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martes, 19 de febrero de 2013

Las verdaderas razones de la renuncia del papa Benedicto XVI

Equipo Atrio, 18-Febrero-2013
Ya lo hemos dicho. En ATRIO nos interesa el próximo Cónclave porque en él se decide el futuro de la mayor iglesia de nuestro mundo hoy aliada de hecho del capitalismo financiero. No esperéis de ATRIO ni llamadas a la oración y a confiar en el Espíritu. Es todo un asunto humano, demasiado humano. Tampoco acogeremos derrotismos o maximalismos extremos y simplistas. PAGINA 12Queremos aportar todos los buenos análisis que encontremos. Como estos dos que publicaba el sábado 16 Página 12 de Argentina. Coinciden analizar las causas por las que Ratzinger ha tirado la toalla. Pero varían. Uno, desde Alemania, cree que fue la contestación de la base eclesial. Otro desde, Francia, la invencible opacidad, sobre todo financiera, de la curia. ¿Podrá el futuro papa resolver ambos problemazos?
Volver a las raíces
Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania
El Papa. El gran tema de los últimos días. Se siguen discutiendo las causas de su renuncia. La única explicación es: no tenía otra salida. Los problemas de la Iglesia Católica son innumerables. Y para sanear toda esa antigua estructura de siglos, la única forma de seguir adelante era una sola: cambiar todo. Y para el papa Ratzinger, eso era imposible. El es un ultraconservador nato. La crisis del catolicismo en su propio país, Alemania, es tan grande en la actualidad que para buscar una solución debían aplicarse medidas que iban contra su pensamiento y filosofía de siempre. Repetimos, Ratzinger es un ultraconservador y no podía ahora ir contra esos principios de toda la vida. Y, justamente, los cardenales italianos conservadores lo eligieron Papa a él porque creían que, con sus pensamientos teóricos, el alemán iba a vencer todas las ofensivas de la izquierda católica.
Más, con la crisis que está viviendo el catolicismo alemán en estos momentos se hacen necesarias ya mismo medidas de cambio fundamentales. Pero no, el camino de Ratzinger era: ante los problemas, rezar, pedir al Señor su benevolencia, pero seguir el mismo camino. Aunque finalmente, no vio salidas. Tenía que jugarse. Tenía que tomar verdaderamente el poder y modernizar la Iglesia desde sus bases. Más, a su edad y con el cardenalato conservador que lo rodeaba, era imposible. E hizo lo impensado para un Papa; renunció. Y aquí no se equivocó. Deja el caos que no pudo ni quiso sanear desde la base. Y les deja el cadáver a los que vienen. La realidad lo dice: no hay otro camino para la Iglesia Católica actual que modernizarse. Avanzar, acompañar a los que luchan por un mundo sin violencias, injusticias ni guerras. Empezar, para ello, con su organización interna.
Terminar, por ejemplo, con la irracionalidad de la exigencia de la castidad para sus sacerdotes. El amor debe ser el sentimiento fundamental de la vida del ser humano. Acabar con el mito de que sólo los hombres pueden ser los representantes de Dios en la Tierra. Por ejemplo, antes, a las mujeres no se les permitía participar en la vida política. Ahora, sí. Y han demostrado que hasta pueden ser mejores que los hombres. Aquí, en Alemania, ha quedado demostrado que la actual primera ministra, Angela Merkel, es la mejor gobernante que ha tenido Alemania en ese cargo, desde los tiempos de Adenauer. Lástima que sea conservadora, opinan muchos. Y el tercer cambio –entre otros muchos– sería acabar con esas representaciones un tanto fuera de época, con esos disfraces y bonetes cada vez más grandes y esas sotanas que les cubren el cuerpo.
Y que sigan el ejemplo de esos curas obreros que vestían como trabajadores comunes, con total sencillez y ninguna pompa. Además, acabar con esos rezos y exclamaciones tan teatrales e irracionales como aquella de “Dios, ten piedad de nosotros” o “Dios, en su infinita bondad”. Porque entonces habría que preguntarse: ¿por qué Dios, en su infinita bondad, permite las guerras y la muerte por hambre de miles de niños en el mundo? No, la Iglesia Católica debe alejarse definitivamente del camino actual. El único futuro de progreso y triunfo sería que tome el camino de aquellos obispos como Angelelli y De Nevares (a quienes conocí mucho y conversé largo con ellos) que dedicaron sus vidas a un verdadero apostolado: luchar desde las bases contra las injusticias sociales.
