Aunque el cuestionario es farragoso y condiciona las respuesta en un
sentido, la verdad es que desde la secretaría del Sínodo ha suscitado
una inmensa marea de reflexión sobre los temas de la familia y la
sexualidad. Ayer se presentaba lo que un profesor con sus alumnos habían
pensado en Japón. Hoy lo que un grupo de seglares y curas han elaborado
en Valencia. Y tantos grupos y documentos “arreu del mon”… Esto ya es
algo que demuestra adultez entre católicos que no podrá acallar ni el
envalentonado neocardenal español que, aunque se crea listo, ni siquiera
conoce la profundidad de su ignorancia.
Hemos acogido con muchísimo gozo la
decisión de recabar la opinión del Pueblo de Dios sobre la forma de
plantear la pastoral familiar. Es una señal más del deseo de renovación
manifestado repetidamente por el Papa Francisco, que tantas esperanzas
está despertando.
En efecto, como dice el documento preparatorio de la III Asamblea
General Extraordinaria del Sínodo de Obispos, “hoy se presentan
problemáticas inéditas hace pocos años”, problemáticas frente a las que
no siempre puede esperarse de la Iglesia una respuesta concreta. El
hecho de plantearlas no sólo manifiesta la honestidad de escuchar las
preocupaciones y aspiraciones de las mujeres y los hombres de buena
voluntad que creen en el valor insustituible de la familia, sino que
hace patente también la recuperación del sentido democrático y conciliar
del Pueblo de Dios.
Una institución como la familia, que goza de gran prestigio y estima
por parte de la ciudadanía (aunque no es un espacio idílico sino que
conoce también la violencia intrafamiliar y la destrucción de vidas), no
necesita salvadores ni cruzadas que, bajo su defensa, escondan
ideologías e intereses particulares.
Los miembros del “Grup de seglars i rectors del dissabte” ofrecemos
nuestra reflexión para poner de relieve algunos aspectos de la encuesta
por su valor y, en especial, porque plantea cuestiones que están en el
debate público actual conformando un cambio de época.
►Constatamos una ruptura de la identificación entre matrimonio y
familia. El bien mayor a proteger por la familia es la supervivencia, el
cuidado y la socialización de las niñas y los niños, la realización de
sus miembros y la protección de los más débiles. Este bien se satisface a
través de diferentes formas familiares que viven un proceso continuo de
diversificación en sus tareas, funciones y organización. La pluralidad
de formas en que se presentan la familia (nuclear o extensa,
monoparental, recompuesta…) y las uniones afectivas entre dos personas,
sean o no del mismo sexo (matrimonios, parejas de hecho…) es un signo de
los tiempos. Esta diversidad transciende los continentes y pone de
manifiesto el papel fundamental de la familia. Los modelos occidentales
no se han de imponer, pues, al resto.
►Advertimos el grave problema de que el concepto tradicional de
familia no es adecuado para nuestro tiempo. Hoy se ha de fundamentar en
los derechos humanos, respecto a los que existe un acuerdo prácticamente
universal.
►Advertimos también el peso excesivo que tiene en la doctrina
católica la consideración negativa de la sexualidad. Hay que revisar la
moral sexual y observar el principio de que las leyes tienen que ser
razonables para que puedan ser cumplidas.
►Constatamos una Iglesia preocupada y obsesionada por la familia y el
matrimonio pero también una Iglesia que, dominada por los “sectores
conservadores”, muestra un discurso único “pase lo que pase”. Así,
cuando las familias quieren vivir su compromiso cristiano, les orienta
en un modelo que resulta excluyente y desde una doctrina que no es
acogida por muchísimas de ellas que, con mucho sufrimiento, quedan sin
posibilidad de formar parte plenamente de la Comunidad cristiana, con
los sentimientos de culpabilidad que eso puede comportar. Esperamos una
Iglesia que estime la realidad valorada desde las conciencias personales
y centrada en el acompañamiento y la acogida en las situaciones, no
“ideales” sino reales, vividas por las parejas.
►La familia actual puede y tiene que formar y fortalecer la libertad
personal de sus miembros para que puedan optar por el tipo de vida que
consideren deseable. En la Iglesia han de poder encontrar el apoyo y el
acompañamiento que necesitan, siempre mediante la propuesta y no la
imposición.
►La solidaridad familiar es la gran oportunidad de nuestro tiempo: no
sigue las leyes del mercado y los miembros más débiles son atendidos
sin contraprestación. Al interior de la familia es donde comienza la
adquisición de valores como la igualdad, la dignidad y la solidaridad
intrafamiliar, que desborda hacia afuera y hace a la familia abierta,
acogedora y sensible a los dolores de las otras familias.
►Las condiciones sociopolíticas benefician o perjudican decisivamente
el progreso de las familias, especialmente la educación de las hijas y
los hijos. Desde esta perspectiva y en el contexto actual de crisis
globalizada, es preciso fomentar una reflexión sobre planificación de la
natalidad, sobre maternidad y paternidad responsables. Las políticas en
relación a la familia no se tienen que centrar exclusivamente en la
defensa de los derechos del “nasciturus”, sino también de los de las
mujeres y los de los millones de criaturas que han nacido y viven en
familia y mueren en la pobreza.
►La familia es un escenario de riesgo que requiere apoyo social,
acompañamiento pastoral y políticas familiares adecuadas. Está sometida a
los procesos migratorios, a la demanda creciente de individualización, a
la movilidad de sus miembros, a las consecuencias del paro… Es
necesario plantear, pues, políticas que favorezcan a las familias y les
den soporte público, concretado en guarderías, centros de orientación y
medidas de apoyo laboral a la maternidad y la paternidad.
Defender la familia consiste en aventurarse en el compromiso por sus
miembros más necesitados con testimonios claros, como apoyar la
enseñanza pública como elemento de igualdad social y manifestar, con
gestos concretos, el acompañamiento a las personas dependientes o
desahuciadas, situadas en los límites de la dignidad humana y de la
propia vida.
Hay que recuperar el impulso profético de Jesús de Nazaret, que le
llevó a trascender la vida familiar en función de una vida más plena
(cfr. Mt. 10,37), a relativizarla en función del servicio a su proyecto y
a crear una nueva familia más allá de los lazos de sangre (cfr.
Mc.3,35).
València, enero de 2014
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