‘EN TI EL HUÉRFANO ENCUENTRA COMPASIÓN’
“En ti el huérfano encuentra compasión”. Estas palabras del profeta Óseas dicen, mejor que ningún credo ni dogma, quién era Yahvé, Dios, para los pobres de Israel. Es la confesión verdadera de Dios. En esta eucaristía las aplicamos a nuestro querido hermano Oscar Romero.
“En ti el huérfano encuentra compasión”. Estas palabras del profeta Óseas dicen, mejor que ningún credo ni dogma, quién era Yahvé, Dios, para los pobres de Israel. Es la confesión verdadera de Dios. En esta eucaristía las aplicamos a nuestro querido hermano Oscar Romero.
Nuestro país es un país de pobres. Hombres y mujeres que no tienen mucho que dar de comer a sus hijos, que no tienen donde vivir cuando la lluvia de los temporales les destruye la casa, que van de puerta en puerta sin encontrar trabajo, y tiene que arriesgar paz, familia y vida en otros países. Estos hombres y mujeres en Monseñor encuentran compasión, consuelo y esperanza.
Nuestro país es un país de jóvenes, desaparecidos, secuestrados, asesinados día a día, y que no encuentran trabajo. Ha sido un país de mujeres que tenían que salir en guinda con sus tiernos en los brazos, y que sufrían cuando sus hijos se iban de la casa, a la organización o al monte. En Monseñor encontraban fuerza para vivir.
Y muchos otros miles en El Salvador, en Guatemala, en Haití, en Colombia han encontrado en Monseñor luz para caminar, generosidad para arriesgar, llanto para llorar, risa para reír.
Fue voz de los sin voz, defensor ex officio de los oprimidos, consuelo de los que lloran. Todavía hoy le llamamos “pastor, profeta y mártir nuestro”. Y con cariño hablamos de él como sólo hablamos de Dios .Y le decimos: “Monseñor, en ti el huérfano encuentra compasión”. En Monseñor muchos salvadoreños han encontrado al misterioso Dios que da fuerza para vivir.
Y en los salvadoreños Monseñor encontró a su pueblo. Lo vamos a decir en palabras suyas:
II
Mirando el sufrimiento de su pueblo en Egipto dijo Yahvé: “Siempre estaré con ustedes”. Viendo el sufrimiento de los salvadoreños dijo Monseñor: “No abandonaré a mi pueblo”. Y no fueron palabras vanas. Solía decir: “Con ustedes correré todos los riesgos”. Y al presidente del país que le ofrecía protección le contestó solemnemente: “Quiero decirle que, antes que mi seguridad personal yo quisiera seguridad y tranquilidad para 108 familias y desaparecidos. Un bienestar personal, una seguridad de mi vida no me interesa mientras mire en mi pueblo un sistema económico que tiende cada vez más a abrir esas diferencias sociales”.
De su dolor habló Monseñor en las homilías. “Hermanos, ya me duele mucho el alma de saber cómo se tortura a nuestra gente”. Y las homilías las preparaba así. “Le pido al señor durante toda la semana, mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignonimia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento”.
Creaba, estrujaba el lenguaje, para que aflorase su dolor. “Esta semana se me horrorizó el corazón cuando vi a la esposa con sus nueve niñitos pequeños que venía a informarme. Según ella lo encontraron con señales de tortura y muerto. Ahí está esa esposa y esos niños desamparados”.
Arremetió contra los criminales, y más allá de la justicia legal y restaurativa conminó a hacerse cargo de la vida de esos nueve niños: “Yo creo que el que comete un crimen de esa categoría está obligado a la restitución. Es necesario que tantos hogares que han quedado desamparados como este reciban ayuda. El criminal que desampara un hogar tiene obligación en conciencia de ayudar a sostener ese hogar”.
Y la buena noticia de ese pueblo. En ese pueblo sufrido Monseñor Romero encontró luz, cariño y amor. “Siento que el pueblo es mi profeta”. “El obispo siempre tiene mucho que aprender de su pueblo”. “Entre ustedes y yo hacemos esta homilía”. “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor”. “Me glorío de estar en medio de este pueblo”.