Para que todos tengan trabajo y techo dignos y se acaben las injustas diferencias sociales, los conflictos, las guerras. Es decir, las verdaderas diferencias de total injusticia e irracionalismo que vive actualmente y ha vivido siempre el ser humano. Disminuir lo injusto de todos los días. Ir a las verdaderas enseñanzas de Cristo Jesús, que era un hombre cualquiera pero con los ideales justos y no el hijo de algún Dios y menos de una virgen. (Esto, lo de la virginidad de María, es un insulto al acto de procreación, una de las cosas más hermosas y apreciadas de la vida, siempre que se haga por amor y no por violencia.)
Basta a eso de arrodillarse y rezar, no. Hablar en voz alta y denunciar las injusticia de la sociedad. Todo queda demostrado con este hecho cierto e indiscutible: mientras un alemán fue Papa, dejaron de pertenecer a la religión católica miles de alemanes. Y esto se debe precisamente al haberse comprobado los miles de casos de abuso sexual de niños en las escuelas católicas por parte de sacerdotes y “hermanos”. No sólo aquí, sino también en Estados Unidos, Canadá y otros países con esa religión. Hechos que fueron reconocidos por las propias iglesias locales. Además, se sumó, en este país, la negativa de dos hospitales católicos de atender a una mujer violada que había solicitado “la píldora del día después” para impedir un posible embarazo.
El motivo de la negativa fue “que un hospital católico se niega a apoyar toda clase de abortos”. El escándalo fue tan grande que tuvo que salir al paso el cardenal de Colonia, Meissner, a declarar que “la negativa había sido un error” y que a partir de ahora se iba a atender a toda mujer violada y, en el caso de comprobarse la violación, se le suministraría la citada píldora. Pero igual, este paso atrás no alivió en nada la indignación de todos los sectores de la sociedad alemana. El cardenal Meissner y otros obispos alemanes salieron entonces a declarar que en Alemania se había preparado una campaña anticatólica que se igualaba al pogrom de la Alemania nazi contra los judíos.
Esto agravó más la situación. La reacción fue peor. No se trata de lo mismo. Se considera un deber para la sociedad terminar con los delitos contra la infancia y dar ayuda a la mujer violada. El mismo papa Ratzinger, durante su mandato, fue observando y censurando esos inexplicables casos de pederastia. Y en algunos de sus últimos sermones, insinuó que era necesario debatir el tema y buscar una solución: asumió que la Iglesia, en su futuro, debía adoptar reformas. Aquí se veía que estaba abandonando su posición ultraconservadora. El, que siendo obispo estuvo contra la Teología de la Liberación. Pero luego, en su pontificado, parece que fue aprendiendo la lección.
La Iglesia Católica necesita una total renovación, así no tiene futuro. Ojalá que el próximo Papa comprenda la nueva época que se abre y haga lo que dejó de hacer o no pudo hacer el papa Benedicto. Pero, claro, siguen estando en el poder inmediato los cardenales ultraconservadores. La masa mundial de católicos que quiera un verdadero cristianismo deberá moverse ya mismo y hacer conocer los cambios necesarios. No dar curso a la elección de un Papa elitista sino a la de uno de los tantos teólogos progresistas que fueron surgiendo en las últimas épocas. Sin ellos, no hay futuro para el catolicismo. Que Ratzinger sea la última experiencia del intento de conservar un sistema que se ha quedado en el tiempo. Acercarse a la Teología de la Liberación significaría un paso adelante, una actitud positiva para esa religión y para el progreso del mundo.
Volver a las raíces. Seguir el ejemplo de tantos mártires que dieron su vida por un sentimiento que proclamaba la solidaridad, la convivencia de los seres humanos y la mano abierta como única fórmula de llevar adelante el pensamiento de Jesús, para un mundo de paz y sin injusticias.
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Corrupción, lavado de dinero y las internas más feroces
Un informe elaborado por tres cardenales lo terminó de convencer de que era imposible limpiar el Vaticano, donde hasta la Cosa Nostra guarda sus fondos. La abdicación como manera de sacudir el tablero en la Iglesia.
Por Eduardo FebbroDesde París
Los expertos vaticanistas alegan que el papa Benedicto XVI decidió renunciar en marzo del año pasado, después de regresar de su viaje a México y a Cuba. En ese entonces, el Papa que encarna lo que el especialista y universitario francés Philippe Portier llama “una continuidad pesada” con su predecesor, Juan Pablo II, descubrió la primera parte de un informe elaborado por los cardenales Julián Herranz, Jozef Tomko y Salvatore De Giorgi. Allí estaban resumidos los abismos nada espirituales en los que había caído la Iglesia: corrupción, finanzas oscuras, guerras fratricidas por el poder, robo masivo de documentos secretos, pugna entre facciones y lavado de dinero. El resumen final era la “resistencia en la curia al cambio y muchos obstáculos a las acciones pedidas por el Papa para promover la transparencia”.
