La
cuestión parecía resuelta y aquietada. Pero, no. Vuelven a oírse voces
que reclaman pronunciamientos contundentes: en el aborto se daría
siempre, desde el primer momento, la eliminación de un ser humano, un
crimen.
No me cuesta suponer que esa afirmación puede expresarse de buena fe,
como si fuera la única verdadera y, en consecuencia, toda acción
abortiva se la considera reprobable. Digo que no me cuesta, porque el
ser humano es limitado y multicondicionado y puede llegar a mantener
como verdad lo que es un error.
Mientras en la cuestión del aborto se utilice la costumbre y no el
análisis, la obediencia y no la razón, la fe como instancia
suprarracional y no como instancia compatible con la razón, no podremos
presumir de una convivencia basada en normas sopesadas y acordadas por
todos.
Hoy, muchas normas del pasado las
discutimos e incluso las modificamos porque conocemos mejor la realidad
humana. Los avances científicos descubren aspectos ignotos, ahora
conocidos, que imponen cambios y renovación.
El tema del aborto desde siempre lo he visto flaquear por un fallo
fundamental: suscita partidarios del sí y del no, sin pararse a
averiguar el por qué de la divergencia. Todos estamos a favor de la
vida, pero el sí unánime se rompe por suprimir el acto primero:
averiguar de qué se trata. Y nos lanzamos a una disputa que no se sabe
si es de convicción o manipulación.
En el aborto ocurre una gran confusión, que hoy no debiera ocultarse.
Y es lo que urge poner al descubierto: el aborto, propiamente hablando,
se da cuando se frustra la vida de un individuo humano. ¿Cuándo ocurre
esto en el proceso de gestación? ¿Se da desde el primer momento del
cigoto?
Esta es la cuestión, importante, y que requiere dilucidación. Tenemos
que averiguar en qué momento el embrión queda constituido como ser
humano. Hasta no esclarecer esto, difícilmente se aclararán otras
cuestiones posteriores. De no hacerlo, continuaremos en el ámbito de la
polémica estéril y de la condenación mutua, sin dar en el blanco.
Procedo, por tanto, a plantear dos cuestiones: 1ª) Cuándo comienza la
vida humana. 2ª). Cómo y quiénes en un Estado democrático y de Derecho
tienen la responsabilidad de hacerlo y promulgarlo para todos.
1. Cuándo comienza la vida humana
Desde el nuevo enfoque de la biología molecular, hoy se afirma por
numerosos científicos que el genoma no es sustancia al modo
aristotélico, ni es sujeto humano. Los factores genéticos son parte del
embrión, pero no bastarían ellos para constituir un individuo humano:
“La biología molecular ha llevado a su máximo esplendor el desarrollo de
la genética, en forma de genética molecular. Pero, a la vez, ha
permitido comprender que el desarrollo de las moléculas vivas no depende
sólo de los genes” (Diego Gracia, Ética de los confines de la vida,
III, página 106).
Los genes no son una miniatura de persona.
Tanto para el desarrollo como para la ética del embrión, la
información extragenética es tan importante como la información
genética, la cual es también constitutiva de la sustantividad humana. La
constitución de esa sustantividad no se daría antes de la organización
(organogénesis) primaria e incluso secundaria del embrión, es decir,
hasta la octava semana: “Trabajos como los de Byme y Alonso Bedate hacen
pensar que el cuándo (de la constitución individual) debe acontecer en
torno a la octava semana del desarrollo, es decir, en el tránsito entre
la fase embrionaria y la fetal. En cuyo caso habría que decir que el
embrión no tiene en el rigor de los términos el estatuto ontológico
propio de un ser humano, porque carece de suficiencia constitucional y
de sustantividad, en tanto que el feto sí lo tiene. Entonces sí
tendríamos un individuo humano estricto, y a partir de ese momento las
acciones sobre el medio sí tendrían carácter causal, no antes” (Idem,
páginas 130-131).
Lógicamente, quien siga esta teoría puede sostener razonablemente que
la interrupción del embrión antes de la octava semana no puede ser
considerada atentado contra la vida humana, ni pueden considerarse
abortivos aquellos métodos anticonceptivos que impiden el desarrollo
embrionario antes de esa fecha. Esto es lo que, por lo menos, defienden
no pocos científicos de primer orden (Diego Gracia, A. García-Bellido,
Alonso Bedate, J. M. Genis-Gálvez, etcétera).
La teoría expuesta establece un punto de partida común para
entendernos, para orientar la conciencia de los ciudadanos, para fijar
el momento del derecho a la vida del prenacido y para legislar con un
mínimo de inteligencia, consenso y obligatoriedad para todos.
Haciendo de esto una lectura desde la historia y cultura cristianas,
comprobamos que nunca en el cristianismo existió posición unánime que
afirmase que la vida se daba desde el comienzo. San Alberto y Santo
Tomás eran de opiniones diversas y la diversidad se mantuvo hasta
nuestros días. El mismo concilio Vaticano II aludió al tema (GS 51),
pero se cuidó mucho de no pronunciarse sobre el cuándo se da la vida
humana, confirmando lo que es opinión general entre teólogos. “No está
en el ámbito del Magisterio de la Iglesia, el resolver el momento
preciso después del cual nos encontramos frente a un ser humano en el
pleno sentido de la palabra” (Bernhard Häring, Moral y Medicina, Madrid,
PS, 1971, pp, 78-79).
2. Quiénes en un Estado democrático y de Derecho tienen la responsabilidad de hacerlo y promulgarlo para todos
Si tenemos en cuenta lo dicho, entonces estamos en condiciones de
poder alcanzar un acuerdo racional, científico y ético prepolíticos,
porque la puerta de que disponemos para entrar en esa “realidad” es
común a todos, y no es otra que la de la ciencia, la de la filosofía y
la de la ética. Puerta que vale también para los que se profesan
creyentes.
