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domingo, 28 de diciembre de 2014

Al final ¿dónde y cuándo nació Jesús? Juan Arias




La Navidad es una bella y erna leyenda ya que Jesús no nació ni el 24 de diciembre, ni en Belén, ni en un pesebre
Cada año, al acercarse la Navidad hay siempre quien me pregunta, recordando mis estudios bíblicos: “¿Donde nació de verdad Jesús?” ¿Es verdad que no nació en Belén sino en la minúscula aldea de Nazaret, en la región de Galilea?
¿Es cierto que no nació el 24 de diciembre? ¿Se sabe lo que hizo hasta aparecer en público con 30 años?
¿Estaba casado? ¿Tuvo hijos? ¿Por qué lo mataron? ¿Por revolucionario polí co o por desafiar el poder del Templo judío?
La Navidad tal y como la viven los cris anos, católicos, protestantes o evangélicos es hoy más bien una leyenda según los expertos en estudios bíblicos. Una bella y erna leyenda creada, para que se cumplieran las profecías según las cuales el Mesías debería ser de la es rpe de David que había nacido en Belén.


En realidad Jesús y toda su familia eran de Nazaret. Todos judíos. La leyenda del nacimiento de Jesús cuenta que, nació en invierno, en un pesebre, entre animales que le ofrecían calor, adorado por tres reyes de Oriente que le llevaron de regalo oro, incienso y mirra.
Junto con la de su nacimiento en Belén nació también la leyenda de la huida a Egipto porque el rey Herodes quería matar al niño. Como no consiguió encontrarlo, habría mandado matar a todos los niños menores de dos años. Una historia preñada de simbolismos que acaba gustando a pequeños y grandes.
La leyenda del nacimiento de Jesús es silenciada por dos de los cuatro evangelios canónicos: el de Marcos, considerado el más an guo, y el de Juan. Ellos inician el relato de la vida de Jesús cuando era ya adulto. Dan por hecho que Jesús y toda su familia eran oriundos de la aldea de Nazaret tan pequeña que no aparece en los mapas de aquel empo. Tan rural, que en ella se hablaba un dialecto del arameo, la lengua oficial. El hebreo se había conver do en una lengua de culto. Tan insignificante en aquel empo que los fariseos, ante la fama que iba ganando el profeta, se preguntaban “si en Nazaret podía nacer algo bueno”.


La Iglesia bautizó como cristiana la gran festividad pagana de los romanos
El judío Jesús que daría origen al futuro cris anismo nació sin cantos de ángeles, sin magos llegados del Oriente para adorarlo, sin pesebre y sin ser perseguido por Herodes. No nació el 24 de diciembre, por el simple hecho de que en ninguno de los textos evangélicos se habla de esa fecha. Fue escogida por la Iglesia más tarde porque los cris anos querían celebrar la fes vidad de su nacimiento.


Se decidió que fuera el 24 de diciembre porque era la gran fiesta de Roma, la fiesta al dios Sol. La Iglesia bau zó como cris ana la gran fes vidad pagana de los romanos.
Otro de los argumentos de los biblistas para defender que Jesús nació en Nazaret se refiere al hecho de que a los judíos se les designaba o por el nombre del padre o por el del lugar del nacimiento. Jesús debería haberse llamado o Jesús de José o Jesús de Belén, algo que no aparece en ningún texto evangélico. En ellos, en todos, se le llama siempre Jesús de Nazaret.

Una cosa es cierta: nadie sabe lo que Jesús hizo hasta los 30 años que es cuando aparece en público. Se ha querido defender úl mamente que Jesús era analfabeto. Nada más falso. Si acaso, el misterio radica en saber como sabía tanto tras haber vivido hasta entonces encerrado en el pequeño pueblo de Galilea trabajando como carpintero o peón de albañil.

