Miles
de personas en toda Sudáfrica mezclaron el llanto con la danza, la
fiesta con los lamentos por la muerte de Nelson Mandela. Es la forma
como realizan culturalmente el rito de paso de la vida de este lado a la
vida del otro lado, donde están los ancianos, los sabios y los
guardianes del pueblo, de sus ritos y de sus normas éticas. Allí está
ahora Mandela de forma invisible pero plenamente presente, acompañando
al pueblo que él tanto ayudó a liberar.
Momentos como éstos nos hacen acordarnos
de nuestra más alta ancestralidad humana. Todos tenemos nuestras raíces
en África, aunque la gran mayoría no lo sepa o no le dé importancia.
Pero es decisivo que volvamos a apropiarnos de nuestros orígenes, que,
de un modo u otro, están inscritos en nuestro código genético y
espiritual.
Voy a referirme aquí a aspectos de un texto que escribí hace tiempo
con el título: “Todos somos africanos”, actualizado teniendo en cuenta
la situación mundial, que ha cambiado.
De entrada, es importante denunciar la tragedia africana: es el
continente más olvidado y vandalizado por las políticas mundiales.
Solamente cuentan sus tierras. Las compran grandes consorcios mundiales y
China para organizar inmensas plantaciones de granos con el fin de
asegurar la alimentación, no de África, sino de sus países, o para
negociarlos en el mercado especulativo. Las famosas “land grabbing”,
juntas tienen la extensión de Francia entera. Hoy África es una especie
de espejo retrovisor de cómo nosotros los humanos pudimos en el pasado, y
todavía hoy podemos, ser inhumanos y terribles. La actual
neocolonización es más perversa que la de siglos pasados.
Sin olvidar esta tragedia, concentrémonos en la herencia africana que
se esconde en nosotros. Hoy en día hay consenso entre los paleontólogos
y antropólogos acerca de que la aventura de la hominización se inició
en África hace unos siete millones de años. Y luego se aceleró pasando
por el homo habilis, erectus, neanderthal… hasta llegar al homo sapiens
hace unos noventa mil años. Después de estar 4,4 millones de años en
suelo africano, se trasladó a Asia, hace sesenta mil años; a Europa,
hace cuarenta mil años; y a las Américas hace treinta mil años. Es
decir, gran parte de la vida humana ha sido vivida en África, hoy
olvidada y despreciada.
África no es solamente el lugar geográfico de nuestros orígenes. Es
el arquetipo primitivo, el conjunto de marcas impresas en el alma del
ser humano. Fue en África donde el ser humano elaboró sus primeras
sensaciones, donde se articularon sus crecientes conexiones neuronales
(cerebralización), brillaron los primeros pensamientos, irrumpió la
creatividad y emergió la complejidad social que permitió el surgimiento
del lenguaje y de la cultura. El espíritu de África está presente en
todos nosotros.
Veo tres ejes principales del espíritu de África que pueden ayudarnos a superar la crisis sistémica global que nos asola.
El primero es la Madre Tierra, la Mamá África. Al extenderse por los
vastos espacios africanos, nuestros antepasados entraron en profunda
comunión con la Tierra, sintiendo la conexión que todas las cosas
guardan entre sí: las aguas, las montañas, los animales, los bosques y
selvas, y las energías cósmicas. Necesitamos volver a apropiarnos de
este espíritu de la Tierra para salvar a Gaia, nuestra Madre y única
Casa Común.
El segundo eje es la matriz relacional (relational matrix, al decir
de los antropólogos). Los africanos usan la palabra ubuntu que
significa: “yo soy lo que soy porque pertenezco a la comunidad” o “yo
soy lo que soy a través de ti y tú eres tú a través de mí”. Todos
necesitamos unos de otros; somos interdependientes. Lo que la física
cuántica y la nueva cosmología enseñan acerca de la interdependencia de
todos con todos es una evidencia para el espíritu africano.
A esa comunidad pertenecen también los muertos como Mandela. Ellos no
«van» al cielo, pues el cielo no es un lugar geográfico, sino un modo
de ser de este mundo nuestro. Ellos se quedan en medio del pueblo como
consejeros y guardianes de las tradiciones sagradas.
El tercer eje son los ritos y las celebraciones. Nos admira que se
dedique un día entero a rezar por Mandela con misas y oraciones. Los
africanos sienten a Dios en la piel, los occidentales en la cabeza. Por
eso, bailan y mueven todo el cuerpo, mientras que nosotros permanecemos
fríos y rígidos como un palo de escoba.
Las experiencias importantes de la vida personal, social y estacional
se celebran con ritos, danzas, músicas y presentaciones de máscaras.
Éstas representan energías que pueden ser benéficas o maléficas. Es en
los rituales donde las fuerzas negativas y positivas se equilibran y se
festeja la primacía del sentido sobre el absurdo. Si reincorporamos el
espíritu de África, la crisis no tendrá que ser una tragedia.
Sabemos que a través de las fiestas y los ritos la sociedad rehace
sus relaciones y se refuerza la cohesión social. Además no todo es
trabajo y lucha. Está también la celebración de la vida, el rescate de
las memorias colectivas y el recuerdo de las victorias sobre las
amenazas vividas.
Me complace presentar el testimonio personal de uno de nuestros más
brillantes periodistas, Washington Novaes: «Hace algunos años, en
Sudáfrica, me impresionó ver que bastaba que se reuniesen tres o cuatro
negros para empezar a cantar y a bailar con una amplia sonrisa. Un día,
le comenté a un joven taxista: “Su pueblo sufrió y todavía sufre mucho.
Pero basta que se reúnan unas pocas personas y ustedes ya están
bailando, cantando y riendo. ¿De dónde viene tanta fuerza?” Y él me
contestó: “Con el sufrimiento, aprendemos que nuestra alegría no puede
depender de nada fuera de nosotros. Tiene que ser sólo nuestra, estar
dentro de nosotros”».
Nuestra población afrodescendiente nos da esa misma muestra de alegría, que ningún capitalismo ni consumismo puede ofrecer.
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