Razón tenía el padre Ellacuría cuando dijo: “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”.
III
Digámoslo ahora brevemente en el lenguaje que en 1979 usaron los obispos en Puebla. Puebla es conocida por la opción por los pobres. Pero habló sobre todo del Dios de los pobres y de los pobres de Dios.
Dios es el primero que ha hecho la opción por los pobres. La Iglesia no ha inventado nada nuevo -y Dios cumple mejor que la iglesia con esa opción. Y en esa opción de Dios hay dos cosas fundamentales que ojalá las tengamos siempre presentes, y ojalá las reproduzcamos nosotros aunque sea en pequeño.
La primera es la gratuidad. “Por el mero hecho de ser pobres, independientemente de su condición personal y moral, Dios los defiende y los ama” (1143). El amor de Dios a los pobres es absoluto, sin condiciones. Como decíamos antes “en Dios el huérfano encuentra compasión”. Dios no reacciona a la bondad de los pobres ni a sus méritos. Dios reacciona a su pobreza. Eso es lo que mueve el corazón.
La segunda es salir en defensa del pobre, y quiero insistir en este punto. Dios no solo ama y ayuda al pobre, sino que antes lo defiende -lo cual no suele ser tenido en cuenta. Y es importante ver la lógica profunda en esa actuación de Dios. Lo que hace que el pobre sea pobre –muy fundamentalmente en nuestro mundo- es que tiene enemigos, adversarios. Optar por el pobre es entonces enfrentarse con quienes les hacen pobres, y es, por ello, entrar en conflicto con sus opresores. Optar por el pobre es, no solo pero sí muy principalmente, luchar contra los victimarios para que dejen de producir víctimas.
No hay opción por los pobres sin decisión a defenderlos. Y por lo tanto, sin una decisión a introducirse en el conflicto histórico. Esto no suele ser muy tenido en cuenta. Ni siquiera teóricamente. Tampoco en Aparecida. Pero, digámoslo una vez más: no hay opción por los pobres sin arriesgar.
IV
Este año el aniversario de Monseñor Romero coincide con la elección de un nuevo papa, Francisco. Para terminar quiero decir brevemente dos cosas:
La primera es mi deseo de que en él los pobres encuentren siempre compasión. Que el papa nos ayude a nosotros a ser compasivos con los pobres. Y que nosotros ayudemos al papa a ser compasivo con ellos.
La segunda es presentarle algunos deseos. Menciono cuatro que me parecen importantes, y que espero sean de su agrado:
1. Que proclame que la Iglesia es Iglesia de los pobres, y que escuche con alegría el aplauso de Juan XXIII, quien descansa en paz en una tumba cercana a su aposento papal.
2. Que de una vez por todas enaltezca a la mujer y resuelva valientemente el problema de la mujer en la iglesia. Y que con las mujeres dentro la Iglesia sea mejor partera de humanidad.
3. Que no abandone la modesta cruz que lleva al pecho. Y que comience a dar pasos para dejar de ser jefe de Estado. Y así, que haga de la iglesia un pueblo que camina, con tanteos, hacia Dios.
4. Que canonice sin necesidad de repetir fórmulas y sin quedar aprisionado en normas, a todos los mártires y a todas las mártires de la justicia en el seguimiento de Jesús. Y si busca un nombre para que todos ellos y ellas tengan nombre, desde aquí le ofrecemos muy humildemente el nombre de Monseñor Romero y el nombre de los mártires de El Mozote. Y que él añada muchos otros nombres de hombres y mujeres -y de pueblos crucificados- que han dado su vida por amor como Jesús crucificado y como el siervo sufriente de Yahvé. Con todos ellos y con todas ellas Dios ha pasado por este mundo.
Que Monseñor Romero le ayude al papa Francisco. Y que nos ayude a todos nosotros a parecernos a Jesús de Nazaret.
JON SOBRINO, S.J., director del Centro Monseñor Romero de la UCA, jsobrino@cmr.uca.edu.sv
SAN SALVADOR (EL SALVADOR).
SAN SALVADOR (EL SALVADOR).
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