En efecto, a los 30 años Jesús se muestra capaz de discu r con los doctores de la ley, conocía los textos
sagrados del judaísmo, varias culturas como la griega o la de los gnós cos y otras religiones como el budismo.

Jesús estuvo casado sin duda con la Magdalena que no era, como sostuvo durante siglos la Iglesia, una prostituta o endemoniada

Jesús era culto y hasta intelectuales como Nicodemo iban a encontrarse con él de noche, a escondidas, para discu r temas filosóficos como el de la metamorfosis indispensable para poder dar un salto cuán co del frío culto a la ley a la libertad de espíritu del nuevo Reino por él anunciado.
Nacen así las hipótesis de que en vez de haberse quedado en Nazaret hubiese podido viajar a Egipto y hasta a la India durante su juventud. Conocía bien la cultura griega. Cuando los apóstoles le presentan un grupo de griegos que querían conocerle, usa con ellos de una fina ironía. A sabiendas de que para ellos la belleza corporal era fundamental y criterio de poder, Jesús les cuenta la parábola de la simiente, la cual si no se pudre en la erra y no se la cubre de es ércol, no nacerá ni dará frutos. Lo opuesto a los puros criterios de la esté ca de la belleza griega.


¿Qué si Jesús estaba casado? Pocos teólogos y expertos en cues ones bíblicas tanto católicos como protestantes lo ponen hoy en duda. Era prác ca inconcebible para un judío de su empo no tener familia y descendencia ya que el judaísmo se transmite de madre a hijo.
Tan fuerte era ese mo vo que en la Biblia a los patriarcas cuyas esposas eran estériles, Dios les pedía que se acostasen con una de las esclavas para darles descendencia. Fue el caso, por ejemplo, de Abraham casado con Sara que no podía procrear.

¿Con quién estaba casado? Sin duda con la Magdalena, que no era, como sostuvo durante siglos la Iglesia, una pros tuta o endemoniada. Con mucha probabilidad era una conocedora de la doctrina gnós ca, como aparece en algunos evangelios de aquella secta. A ella confiaba sus mayores secretos, algo que despertaba los celos de Pedro: “¿Por qué a ella y no a nosotros?”, se pregunta en uno de los evangelios gnós cos.

De no haber sido su mujer no hubiese sido a ella a quien se le apareció el día de la resurrección, antes aún que a su madre. Pedro se quedó perplejo preguntándose por qué no se les había aparecido a ellos, sus discípulos, ya que además las mujeres no contaban nada, ni eran creíbles en aquel empo. Ni siquiera como tes go ante un juez.
Fue siempre ese hecho el gran quebradero de cabeza de Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia, que se murió sin entender por qué Jesús no se apareció antes que a nadie a Pedro, que era el jefe del grupo de apóstoles y lo hizo a una mujer.


¿Entonces, si no nació en Belén ni el 24 de diciembre vale la pena celebrar la Navidad? Sí, porque esa leyenda lleva en su entraña la añoranza del ser humano de pararse una vez al año para celebrar la vida, para apostar por la paz, un paréntesis para el perdón y la aceptación de los otros, sobretodo de los diferentes.
¿No fue por ser diferente, por no doblegarse al poder rano e injusto, por predicar el perdón, bendecir a pros tutas y endemoniados y tocar a leprosos por lo que Pilatos mandó clavarlo aún joven en una cruz? Dónde y cuándo nació importa menos.
Mi amigo Jorge Perelló me escribe para felicitarme la Navidad, que dice “existe sólo para los rechazados”, y añade: “el resto es leyenda, historia y hasta supers ción”.


Es cierto, pero en ese caso en la Navidad cabemos todos ya que de un modo u otro todos somos de algún modo rechazados por alguien, pobres de algo, solitarios, exiliados, a veces de nosotros mismos y a la vez buscadores de esa paz que el mundo rechaza porque es más fácil matar o mandar matar, que amar y perdonar.
Por eso, a pesar de todo,
¡Feliz Navidad!

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