Los enemigos del Papa Francisco, comprometido en llevar la Iglesia a
la coherencia con el Evangelio, parece que están más dentro que fuera de
élla.
La verdad es la verdadera humildad
Los actuales hábitos imperiales, suntuosos, lujosos, principescos y
cortesanos de toda la jerarquía, de los cardenales, de los papas e
incluso obispos y a veces curas, que parecen inducir, encubrir e imitar
una igualdad o superioridad aparente con las vestimentas de príncipes,
monarcas, militares, jueces, etc., ¿no evocan mucho más la figura del
altivo fariseo que la del humilde publicano?
Todo eso suena a mundano, pagano,
anticristiano, ofensivo para los pobres; y para la sensibilidad actual
hasta grotesco y repugnante, pensando en aquel Jesús que no tenía donde
reclinar la cabeza. ¿Cómo entendió esto el megalómago Obispo
de Limburgo (Alemania) que gasto 35 millones de € en su residencia
episcopal, incluida una bañera de 15.000 €? El papa Francisco, en
coherencia con el Evangelio, lo acaba de cesar.
Pero los religiosos integristas más radicales, eclesiásticos o
laicos, son proclives y algunos muy proclives a todo esto, hasta el
punto de criticar y rechazar la sencillez, apertura y austeridad del
Papa FRANCISCO, y dirigiendo a Dios esta lamentable y criminal petición: “Señor, ilumínalo o elimínalo”.
Lucas 18, 9-14
Dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se
sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás: «Dos hombres
subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El
fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias,
porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como
ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos
al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten
compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado y
aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se
humilla será enaltecido.
Cada uno de nosotros, mirando retrospectivamente nuestra vida, sin
duda nos damos cuanta de la cantidad de fallos, de errores, de defectos e
imperfecciones que hemos tenido a lo largo de la vida, y seguimos
teniendo. Incluso tal vez
pensamos que si la volviéramos a repetir evitaríamos todo eso y haríamos
otras cosas que hemos dejado de hacer. No se trata de torturarnos ni
apesadumbrarnos, sino simplemente de reconocer nuestras limitaciones y
no albergar en nosotros los mismos los sentimientos y presunciones del
fariseo. No en vamos decimos: “perdónanos nuestras ofensas, como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Somos por naturaleza
imperfectos y todos bastante parecidos, y por supuesto pecadores. Solo
nos diferencian las oportunidades que hemos tenido y otros por desgracia
no, y si las hemos tenido no es para presumir de ellas, sino
agradecerlas y ponerlas al servicio de los demás, especialmente de
aquellos que menos han tenido.
Jesús juzga con severidad a los fariseos porque eran exigentes,
rigoristas, tradicionalistas, sedicentes superiores a los demás y
presumidos. No sentían la necesidad de convertirse y sentirse hermanos
de los que no eran de su grupo. Con frecuencia las personas así son
antihumanas, poco compasivas, se aferran a sus opiniones y desprecian a
los demás. Su autosuficiencia les impide reconocerse como hijos de Dios y
hermanos de los demás, porque Dios solo puede ser reconocido de verdad
en y desde los demás, y de una manera muy especial desde toda clase de
oprimidos de este mundo.
Muchas veces el afán de triunfo en esta sociedad tan consumista como
la actual, nos hace pasarnos y acabar cayendo en el fariseísmo y así
aparentar ser más de lo que somos y por tanto caer en una superioridad
injustificada y a nivel religioso en una religiosidad formalista y
exterior, sin conversión y compromiso auténticos de fe, más pendientes
de las formas que del fondo. Esto puede conducir a cumplir bien la
normas oficiales y públicas, pero a escondidas llevar una vida privada
contradictoria con lo que aparentamos en público: pronunciar un discurso
lleno de fórmulas éticas, honestas y honradas, pero en privado estar
defraudando, corrompiendo o dejándose corromper. Más aun, la conducta
farisea alaga y aplaude por delante y en público, pero critica y denigra
por detrás y en privado. Esto pasa en todos los ámbitos de la sociedad,
incluidos los políticos; y a veces no menos en los ambientes y entornos
eclesiásticos, sobre todo en quienes quieren escalar, trepar y hacer
carrera, e incluso hacerse acreedores de derechos y privilegios que no
les corresponden ni merecen. Otros, cuando les conviene defienden la
ley, pero en otros momentos defienden y proclaman la primacía de la
conciencia.
