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viernes, 1 de noviembre de 2013

“Señor, Ilumínalo o elimínalo” Faustino Vilabrille



Los enemigos del Papa Francisco, comprometido en llevar la Iglesia a la coherencia con el Evangelio, parece que están más dentro que fuera de élla.
La verdad es la verdadera humildad
Los actuales hábitos imperiales, suntuosos, lujosos, principescos y cortesanos de toda la jerarquía, de los cardenales, de los papas e incluso obispos y a veces curas, que parecen inducir, encubrir e imitar una igualdad o superioridad aparente con las vestimentas de príncipes, monarcas, militares, jueces, etc., ¿no evocan mucho más la figura del altivo fariseo que la del humilde publicano?

Todo eso suena a mundano, pagano, anticristiano, ofensivo para los pobres; y para la sensibilidad actual hasta grotesco y repugnante, pensando en aquel Jesús que no tenía donde reclinar la cabeza. ¿Cómo entendió esto el megalómago Obispo de Limburgo (Alemania) que gasto 35 millones de € en su residencia episcopal, incluida una bañera de 15.000 €? El papa Francisco, en coherencia con el Evangelio, lo acaba de cesar.
Pero los religiosos integristas más radicales, eclesiásticos o laicos, son proclives y algunos muy proclives a todo esto, hasta el punto de criticar y rechazar la sencillez, apertura y austeridad del Papa FRANCISCO, y dirigiendo a Dios esta lamentable y criminal petición: “Señor, ilumínalo o elimínalo”.
Lucas 18, 9-14
Dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atre­vía ni a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
Cada uno de nosotros, mirando retrospectivamente nuestra vida, sin duda nos damos cuanta de la cantidad de fallos, de errores, de defectos e imperfecciones que hemos tenido a lo largo de la vida, y seguimos teniendo. Incluso tal vez pensamos que si la volviéramos a repetir evitaríamos todo eso y haríamos otras cosas que hemos dejado de hacer. No se trata de torturarnos ni apesadumbrarnos, sino simplemente de reconocer nuestras limitaciones y no albergar en nosotros los mismos los sentimientos y presunciones del fariseo. No en vamos decimos: “perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Somos por naturaleza imperfectos y todos bastante parecidos, y por supuesto pecadores. Solo nos diferencian las oportunidades que hemos tenido y otros por desgracia no, y si las hemos tenido no es para presumir de ellas, sino agradecerlas y ponerlas al servicio de los demás, especialmente de aquellos que menos han tenido.
Jesús juzga con severidad a los fariseos porque eran exigentes, rigoristas, tradicionalistas, sedicentes superiores a los demás y presumidos. No sentían la necesidad de convertirse y sentirse hermanos de los que no eran de su grupo. Con frecuencia las personas así son antihumanas, poco compasivas, se aferran a sus opiniones y desprecian a los demás. Su autosuficiencia les impide reconocerse como hijos de Dios y hermanos de los demás, porque Dios solo puede ser reconocido de verdad en y desde los demás, y de una manera muy especial desde toda clase de oprimidos de este mundo.
Muchas veces el afán de triunfo en esta sociedad tan consumista como la actual, nos hace pasarnos y acabar cayendo en el fariseísmo y así aparentar ser más de lo que somos y por tanto caer en una superioridad injustificada y a nivel religioso en una religiosidad formalista y exterior, sin conversión y compromiso auténticos de fe, más pendientes de las formas que del fondo. Esto puede conducir a cumplir bien la normas oficiales y públicas, pero a escondidas llevar una vida privada contradictoria con lo que aparentamos en público: pronunciar un discurso lleno de fórmulas éticas, honestas y honradas, pero en privado estar defraudando, corrompiendo o dejándose corromper. Más aun, la conducta farisea alaga y aplaude por delante y en público, pero critica y denigra por detrás y en privado. Esto pasa en todos los ámbitos de la sociedad, incluidos los políticos; y a veces no menos en los ambientes y entornos eclesiásticos, sobre todo en quienes quieren escalar, trepar y hacer carrera, e incluso hacerse acreedores de derechos y privilegios que no les corresponden ni merecen. Otros, cuando les conviene defienden la ley, pero en otros momentos defienden y proclaman la primacía de la conciencia.