En un Estado democrático, ninguna instancia civil o religiosa puede
atribuirse el poder legislativo, como si dimanase de sí misma al margen
de la realidad personal de los ciudadanos. La ética debe determinarse en
cada tiempo mediando la racional y responsable participación de los
ciudadanos, pues la razón con todo el abanico de sus recursos
investigativos es la que, por tratarse de la dignidad humana y de sus
derechos, nos habilita para llegar a ellos, explorarlos, entenderlos,
valorarlos y acordarlos democráticamente.
Por lo mismo, en el tema del aborto desde instancias científico-éticas se recorre un camino común, compartible por todos.
Sin negar validez a los credos religiosos, podemos de esta manera
convivir acordando entre todos lo mejor éticamente para cualquiera de
los problemas que se planteen a toda comunidad civil.
La competencia legislativa de la Sociedad y del Estado no significa
que siempre exprese en sus leyes el contenido perfecto de la Moral.
Pueden consensuarse normas democráticamente que, por circunstancias y
razones varias, exijan un perfeccionamiento posterior y haya ciudadanos
que, con todo derecho, así lo demanden.
¿Es un derecho de la mujer el derecho al aborto?
Deseo referirme ahora al aspecto problemático del “ derecho” de la
mujer al aborto. La realidad nos dice que la vida en gestación no es,
propiamente hablando, una parte del cuerpo femenino. La gestación tiene
como causa, aunque de manera diferente, a dos sujetos, varón y mujer, en
una relación que sobrepasa la estricta individualidad e implica
responsabilidad de ambos.
En este sentido, cuando se dice que la mujer tiene derecho a decidir
sobre su propio cuerpo, lo es en el sentido en que lo es toda persona:
el propio cuerpo, si se lo conoce bien, marca propiedades, cualidades y
exigencias que hay que respetar y que imponen límites a actuaciones que
pudieran resultar irracionales o perjudiciales. Siempre la persona se
distingue por obrar responsablemente.
Pero la decisión cobra otro sentido cuando implica a una persona en
situación de embarazo. Los derechos brotan siempre de la realidad de la
persona. Un derecho es aquel que pertenece a la persona, en todo momento
y lugar, en razón de su misma condición y dignidad. ¿Existe en alguna
legislación el derecho al aborto como un derecho de la mujer?
El embrión o feto no es una parte más del organismo femenino, una
parte parasitaria, sino efecto de una relación de dos cuerpos y de dos
voluntades, de dos personas. Otra cosas es con qué calidad y grado de
conocimiento, amor y responsabilidad se lleva a cabo esa relación. En
este sentido, creo que la acción abortiva no puede reclamarse como un
derecho de la mujer, pues no versa sobre el cuerpo de la mujer sino
sobre el efecto de una relación, que se llama embrión y sobre cuyo valor
ontológico debe decidir la investigación humana, apoyada en las
ciencias y en la ética.
Para determinar si el aborto es un derecho de la mujer se precisa
determinar el contenido de esa acción. Por otra parte, la configuración
ética de la acción de abortar (finalizar el embarazo) tiene un
significado que se enmarca en el contexto y evolución histórica de una
Cultura, Sociedad, Religión y Estado. Cuando nacemos y entramos en
sociedad todos participamos del código y normas que esa sociedad nos
depara, irremediablemente. Y habrá normas diversas que reflejarán más o
menos justicia, más o menos igualdad, más o menos patriarcalismo, etc. Y
tarea de los ciudadanos será trabajar para que las normas desfasadas o
injustas sean cambiadas y perfeccionadas.
En esa historia registramos la realidad de la tiranía ejercida sobre
la mujer por el patriarcalismo. Toda lucha será poca hasta lograr que la
igualdad sea un hecho en las relaciones masculino-femeninas. Pero, tal
empeño no implica, creo, la afirmación de que el aborto es un derecho de
la mujer. Ciertamente, será la pareja quien decida en última instancia,
pero el significado de la acción de abortar es lo que es y nadie lo
puede anular o cambiar a su antojo. La realidad nos dice que el embrión
no es una parte constitutiva del cuerpo de la mujer, sino otra cosa. Y,
como he indicado antes, una cosa es el embrión hasta la octava semana,
hasta ahí no sería todavía sujeto humano constituido; y otra es cuando
ya pasa a ser feto (sujeto humano sustantivizado) a partir de la octava
semana.
Lo más importante, hacer innecesario el aborto
Son muchas, ciertamente, las causas que pueden provocar el aborto.
Pero, en una sociedad abierta y pluralista como la nuestra, que goza de
información suficiente y de múltiples instancias educativas, no se
entiende la magnitud que el aborto reviste en edades juveniles.
Seguramente, son muchos los factores que inhiben en unos y en otros una
tarea informativa y educativa obligatoria y a tiempo. Conocer esos
factores y combatirlos sería la manera más eficaz de hacer desaparecer
el aborto. Ahí, la sociedad entera (familia, escuela, medios,
administración política…) tienen creo, la responsabilidad mayor.
Apostar por la vida de todos
Hago un canto a la vida y me sumo a todos aquellos que, de mil
maneras, la defienden, la liberan y la protegen cuando de vidas humanas
reales se trata.
No obstante, me parece absurdo y contradictorio – y por eso lo denuncio-
el hecho de que personas, sectores, movimientos y muchas instancias
civiles salgan a defender con intransigencia una vida embrionaria y no
adopten actitudes con parecido ardor y urgencia respecto a los miles y
millones de vidas que, a diario, viene sacrificadas en el altar de la
guerra, de la explotación, de la miseria, de la injusticia y esto en
grados de alta crueldad y complicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario