En la primera semana de agosto se ha celebrado en la Universidad de la Mística de Ávila la asamblea de los curas de El Prado, asociación de curas fundada en Lyon hace 150 años y cuya finalidad es la formación de sacerdotes pobres para evangelizar a los pobres. En España están presentes en 36 diócesis. Son curas normales, bajo la obediencia de su obispo respectivo, pero con una característica especial: quieren ser curas que trabajan en barrios obreros, y que han optado por los sectores más deprimidos de nuestra sociedad.
El tema tratado en la asamblea de este año ha sido “La evangelización de los pobres, fuente de espiritualidad”. Mediante el diálogo en grupos y el debate en plenario, sin olvidar la oración y la reflexión personal, se han elaborado una serie de principios operativos que ayuden a los cerca de 200 pradosianos españoles a trabajar durante los próximos 5 años.
Les trascribo algunas de las conclusiones a las que la asociación ha llegado en sus diversos debates:
Dios nos sigue desafiando y nos interpela a partir del sufrimiento y el deterioro de las victimas de siempre y de las nuevas victimas de la presente crisis. En esta situación estamos llamados a hacer una nueva experiencia de Dios.
La realidad de la pobreza es dinámica y cambiante. Pero, a partir de los rostros de las víctimas, Dios nos llama a salir a las periferias para evangelizar a los pobres de hoy.
La reducción del número de curas y la multiplicación de las tareas no puede ser una excusa para la atonía espiritual o para un reduccionismo ético del ministerio sacerdotal.
Seguramente estamos en un tiempo de gracia. El papa Francisco nos provoca para que nos centremos en lo nuclear: la opción por Jesús y por los empobrecidos. No podemos quedarnos “peinando” la oveja que tenemos dentro mientras hay 99 fuera del redil.
A lo largo de la semana los participantes han descubierto lo que posibilita y lo que impide una espiritualidad basada en la evangelización. Entre las actitudes que favorecen su vocación, han enumerado las siguientes:
reconocer la mirada de misericordia de Dios sobre el mundo, y como consecuencia, sentir compasión, empatía, misericordia hacia los que sufren;
acompañar grupos en su crecimiento de solidaridad y de servicio;
la presencia y cercanía real en medio de los pobres, compartir su vida;
la vida en equipo que permite compartir y discernir la vocación de seguidores de Jesucristo pobre y humilde;
celebraciones en las que se comparte sencillamente la fe con los pobres, etc.
Por otra parte, se han descrito, con una gran dosis de sinceridad, las actitudes que estorban una espiritualidad liberadora y evangélica:
el activismo, la dispersión, la obligación de atender a excesos de demandas, sin establecer prioridades;
actitudes negativas como la amargura, tristeza, frustración ante el fracaso, miedo;
el sentirse incomprendidos, el no asumir las propias limitaciones;
la mala imagen que a veces los pobres tienen de los cristianos como gente acomodada;
el quedarse en la ayuda material al necesitado sin atrevernos a anunciar expresamente a Jesucristo.
A pesar de todo, este puñado de curas se esfuerza en seguir dando vida al Evangelio
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