El Vaticano era un nido de hienas enardecidas, un pugilato sin límites ni moral alguna donde la curia hambrienta de poder fomentaba delaciones, traiciones, zancadillas, lavado de dinero, operaciones de Inteligencia para mantener sus prerrogativas y privilegios al frente de las instituciones religiosas y financieras. Muy lejos del cielo y muy cerca de los pecados terrestres. Bajo el mandato de Benedicto XVI, el Vaticano fue uno de los Estados más oscuros del planeta. Josef Ratzinger tuvo el mérito de destapar el inmenso agujero negro de los curas pedófilos, pero no el de modernizar la Iglesia y dar vuelta la página del legado de asuntos turbios que dejó su predecesor, Juan Pablo II.
Ese primer informe de los tres cardenales desembocó, en agosto del año pasado, en el nombramiento del suizo René Brülhart, un especialista en lavado de dinero que dirigió durante ocho años la Financial Intelligence Unit (FIU) du Liechtenstein, o sea, la agencia nacional encargada de analizar las operaciones financieras sospechosas. Brülhart tenía como misión poner al Banco del Vaticano en sintonía con las normas europeas dictadas por el GAFI, el grupo de acción financiera. Desde luego, no pudo hacerlo. El pasado turbio le cerró el paso.
Benedicto XVI fue, como lo señala Philippe Portier, un continuador de la obra de Juan Pablo II: “Desde 1981 siguió el reino de su predecesor acompañando varios textos importantes que él mismo redactó a veces, como la Condena de las teologías de la liberación de los años 1984-1986, el Evangelium Vitae de 1995, a propósito de la doctrina de la Iglesia sobre temas de la vida, o Splendor Veritas, un texto fundamental redactado a cuatro manos con Wojtyla”. Estos dos textos citados por el experto francés son un compendio práctico de la visión reaccionaria de la Iglesia sobre las cuestiones políticas, sociales y científicas del mundo moderno.
La segunda parte del informe de los tres cardenales le fue presentada al Papa en diciembre. Desde entonces, la renuncia se planteó de forma irrevocable. En pleno marasmo y con un montón de pasillos que conducían al infierno, la curia romana actuó como lo haría cualquier Estado. Buscó imponer una verdad oficial con métodos modernos. Para ello contrató al periodista norteamericano Greg Burke, miembro del Opus Dei y ex miembro de la agencia Reuters, la revista Time y la cadena Fox. Burke tenía por misión mejorar la deteriorada imagen de la Iglesia. “Mi idea es aportar claridad”, dijo Burke al asumir el puesto. Demasiado tarde. Nada hay de claro en la cima de la Iglesia Católica.
La divulgación de los documentos secretos del Vaticano orquestada por el mayordomo del papa, Paolo Gabriele, y muchas otras manos invisibles fue una operación sabiamente montada cuyos resortes siguen siendo misteriosos: operación contra el poderoso secretario de Estado, Tarcisio Bertone, conspiración para empujar a Benedicto XVI a la renuncia y poner a un italiano en su lugar, o intento de frenar la purga interna en curso y la avalancha de secretos, los vatileaks sumergieron la tarea limpiadora de Burke. Un infierno de paredes pintadas con ángeles no es fácil de rediseñar.
Benedicto XVI se hizo aplastar por las contradicciones que él mismo suscitó. Estas son tales que, una vez que hizo pública su renuncia, los tradicionalistas de la Fraternidad de San Pío X fundada por monseñor Lefebvre saludaron la figura del Papa. No es para menos: una de las primeras misiones que emprendió Ratzinger consistió en suprimir las sanciones canónicas adoptadas contra los partidarios fascistoides y ultrarreaccionarios de monseñor Lefebvre y, por consiguiente, legitimizar en el seno de la Iglesia esa corriente retrógrada que, de Pinochet a Videla, supo apoyar a casi todas las dictaduras de ultraderecha del mundo.
Philippe Portier señala al respecto que el Papa “se dejó sobrepasar por la opacidad que se instaló bajo su reino”. Y la primera de ellas no es doctrinal, sino financiera. El Vaticano es un tenebroso gestor de dinero y muchas de las querellas que se destaparon en el último año tienen que ver con las finanzas, las cuentas maquilladas y las operaciones ilícitas. Esta es la herencia financiera que dejó Juan Pablo II y que para muchos especialistas explica la crisis actual. El Instituto para las Obras de Religión, es decir el banco del Vaticano, fundado en 1942 por Pío XII, funciona con una oscuridad tormentosa.
En enero, a pedido del organismo europeo de lucha contra el blanqueo de dinero, Moneyval, el Banco de Italia bloqueó el uso de las cartas de crédito dentro del Vaticano debido a la falta de transparencia y a las fallas manifiestas en el control de lavado de dinero. En 2011, los cinco millones de turistas que visitaron la Santa Sede dejaron 93,5 millones de euros en las cajas del Vaticano, ahora deberán pagar al contado. El IOR gestiona más de 33.000 cuentas por las que circulan más de seis mil millones de euros. Su opacidad es tal que no figura en la “lista blanca” de los Estados que participan en el combate contra las transacciones ilícitas.
