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lunes, 6 de octubre de 2014

Acuerdo traidor José Ignacio González Faus, teólogo

Miradas cristianas

Este podría ser el verdadero significado de las siglas ATCI, traducidas como “Acuerdo Trasatlántico” (de Comercio e Inversiones) que se está negociando secretamente (como ocurrió antaño con el AMI) y que pretende que Europa, ayer único bastión de resistencia al neoliberalismo, quede enquistada en el pensamiento único neoliberal, con la excusa de crear un imperio económico entre USA y Europa, para contrarrestar el peligro de China y Rusia.
Las negociaciones no las llevan a cabo representantes de los estados públicamente, sino tecnócratas anónimos en secreto. Muchos de ellos son lobbys de las empresas multinacionales, que tienen mucho más acceso a la negociación del que tienen los ciudadanos y los medios de comunicación, o el mismo Parlamento europeo que no puede acceder libremente al detalle de los intercambios entre Washington y Bruselas. Pero, según el artículo 4 del proyecto actual “las obligaciones del Tratado comprometen a todos los niveles del gobierno”: de modo que un inversor puede denunciar una reglamentación municipal, si cree que daña lo que el director de American Express define como derechos del inversor: su “derecho a invertir lo que quiere, donde quiere, cuando quiere, como quiere y sacando el beneficio que quiere”. Se pretende incluso que las empresas puedan llevar a juicio a países que no sigan una política neoliberal: ya la sueca Vatenfall tiene un pleito contra Angela Merkel, por la decisión de cerrar las centrales nucleares tras el desastre de Fukushima.
El acuerdo pisotea los derechos fundamentales del trabajo proclamados por la OIT (y que USA no ha reconocido nunca). Degrada también el derecho de representación colectiva del asalariado. Debilita el “derecho de precaución” vigente en Europa para cuando aparecen nuevos productos en el mercado. Restringe la libertad de circulación de personas. Elimina las sanciones contra abusos referentes al derecho social y al respeto a la tierra. Apunta a una progresiva desaparición de todos los servicios públicos, y somete los estados a una legislación a medida de las multinacionales. Cuando esté vigente, crecerá el desempleo y disminuirá la confidencialidad de los datos personales… Y si alguien pretende negar esas conclusiones deberá publicar todos los textos que se van redactando (sobre todo las propuestas norteamericanas) sin limitarse a un desmentido genérico.
Dos comentarios al Acuerdo: uno de Le Monde Diplomatique (junio 2014) fuente de los datos anteriores: “el acuerdo previsto con Estados Unidos supera el ámbito del librecambio y se introduce en las prerrogativas de los Estados, como cuando se trata de cambiar las normas sociales, sanitarias, medioambientales y técnicas, o de transferir la regulación de los conflictos entre sus empresas privadas y los poderes públicos, a estructuras de arbitraje privado”.
El otro comentario es de alguien tan inocente como Teresa de Ávila: “decid a un regalado y rico que es voluntad de Dios que tenga cuenta con moderar su plato para que coman otros siquiera pan, que mueren de hambre; sacará mil razones para no entender eso sino a su propósito. Es la voluntad de Dios querer tanto para su prójimo como para sí” (Camino de perfección, 57).
Esperemos pues esas mil razones “para su propósito”. Y si por segunda vez consiguiéramos frenar el acuerdo, como ocurrió antaño con el Acuerdo Multinacional de Inversiones (AMI), gracias a una publicidad sobrevenida milagrosamente, tampoco podremos quedarnos tranquilos: nuestros amigos “regalados y ricos” volverán a intentarlo con más astucia y cautela. Que más tenaces son los ricos en defender su regalo que los humanos en defender sus derechos.
Hacia 1846, Karl Marx tuvo un famoso discurso ¡en favor del libre cambio! Pero atención: lo defendía porque, como empeora tanto las condiciones obreras, acabará acelerando la revolución. Los negociadores del Acuerdo pueden coincidir con Marx en ese empeoramiento de las condiciones obreras, porque no comparten su conclusión: el consumismo y el individualismo ya nos han vacunado contra todo peligro revolucionario.
Últimamente parece que los negociadores intentan lavarse las manos convocando algunas ONGs a las negociaciones. Pero (otra vez según LMD) se trata de una cortina de humo: pues muchas de esas ONGs son falsas entidades financiadas por los gobiernos. Quizá pues no nos quede más salida que la que cuenta aquel chiste de un piloto al que van fallándole los motores hasta que, desde tierra, le dan la siguiente orden: “ahora quédese tranquilo y rece: ‘Señor mío Jesucristo’…”. Pero si el tratado sigue adelante tal como está procurándose, tendrá al menos una cosa buena: en lo sucesivo ya no podremos hablar de democracia, ni llamarnos demócratas e invadir otros países “para llevarles la democracia”. El capitalismo habrá ratificado su absoluta incompatibilidad con la democracia y quedará en evidencia como lo que es: una férrea dictadura de la gran empresa privada.
Cuando las pasadas elecciones europeas, la candidata del PSOE se hartó de pronunciar bellas palabras tan izquierdosas como vagas, sin que me conste que hiciera una sola promesa de reclamar publicidad y oponerse a los términos del ACTI. ¿Es que no sabía nada o es que prefería no entrar en el tema o recibió presiones para actuar así? ¡Chi lo sa! Pero, en cualquiera de esas hipótesis ¿cómo quieren los políticos que luego les creamos, si todo cuanto dicen se queda en un bla, bla bla, digno de peor causa?.
José Ignacio González Faus

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