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miércoles, 10 de septiembre de 2014

Los responsables de la tremenda decadencia de la Iglesia española (II) Jesús Mª Ruiz de Vergara

Este artículo es la continuación del que escribí con el título “La ¿renovación? de la Iglesia española”.En el último párrafo señalaba dos causas, obligatoriamente muy generales y poco precisadas, de esa ¿renovación?, no sabemos bien si inacabada o no iniciada. Es decir, dos realidades responsables de la “decadencia eclesial”, y, sobre todo eclesiástica, de nuestra Iglesia, como hoy he titulado esta entrega. Y eran, por este orden, 1ª), la orientación del pontificado de Juan Pablo II, ( y en menor medida, la de Benedicto XVI); y, 2ª), la mentalidad del clero, y, por su influencia, del laicado español. Así que me extenderé en estos dos apartados.
1º) La “eclesiología” de Juan Pablo II
Antes de entrar en materia quiero recordar un texto, es decir, dos textos, del Evangelio de Mateo, de los que solo se ha sacado provecho, y muy interesado, por los adláteres del poder, del primero de ellos. Dicen así: “Pedro contestó: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo.» Jesús le replicó: «Feliz eres, Simón Barjona, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y ahora yo te digo: Tú eres Pedro (o sea Piedra), y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes de la muerte jamás la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo.” (Mt, 16, 16-19).
Este es el primero, y ya sabemos, todos, el jugo que han sacado del mismo los vaticanistas. Pero se han olvidado del segundo, cuando Pedro quiere disuadir a Jesús de la necesidad de su Pasión: Pero Jesús se volvió y le dijo: «¡Retírate de mí, Satanás! Quieres hacerme tropezar. Tus ambiciones no son las de Dios, sino las de los hombres.» Si la palabra del Maestro tiene validez en el primer texto, también lo tendrá en el segundo.
Estos textos son válidos para Pedro y para los que, después de él, cumplan su mismo ministerio. Y dejan, palmariamente clara, y sin prejuicio ninguno, la siguiente idea: Pedro, y sus sucesores, pueden hablar movidos por el Espíritu de Dios, y también lo pueden hacer, desgraciadamente, por el materialismo y las ambiciones del mundo. Negar esta conclusión es querer tapar el sol con una criba, es engañarse y pretender engañar.
En muchas de sus actuaciones, Juan Pablo II (la eclesiología de Ratzinger, por lo menos en sus años de joven teólogo, era diferente, aunque después cambió, no sabemos si por obediencia, o por su ascenso en la jerarquía), actuó más como polaco escarmentado por años de sufrimiento y sometimiento forzoso de su pueblo polaco al comunismo, que como obispo de Roma, y signo eficaz de comunión de sus pares, lo obispo, sucesores de los apóstoles. Esta apreciación no es invento mío, sino corroborado por múltiples y claros episodios ejemplares. No hay más que comparar el trato del papa polaco a los obispos con inclinación a la Teología de la Liberación, que él confundía con una explícita inclinación al marxismo comunista, (casos Evaristo Arns, arzobispo de Sâo Paulo, de Monseñor Romero, de Casaldáliga, del teólogo Leonardo Boff, y, entre nosotros, del cardenal Tarancón, de Ramón Echarren, o monseñor Iniesta, o la prisa que se dieron en aceptar la renuncia del Cardenal Amigo, ¡igualito que en otros casos, …y tantos y tantos otros), con las consideraciones que tuvo con los obispos propicios a los regímenes militares de Chile y Argentina, o el desplante deplorable con Ernesto Cardenal, intolerable en el ámbito diplomático, y mucho más, en el de la caridad cristiana y evangélica, o el saludo cordial a Pinochet, et., etc.
Se ha dicho que Juan Pablo era un papa conciliar. Lo sería de palabra, y hasta de deseo, pero no de obra. El profundo anhelo de libertad evangélica del Concilio, el deseo de desclerizar a la Iglesia, de la separación de Iglesia y Estado, y la profunda y valiente reforma litúrgica, con la eclesiología decisiva como la Iglesia Pueblo de Dios, y no “sociedad perfecta”, como proclamaba el Derecho Canónico del año 1917, no podía, de ninguna manera, entusiasmar a un hombre que procedía de la Iglesia más tradicional, conservadora, y guardián de las esencias, por vivir durante muchos años como un gueto, como era la Iglesia de Polonia.
(Y como este artículo se ha alargado mucho, mañana continuaré con la segunda parte, sobre la responsabilidad de la decadencia de la Iglesia en España del clero y el laicado).

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