En septiembre de 2009, Ratzinger nombró al banquero Ettore Gotti Tedeschi al frente del Banco del Vaticano. Cercano al Opus Dei, representante del Banco de Santander en Italia desde 1992, Gotti Tedeschi participó en la preparación de la encíclica social y económica Caritas in veritate, publicada por el Papa en julio. La encíclica exige más justicia social y plantea reglas más transparentes para el sistema financiero mundial. Tedeschi tuvo como objetivo ordenar las turbias aguas de las finanzas vaticanas. Las cuentas de la Santa Sede son un laberinto de corrupción y lavado de dinero cuyos orígenes más conocidos se remontan a finales de los años ’80, cuando la Justicia italiana emitió una orden de detención contra el arzobispo norteamericano Paul Marcinkus, el llamado “banquero de Dios”, presidente del Instituto para las Obras de la Religión y máximo responsable de las inversiones vaticanas de la época.
Marcinkus era un adepto a los paraísos fiscales y muy amigo de las mafias. Juan Pablo II usó el argumento de la soberanía territorial para evitar la detención y salvarlo de la cárcel. No extraña, le debía mucho, ya que en los años ’70 y ’80 Marcinkus había utilizado el Banco del Vaticano para financiar secretamente al hijo predilecto de Juan Pablo II, el sindicato polaco Solidaridad, algo que Wojtyla no olvidó jamás. Marcinkus terminó sus días jugando al golf en Arizona y en el medio quedó un gigantesco agujero negro de pérdidas (3,5 mil millones de dólares), inversiones mafiosas y también varios cadáveres.
El 18 de junio de 1982 apareció un cadáver ahorcado en el puente londinense de Blackfriars. El cuerpo pertenecía a Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano y principal socio del IOR. Su aparente suicidio corrió el telón de una inmensa trama de corrupción que incluía, además del Banco Ambrosiano, la logia masónica Propaganda 2 (más conocida como P-2), dirigida por Licio Gelli, y el mismo Banco del Vaticano dirigido por Marcinkus. Gelli se refugió un tiempo en la Argentina, donde ya había operado en los tiempos del general Lanusse mediante un operativo llamado “Gianoglio” para facilitar el retorno de Perón.
A Gotti Tedeschi se le encomendó una misión casi imposible y sólo permaneció tres años al frente del Instituto para las Obras de Religión. Fue despedido de forma fulminante en 2012 por supuestas “irregularidades en su gestión”. Entre otras irregularidades, la fiscalía de Roma descubrió un giro sospechoso de 30 millones de dólares entre el Banco del Vaticano y el Credito Artigiano. La transferencia se hizo desde una cuenta abierta en el Credito Artigiano pero bloqueada por la Justicia a causa de su falta de transferencia. Tedeschi salió del banco pocas horas después de que se detuviera al mayordomo del Papa y justo cuando el Vaticano estaba siendo investigado por supuesta violación de las normas contra el blanqueo de capitales. En realidad, su expulsión constituye otro episodio de la guerra entre facciones.
En cuanto se hizo cargo del puesto, Tedeschi empezó a elaborar un informe secreto donde consignó lo que fue descubriendo: cuentas cifradas donde se escondía dinero sucio de “políticos, intermediarios, constructores y altos funcionarios del Estado”. Hasta Matteo Messina Denaro, el nuevo jefe de la Cosa Nostra, tenía su dinero en el IOR. Allí empezó el infortunio de Tedeschi. Quienes conocen bien el Vaticano alegan que el banquero amigo del Papa fue víctima de un complot armado por consejeros del banco con el respaldo del secretario de Estado, monseñor Bertone, un enemigo personal de Tedeschi y responsable de la comisión cardenalicia que vigila el funcionamiento del banco. Su destitución vino acompañada por la difusión de un “documento” que lo vinculaba con la fuga de documentos robados al Papa.
Más que las querellas teológicas, es el dinero y las sucias cuentas del Banco del Vaticano lo que parecen componer la trama de la inédita renuncia del Papa. Un nido de cuervos pedófilos, complotistas reaccionarios y ladrones, sedientos de poder, impunes y capaces de todo con tal de defender su facción, la jerarquía católica ha dejado una imagen terrible de su proceso de descomposición moral. Nada muy distinto al mundo en el que vivimos: corrupción, capitalismo suicida, protección de los privilegiados, circuitos de poder que se autoalimentan y protegen, el Vaticano no es más que un reflejo puntual de la propia decadencia del sistema.
efebbro@pagina12.com.ar

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