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viernes, 5 de abril de 2013

Pascua cristiana José Arregui, teólogo

Pascua significa “paso”, el paso de la vida a la Vida. Como otras sociedades de agricultores y pastores, los antiguos hebreos celebraban la primera luna llena de primavera: los agricultores comían pan nuevo sin levadura; los pastores, carne de los primeros corderos. La vida revivía, y había que agradecerla. La vida es inmortal, sí, pero frágil, y hay que cuidarla. Eso es la Pascua.
Muchos siglos después, los hebreos añadieron a su fiesta un sentido histórico: el recuerdo de sus antepasados que, guiados por Moisés, se libraron del yugo del faraón. Un Ángel Liberador pasó por las puertas de sus míseros hogares, marcándolas con el signo de la vida y de la libertad. Atravesaron el Mar Rojo y caminaron por el desierto en la esperanza de una tierra que mana leche y miel. Eso es la Pascua: la memoria de la liberación y la esperanza en camino hacia una nueva tierra todavía por alcanzar.
Vino Jesús de Nazaret y su vida fue toda entera pascual, pues pasó la vida haciendo el bien. Liberó a los oprimidos, curó a los heridos, compartió la mesa con justos y pecadores, fue hermano de todos. Encarnó a Dios, pues Dios es el nombre de la Compasión rebelde, solidaria y sanadora en el corazón de la vida. Por eso le mataron. No murió por decreto divino, ni para “expiar” ante Dios las culpas de la humanidad, sino porque pasó la vida liberando la vida y curándola.
Muchos habían visto en él al profeta de los últimos tiempos, el amanecer de un mundo transfigurado, y le habían seguido por los caminos de Galilea, atestados de mendigos y de enfermos. La muerte en cruz de Jesús golpeó la fe de sus seguidores, pero no la destruyó. María de Magdala, Pedro y muchos más proclamaron que Jesús estaba vivo, pues la vida que se da no puede morir en la tumba. La bondad feliz resucita en Dios, es Dios mismo: el Corazón glorioso de la Vida. Y eso es la Pascua: la victoria del bien, aunque solo sea una semilla o un trocito de levadura.
Luego la teología complicó inútilmente lo que es tan simple y real, tan universal como el bien y la vida. Pusieron el acento en cosas que no habían tenido importancia alguna ni para Jesús ni para sus primeras discípulas y discípulos. Entendieron la resurrección como un hecho histórico y físico sucedido en Jesús por primera y única vez: la súbita desaparición del cuerpo, el sepulcro vacío, la reanimación del cadáver en el más allá, las apariciones físicas solo a unos cuantos… La Pascua pasó a ser un hecho singular del pasado. La fe pascual consistió en “creer que” Jesús resucitó físicamente de la tumba y que sus discípulos lo vieron y comieron con él pan y pescado.
Pero la Pascua no es eso. No es ése el corazón del mensaje ni de la fe pascual. No fueron un sepulcro vacío o unas apariciones físicas las que llevaron a María de Magdala y a Juan, a Pedro y Pablo y tantas y tantos otros a confesar que Jesús vive. Fue la memoria sanada la que trocó las lágrimas en amor más despojado y más fuerte, el desengaño en esperanza contra toda esperanza. Fueron los ojos del corazón los que lo reconocieron presente en el caminante, en el huésped, en el pan compartido.
Así nació la fe pascual, y sigue naciendo en nosotros cada primavera y cada día. “Santo y feliz Jesucristo” cantaron los primeros cristianos, y aún seguimos cantando, pues en él reconocemos la vida que merece la pena, la vida buena y feliz, la vida humana y divina. Y humildemente seguimos diciendo, a pesar de todo: “El Crucificado vive. Su bondad samaritana vive. Su profecía valiente y arriesgada sigue vigente a pesar de la cruz sangrienta y de la tumba cerrada. Dios vive. Dios es la Bondad poderosa y creadora, como un permanente Big Bang, como un infinito corazón palpitante. Dios es el nombre del poder de la ternura. En él vive el Crucificado, y todas las criaturas crucificadas. La Vida no muere, todos los sepulcros están vacíos, la Compasión es más fuerte que todas las cruces”.
Feliz Pascua, pues, amiga, amigo. Que tu vida sea buena y feliz.
José Arregi
Para orar.
BIENAVENTURANZAS DE LA RESURRECCIÓN
“Felices quienes mueren cada día al egoísmo y renacen a una vida nueva. Quienes estén persuadidos de que el odio, la guerra, la maldad y la sinrazón jamás podrán vencer a las fuerzas de la vida.
Felices quienes saben descubrir entre las realidades de la muerte del mundo de hoy signos de vida y esperanza.
Felices quienes alcanzan la convicción, desde su compromiso vital, de que tras las derrotas cotidianas está latiendo la victoria de la vida.
Felices quienes riegan gotas de vida, quienes siembran semillas de vida, quienes alientan deseos de una vida en plenitud.
Felices quienes han logrado percibir, detrás de la muerte de millones de inocentes, el dolor, la rebeldía, la audacia, la llamada a una entrega absoluta por la vida.
Felices quienes han transformado su existencia por los testimonios de los que han derramado su sangre por la vida de otros seres humanos.
Felices quienes creen en el Dios de la vida. Y quienes creen en una nueva humanidad que pueda ser feliz y disfrutar de la vida. Unos y otros, juntos, lograrán que triunfe la pasión por la vida, otra tierra más llena de vida.
Felices quienes descubren paso a paso en su vida que la última palabra no la tiene la muerte, sino la resurrección”+
(Miguel Ángel Mesa).

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