Enviado a la página web de Redes Cristianas
Siento tristeza y rabia cuando escucho a políticos que parece que no tienen otro mensaje y cometido que atacar e intentar descalificar a los demás. Pero hay que reconocer que, además de la mediocridad política, los conflictos de la sociedad española obedecen en el fondo a actitudes de prepotencia y de dominio que impiden la implantación de un orden verdaderamente justo y solidario.
En la vida política nadie debe descalificar a los demás tratando de presentarse como único representante de la legitimidad democrática, de la libertad o de la justicia. Es necesario evitar los procesos de radicalización que conceden valor absoluto a las propias ideas o intereses y conducen, poco a poco, a la negación de las razones o derechos de los demás hasta llegar a la justificación irracional de los enfrentamientos y mutua destrucción.
La situación amenazadora y desestabilizadora exige un cambio y éste es responsabilidad de todos. La paz no es simplemente la ausencia de guerras o violencias. Más aún, la violencia surge, de una manera o de otra, si no existe el empeño generalizado de buscar el consenso y construir la paz positivamente, como fruto de un tejido de relaciones justas y solidarias que vayan desde el nivel de las relaciones interpersonales hasta las más complicadas construcciones jurídicas y políticas. Hemos de reconocer que la paz se ha convertido en una condición indispensable para la subsistencia de la humanidad; en un punto de partida necesario para poder superar los graves problemas del hambre y de la pobreza en el mundo y avanzar en el establecimiento de una vida libre, pacífica y digna para todos los hombres de la tierra.
Es un derecho de todos contar con los medios para su promoción sin verse obligado a abandonar su familia y su tierra. Poder emigrar para superarse, para mejorar, es un derecho; tener que emigrar para poder vivir es un mal que la solidaridad debe remediar. En la construcción de la paz por la justicia tienen gran importancia los hombres y mujeres del trabajo, de los sindicatos y de las asociaciones profesionales y empresariales. Dentro de este vasto campo se juega, en gran medida, la afirmación o la negación de la justicia. En las relaciones laborales y económicas debe observarse siempre el sentido de la justicia en sus diversos aspectos, como la dignidad y respeto a las personas, el reconocimiento del trabajo, la justa distribución de los beneficios, las cualidades y esfuerzos personales y el interés por el bien común.
Es necesario derrumbar barreras, cambiar mentalidades agresivas y, sobre todo, convencimiento profundo de que todos los problemas, por muy graves que sean, tienen solución. El diálogo puede y debe abrir puertas cerradas. El diálogo es un buen medio con el que las personas se comunican y manifiestan mutuamente y descubren las esperanzas de bienestar común y las aspiraciones de paz que, con demasiada frecuencia, están ocultas en lo más profundo. El verdadero diálogo va más allá de las ideologías y las personas se encuentran unas con otras en la realidad de la vida. El diálogo rompe los prejuicios y las barreras artificiales. El diálogo lleva a los seres humanos a un contacto mutuo y enriquecedor como miembros de la familia humana con todas las riquezas de su diversidad cultural e histórica. El diálogo favorece la justicia y ésta lleva a la paz.
juandediosrd@hotmail.com
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