ATRIO
Leonardo Boff, 07-Marzo-2014
El pueblo brasilero no ha terminado de nacer todavía. Procedentes
de 60 países diferentes, aquí se están mezclando representantes de todos estos
pueblos en un proceso abierto, contribuyendo a la gestación del nuevo
pueblo que acabará de nacer un día.
Lo que heredamos de la Colonia fue un estado altamente selectivo, una élite
excluyente y una masa inmensa de desposeídos y descendientes de esclavos. El
analista político Luiz Gonzaga de Souza Lima en su original interpretación de
Brasil nos dice que nacimos como una Empresa Transnacionalizada, condenada hasta
hoy a ser abastecedora de productos in natura para el mercado mundial
(cf. A refundação do Brasil, 2011).
Pero a pesar de esta limitación histórico-social, en medio de esta masa
enorme fueron madurando lentamente líderes y movimientos que propiciaron el
surgimiento de todo tipo de comunidades, asociaciones, grupos de acción y de
reflexión que van desde las asociaciones de rompedoras de coco de Marañón a los
pueblos de la selva de Acre, a los sin-tierra del sur y del nordeste, a las
comunidades de base y los sindicatos del ABC paulista.
Del ejercicio democrático en el interior de estos movimientos nacieron
ciudadanos activos; de la articulación entre ellos, manteniendo cada uno su
autonomía, está naciendo una energía generadora del pueblo brasilero, que
lentamente va tomando conciencia de su historia y proyecta un futuro diferente y
mejor para todos.
Ningún proceso de esta magnitud se hace sin aliados, sin una ligazón orgánica
con quienes manejan un saber especializado con los movimientos sociales
comprometidos. Y aquí la universidad es desafiada a ampliar su horizonte. Es
importante que maestros y alumnos frecuenten la escuela viva del pueblo, como
practicaba Paulo Freire, y que permitan que la gente del pueblo pueda entrar en
las aulas y escuchen a los profesores en materias relevantes para ellos, como yo
mismo hacía en mis cursos de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.
Esta visión supone la creación de una alianza de la inteligencia académica
con la miseria popular. Todas las universidades, especialmente después de la
reforma de su estatuto por Humboldt en 1809 en Berlín, que permitió a las
ciencias modernas conseguir ciudadanía académica al lado de la reflexión
humanística que creó la universidad de antaño, se volvieron el lugar clásico de
cuestionamiento de la cultura, de la vida, del hombre, de su destino y de Dios.
Las dos culturas –la humanística y la científica– se intercomunican más y más en
el sentido de pensar el todo, el destino del propio proyecto científico-técnico
frente a las intervenciones que el ser humano hace en la naturaleza y su
responsabilidad por el futuro común de la nación y de la Tierra. Tal desafío
exige un nuevo modo de pensar que no sigue la lógica de lo simple y lineal sino
la de lo complejo y lo dialógico.
Las universidades están siendo impulsadas a buscar un enraizamiento orgánico
en las periferias, en las bases populares y en los sectores ligados directamente
a la producción. Aquí puede establecerse un intercambio fecundo de saberes entre
el saber popular, hecho de experiencias, y el saber académico, fundamentado en
el espíritu crítico. De esta alianza surgirán seguramente nuevas temáticas
teóricas nacidas de la confrontación con la anti-realidad popular y de la
valoración de la riqueza inconmensurable del pueblo en su capacidad de
encontrar, por sí solo, salidas para sus problemas. Aquí se da un intercambio de
saberes, unos completando a los otros, en el estilo propuesto por el premio
Nobel de Química (1977) Ilya Prigogine (cf. A nova aliança, UNB
1984).
Esta unión acelera la génesis de un pueblo; permite un nuevo tipo de
ciudadanía, basada en la con-ciudadanía de los representantes de la sociedad
civil y académica y de las bases populares, que toman iniciativas por sí mismos
y someten a control democrático al Estado, exigiéndole los servicios básicos
especialmente para las grandes poblaciones periféricas.
En estas iniciativas populares, con sus distintos frentes (casa, salud,
educación, derechos humanos, transporte público etc.), los movimientos sociales
sienten la necesidad de un saber profesional. Es donde puede y debe entrar la
universidad, socializando el saber, ofreciendo orientaciones para soluciones
originales y abriendo perspectivas a veces insospechadas por quien está
condenado a luchar solo para sobrevivir.
De este ir-y-venir fecundo entre pensamiento universitario y saber popular
puede surgir el biorregionalismo con un desarrollo adecuado al ecosistema y a la
cultura local. A partir de esta práctica, la universidad pública recuperará su
carácter público, será realmente la servidora de la sociedad. Y la universidad
privada realizará su función social, ya que es en gran parte rehén de los
intereses privados de las clases e incubadora de su reproducción social.
Este proceso dinámico y contradictorio sólo prosperará si está imbuido de un
gran sueño: ser un pueblo nuevo, autónomo libre y orgulloso de su tierra. El
antropólogo Roberto da Matta bien enfatizó que el pueblo brasileño ha creado un
patrimonio realmente envidiable: «toda nuestra capacidad de sintetizar,
relacionar, reconciliar, creando con ello zonas y valores ligados a la alegría,
al futuro y a la esperanza» (Porque o brasil é Brasil, 1986,121).
A pesar de todas las tribulaciones históricas, a pesar de haber sido
considerado, tantas veces, un don nadie y bueno para nada, el pueblo brasilero
nunca perdió su autoestima ni su visión encantada del mundo. Es un pueblo de
grandes sueños, de esperanzas invencibles y utopías generosas, un pueblo que se
siente tan impregnado de las energías divinas que estima que Dios es
brasilero.
Tal vez sea esta visión encantada del mundo una de las mayores contribuciones
que nosotros, los brasileiros, podemos dar a la cultura mundial emergente, tan
poco mágica y tan poco sensible al juego, al humor y a la convivencia de los
contrarios.
Traducción de MJ Gavito Milano
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