica porque el Evangelio entraña un “proyecto de vida” que, por su profunda humanidad, nos puede humanizar a todos. Y sólo así es como yo veo salida al sombrío estado de cosas en que nos han metido. 

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