Todas estas actitudes fariseas, son abiertamente contrarias a Jesús
de Nazaret y su Evangelio y dañan a la sociedad, y por tanto a la
autenticidad cristiana. La humildad consiste exactamente en la verdad,
la honradez, la honestidad, la ética a toda prueba. Supone el
reconocimiento de la verdad de los demás y por tanto el enriquecimiento
mutuo. Llama la atención cómo Jesús reconocía y ensalzaba los valores de
los demás, fueran de donde fueran, sobre todo la fe: Así cuando cura a
los enfermos no se atribuye a si mismo la curación, como cuando le dice a
la mujer que padecía flujo de sangre “Tu fe te ha salvado” y lo mismo a
la que entra en casa de Simón, al ciego de Jericó, a la mujer cananea,
al centurión romano, etc. A la fe de todos ellos atribuye la curación
que han obtenido, nunca se la atribuye a si mismo. Reconocer
sinceramente, sin adulación, los valores de los demás es una exigencia
humana y mucho más cristiana.
La autoestima es un valor importante para luchar por superarnos en
ser cada día mejores, nunca a costa de los demás, sino con los demás.
Reconocer los valores reales que tenemos cada uno de nosotros es
reconocer nuestra propia verdad. Ponernos ante Dios en actitud de
autohumillación y servilismo esclavo, de infravaloración, de que no
somos más que polvo, de que no valemos para nada, tampoco es lo que Dios
quiere, porque El nos valora, nos reconoce y quiere que estemos en
constante actitud de superación personal y comunitaria, y por tanto no
podemos concluir que tenemos que pedírle todo a Dios porque somos unos
inútiles. El puso el mundo en nuestras manos y en consecuencia no
podemos pedirle a El lo que nosotros podemos y debemos hacer. Por
ejemplo, es absurdo pedirle a Dios que remedie el hambre del mundo si
hay alimentos de sobra para todos, o que ayude a los pobres si nosotros
no les ayudamos, o que salve a los de las pateras si somos nosotros los
que las fabricamos con nuestras injusticias, o que no haya guerras si
nosotros gastamos cada año en el mundo más de un millón de millones de €
en armas.
De esta parábola de Jesús también tenemos que aprender mucho dentro de nuestra iglesia porque:
Los actuales hábitos imperiales, suntuosos, lujosos, principescos y
cortesanos de toda la jerarquía, de los cardenales, de los papas e
incluso obispos y a veces curas, que parecen inducir, encubrir e imitar
una o igualdad o superioridad aparente con las vestimentas de príncipes,
monarcas, militares, jueces, etc., ¿no evocan mucho más la figura del
altivo fariseo que la del humilde publicano?
Todo eso suena a mundano, pagano, anticristiano, ofensivo para los
pobres; y para la sensibilidad actual hasta grotesco y repugnante,
pensando en aquel Jesús que no tenía donde reclinar la cabeza.
Mucho hay que reformar en la Iglesia oficial, en la forma y en el
fondo, o más bien refundarla desde sus orígenes, porque se ha ido tan
lejos del Evangelio que a la luz del mismo resulta irreconocible. El
Papa Francisco optó por hacerlo. Tarea grande y urgente. Solo no lo
puede hacer. Los más llamados a ayudarle, ¿lo harán? ¿Lo haremos todos?
¿Lo haré el Arzobispo Müller?, porque “durante el vuelo de regreso de su
viaje a Río de Janeiro, el pasado 29 de julio, el papa Francisco dejó
una puerta entreabierta a que los fieles divorciados y vueltos a casar
pudieran volver a acercarse a los sacramentos y, en especial, a la
eucaristía. Pues bien, ni tres meses después, esa puerta ha sido
cerrada. De un portazo. El arzobispo alemán Gerhard Ludwig Müller,
prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo
Oficio, ha publicado un extenso y documentado artículo nada más y nada
menos que en L’Osservatore Romano desmontando cualquier posibilidad de
que los casados en segundas nupcias puedan comulgar“ (El País 24/10/13).
El Dios Padre del Evangelio de Jesús, ¿va más con Müller o con Francisco? Yo no tengo duda en la respuesta: va von Francisco.
Es más, “pues ya se oyen voces de los más radicales integristas que,
con referencia al Papa Francisco, hacen para “el bien de la Iglesia” (la
suya evidentemente) este tipo de peticiones: “Señor, ilumínalo o
elimínalo”. La eliminación de los papas problemáticos no es una rareza
en la larga historia del papado. Hubo un momento entre los años 900 y
1000, la llamada «era pornocrática» del papado en la que casi todos los
papas fueron envenenados o asesinados.
Las críticas más frecuentes que circulan en las redes sociales de estos
grupos, históricamente anticuados y atrasados, van en la línea de acusar
al actual Papa de estar desacralizando la figura del papado,
banalizándola y secularizándola. En realidad ellos ignoran la historia y
son rehenes de una tradición secular que tiene poco que ver con el
Jesús histórico y el estilo de vida de los Apóstoles” (Leonardo Boff en
Koinonía)
Un cordial saludo a tod@s.-Faustino
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