Carezco de títulos de todo tipo, curriculares o de experiencia directa en la vida, para hablar y menos para juzgar a un hombre argentino como Jorge Luis Bergoglio, que ha llegado a la cumbre de la jerarquía católica y que hoy porta los emblemas, y la elección necesaria, para ser nominado Papa o santo padre de la Iglesia católica.
Mi curiosidad al seguir las peripecias de su elección y su estilo en estos primeros meses de pontificado, y más en su visita a Brasil, se deben sobre todo a una curiosidad humana, la mía, es decir, del miembro de una familia católica mexicana que recibió educación en los valores de esa tradición, y que por azares de la vida se convirtió más tarde, intelectualmente, en marxista y estudioso del marxismo, y que con el paso de los años, al menos en algunos aspectos, a mi entender, encuentra que se dan la mano en muchos aspectos ambas tradiciones, considerando el valor del hombre (y la calidad del ser humano), como uno de los más altos valores a que se puede aspirar (y que se pueden contemplar).
Sé bien que fue discutida fuertemente esta designación del Papa, porque parecía haber testimonios en el sentido de que el obispo de Buenos Aires Jorge Luis Bergoglio había en algunos casos facilitado la entrega de disidentes y enemigos de la brutal dictadura argentina implantada en 1976. Pero ante estas versiones se presentó una avalancha de testimonios en contrario, dentro y fuera de Argentina, diciendo que el arzobispo de Buenos Aires, es verdad, con un estilo discreto y circunspecto, habría por el contrario protegido a buen número de argentinos y latinoamericanos evitando su arresto por los implacables personeros de la dictadura. Muchos argentinos y latinoamericanos habían así salvado la vida gracias a las “discretas intervenciones” del obispo de Buenos Aires.
Diría que la designación misma del papa Bergoglio, que se supone altamente controlada en su calidad y solvencia, resulta una enorme garantía acerca de cualquier error o equivocación en tal sentido, más ahora que los disimulos y encubrimientos parecen más expuestos que nunca ha ser revelados implacablemente. Todo parece indicar entonces que de manera clara han tenido razón quienes han colocado al obispo de Buenos Aires en la columna de los antigolpistas, aun cuando su actuación haya sido en general discreta y sin grandilocuencia.
Todavía habría que decir que su actuación misma ya como Papa, en Roma, y a lo que parece en Brasil mismo, confirmarían definitivamente que su acción y convicciones están muy lejos de la mentalidad de las dictaduras. Al contrario, su mensaje ha sido invariable y decidido en favor de los pobres.
Y sobre todo, lo que ha brillado más y en mi opinión ha tenido más importancia en sus palabras como sumo pontífice, es su insistencia, cada vez que hay oportunidad, en criticar de frente y abiertamente tal vez el núcleo más profundo del capitalismo: su afán de lucro, el estilo de vida que lleva a unos cuantos (relativamente) a poner en primer lugar y sobre todas las cosas la ganancia y la acumulación de riqueza, como suprema forma de vida y como efectiva conducta, y tal sería, a sus ojos, y a los de muchos otros, la catástrofe más honda del mundo moderno, el “pecado capital” por definición de la clase hoy más enriquecida. Y creo que este énfasis descubre el verdadero núcleo del capitalismo, resultando extraordinario que sea un papa católico el que haga la denuncia, pero así es y esto no se puede ocultar. Por supuesto que el Papa no llama a modificar tal estado de cosas por vía revolucionaria o radical-material, sino más bien por una revolución o un cambio radical de las conciencias que puedan llegar a desechar y apartarse tajantemente de tal visión de la vida dominada por la ambición y el lucro. ¿Será posible?
Me parece que tal es el problema fundamental no sólo de la Iglesia católica, sino del mundo moderno, y seguramente no lo resolverá el papa Francisco. Pero también es verdad que sus palabras y su mensaje serán escuchados con atención por mucha gente, católicos o no, y eso tiene ya en sí mismo un valor excepcional.
Sé que la Iglesia actual tiene enormes problemas que se han acumulado extraordinariamente, y que para resolverlo tal vez haga falta una serie de reformas que tienen que ver con las curias o jerarquías eclesiásticas, y directamente con las instituciones y tradiciones jurídicas de esa iglesia, y desconozco si el papa Francisco tendrá las agallas para enfrentarlas o reformarlas. No me extrañaría demasiado si esto ocurre, por lo que se le ha visto ya en el terreno de la decisión y la voluntad. Ojalá sea capaz de hacerlo, precisamente donde hace falta. Pero precisamente hace falta en esas nociones lapidarias de rechazo y negación en ciertos perfiles “morales” y de “conducta” lamentable de la dominante sociedad hoy como la señalada antes del lucro desenfrenado o la ambición sin límites que ha penetrado en tantos aspectos de la vida contemporánea.
Todo esto, naturalmente, subrayado sobre todo en Brasil, entre llamados a las clases dirigentes capitalistas para que aflojen en su obsesivo afán de lucro y a los políticos para que sean capaces de dialogar ampliamente con quienes tienen divergencias y aun puntos de vista encontrados. El diálogo es uno de los capítulos centrales del tema pastoral de Francisco.
Desconozco si Francisco será capaz de elevarse e a los niveles reformadores de la Iglesia digamos de Juan XXIII, pero ya tiene un lugar, me parece, como Papa que se dirige consistentemente a los pobres y más necesitados, y también a los más ricos, diciéndoles en el fondo que la paz del mundo (y la de ellos, la de los ricos), depende en buena medida de que depongan su mezquindad y ambición desmedida. ¿Será posible?
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