Una idea constructiva de la CBF y del grupo técnico de la selección de fútbol brasilera es el haber convocado una psicóloga especializa en el área, Regina Brandão, para acompañar a los futbolistas en sus juegos. El acompañamiento psicológico ya existe desde hace años en la selección alemana. El sentido es evidente: crear una atmósfera de serenidad interior, celebrar las victorias de forma controlada y crear las condiciones de una buena resiliencia en las derrotas, es decir, saber dar la vuelta por encima, aprender de los errores y mejorar el desempeño.
Pero estimo que eso no es suficiente todavía. La psicología puede ser enriquecida con la mística. No vengan después a decirme que estoy introduciendo religión en el fútbol. Tenemos antes de todo que desmitificar la mística. Esta tiene muchos significados, siendo los dos principales: el sentido sociológico y el sentido espiritual, mas no confesional.
Doy dos ejemplos que lo aclaran mejor que muchas palabras. El 17 y 18 de mayo de 1993, fray Betto y yo organizamos una reflexión abierta sobre mística y espiritualidad. Era durante la semana, de mañana y de tarde. Vinieron más de 500 obreros, la mayoría metalúrgicos. Querían saber qué diablos era eso de mística y espiritualidad. Hicimos dos charlas de apertura y el resto, debates muy interesantes. Se grabó todo y fue publicado en un libro que tiene ya muchas ediciones: Mística y Espiritualidad (Vozes 2014).
Otro ejemplo: cada gran reunión del Movimiento de los Sin Tierra, en las que participan cientos de personas, se inicia siempre con una «mística». ¿Qué es lo que hacen? Se teatralizan los problemas vividos por los participantes, se crean símbolos significativos, se entonan canciones, se oyen testimonios de lucha y de vida. No siempre se habla de Dios. Lo que irrumpe es un sentido de vida, un refuerzo de la voluntad de llevar adelante los proyectos, de resistir, de denunciar y de crear cosas nuevas. El efecto final es el entusiasmo general, levedad de espíritu, la armonía entre todos. Mediante estas «celebraciones» se toca la dimensión más profunda del ser humano, allí donde están nuestros mejores sueños, nuestras utopías, nuestra determinación de mejor vida. Ese es el sentido sociológico de mística, que se encuentra en la famosa palestra de Max Weber a los estudiantes de Múnich en 1919 sobre La política como vocación. Para él, una política digna de ese nombre (no vivir de la política sino vivir para la política) implica una mística, en caso contrario se atolla en el pantano de los intereses individuales o corporativos. Mística para Max Weber significa el conjunto de las convicciones profundas, las visiones grandiosas y las pasiones fuertes que movilizan personas y movimientos, inspirando prácticas capaces de afrontar dificultades y sosteniendo la esperanza ante los fracasos.
Ese tipo de mística puede y debe ser vivida por los jugadores de futbol, y con más razón, por los de la selección en las Copas Mundiales. Vean que no se trata solo de psicología con sus motivaciones. Se trata de valores, de sueños buenos, de entusiasmo. La cuestión es cómo llegar a eso.
Aquí viene el segundo sentido de mística, el espiritual. Pero es necesario hacer una aclaración: tenemos un lado exterior, nuestro cuerpo con el cual entramos en contacto con los otros, la naturaleza y el universo. El fútbol entrena todas las virtualidades posibles del cuerpo para crear el atleta y el crac. Pero no basta. Tenemos nuestro interior que es la psique habitada por pasiones, amores, odios, arquetipos profundos, la dimensión de luz y de sombra. Tarea de cada uno es domesticar los demonios, potenciar los ángeles buenos de tal forma que pueda vivir en paz consigo mismo, no víctima de los impulsos.
Pero tenemos también lo profundo, que es nuestro lado espiritual. En nuestra profundidad encontramos las indagaciones inevitables que nos acompañan a lo largo de la vida: ¿Quién soy? ¿Qué hago en este mundo? ¿Qué puedo esperar más allá de esta vida? ¿Cuál es el sentido de jugar en la copa? Todas las cosas son interdependientes entre sí y se ayudan unas a otras para vivir. Tiene que haber un eslabón que las liga y religa a todas. Tenemos también un Yo profundo con sugestiones y proyectos que nos movilizan.
Ahí tiene su fuente el entusiasmo. Entusiasmo en griego significa «tener un dios dentro»: aquella Energía que es mayor que nosotros, que nos toma y nos conduce por la vida. Sin entusiasmo nos acercamos al mundo de la muerte. La ciencia moderna del cerebro identificó lo que los científicos han llamado el punto de Dios en el cerebro o la inteligencia espiritual. Siempre que se abordan cuestiones fundamentales de la vida o se busca una visión más global, cuando se pregunta por la Energía poderosa y amorosa que sustenta todo, hay una aceleración mayor que la normal de una zona neuronal. Estamos dotados de un órgano interior por el cual captamos lo que llamamos Tao, Shiva, Olorum, Alá, Yavé, Dios. No importan los nombres, sino la experiencia de una Totalidad dentro de la cual estamos. Activar el «punto de Dios» nos hace más sensibles a los otros, más cuidadosos, más amigables, comprensivos y valerosos.
Creo que al jugador le vendría bien, antes de los entrenamientos retirarse a un rincón, concentrase y escuchar ese Yo profundo donde nacen las buenas ideas, los buenos sentimientos y se fortalece el «entusiasmo». Hay personas como fray Betto, don Marcelo Barros y otros que harían magistralmente ese trabajo. Ellos pondrían a los jugadores afinados con el «punto de Dios» y prescindirían de la magia de «Tois».
Leonardo Boff, profesor de espiritualidad durante 30 años y autor de Espiritualidad: camino de transformación, Sal Terrae 2000.
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