Todas estas actitudes fariseas, son abiertamente contrarias a Jesús de Nazaret y su Evangelio y dañan a la sociedad, y por tanto a la autenticidad cristiana. La humildad consiste exactamente en la verdad, la honradez, la honestidad, la ética a toda prueba. Supone el reconocimiento de la verdad de los demás y por tanto el enriquecimiento mutuo. Llama la atención cómo Jesús reconocía y ensalzaba los valores de los demás, fueran de donde fueran, sobre todo la fe: Así cuando cura a los enfermos no se atribuye a si mismo la curación, como cuando le dice a la mujer que padecía flujo de sangre “Tu fe te ha salvado” y lo mismo a la que entra en casa de Simón, al ciego de Jericó, a la mujer cananea, al centurión romano, etc. A la fe de todos ellos atribuye la curación que han obtenido, nunca se la atribuye a si mismo. Reconocer sinceramente, sin adulación, los valores de los demás es una exigencia humana y mucho más cristiana.
La autoestima es un valor importante para luchar por superarnos en ser cada día mejores, nunca a costa de los demás, sino con los demás. Reconocer los valores reales que tenemos cada uno de nosotros es reconocer nuestra propia verdad. Ponernos ante Dios en actitud de autohumillación y servilismo esclavo, de infravaloración, de que no somos más que polvo, de que no valemos para nada, tampoco es lo que Dios quiere, porque El nos valora, nos reconoce y quiere que estemos en constante actitud de superación personal y comunitaria, y por tanto no podemos concluir que tenemos que pedírle todo a Dios porque somos unos inútiles. El puso el mundo en nuestras manos y en consecuencia no podemos pedirle a El lo que nosotros podemos y debemos hacer. Por ejemplo, es absurdo pedirle a Dios que remedie el hambre del mundo si hay alimentos de sobra para todos, o que ayude a los pobres si nosotros no les ayudamos, o que salve a los de las pateras si somos nosotros los que las fabricamos con nuestras injusticias, o que no haya guerras si nosotros gastamos cada año en el mundo más de un millón de millones de € en armas.
De esta parábola de Jesús también tenemos que aprender mucho dentro de nuestra iglesia porque:
Los actuales hábitos imperiales, suntuosos, lujosos, principescos y cortesanos de toda la jerarquía, de los cardenales, de los papas e incluso obispos y a veces curas, que parecen inducir, encubrir e imitar una o igualdad o superioridad aparente con las vestimentas de príncipes, monarcas, militares, jueces, etc., ¿no evocan mucho más la figura del altivo fariseo que la del humilde publicano?
Todo eso suena a mundano, pagano, anticristiano, ofensivo para los pobres; y para la sensibilidad actual hasta grotesco y repugnante, pensando en aquel Jesús que no tenía donde reclinar la cabeza.
Mucho hay que reformar en la Iglesia oficial, en la forma y en el fondo, o más bien refundarla desde sus orígenes, porque se ha ido tan lejos del Evangelio que a la luz del mismo resulta irreconocible. El Papa Francisco optó por hacerlo. Tarea grande y urgente. Solo no lo puede hacer. Los más llamados a ayudarle, ¿lo harán? ¿Lo haremos todos? ¿Lo haré el Arzobispo Müller?, porque “durante el vuelo de regreso de su viaje a Río de Janeiro, el pasado 29 de julio, el papa Francisco dejó una puerta entreabierta a que los fieles divorciados y vueltos a casar pudieran volver a acercarse a los sacramentos y, en especial, a la eucaristía. Pues bien, ni tres meses después, esa puerta ha sido cerrada. De un portazo. El arzobispo alemán Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio, ha publicado un extenso y documentado artículo nada más y nada menos que en L’Osservatore Romano desmontando cualquier posibilidad de que los casados en segundas nupcias puedan comulgar“ (El País 24/10/13).
El Dios Padre del Evangelio de Jesús, ¿va más con Müller o con Francisco? Yo no tengo duda en la respuesta: va von Francisco.

Es más, “pues ya se oyen voces de los más radicales integristas que, con referencia al Papa Francisco, hacen para “el bien de la Iglesia” (la suya evidentemente) este tipo de peticiones: “Señor, ilumínalo o elimínalo”. La eliminación de los papas problemáticos no es una rareza en la larga historia del papado. Hubo un momento entre los años 900 y 1000, la llamada «era pornocrática» del papado en la que casi todos los papas fueron envenenados o asesinados.
Las críticas más frecuentes que circulan en las redes sociales de estos grupos, históricamente anticuados y atrasados, van en la línea de acusar al actual Papa de estar desacralizando la figura del papado, banalizándola y secularizándola. En realidad ellos ignoran la historia y son rehenes de una tradición secular que tiene poco que ver con el Jesús histórico y el estilo de vida de los Apóstoles” (Leonardo Boff en Koinonía)

Un cordial saludo a tod@s.-Faustino

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