Le escribo porque, al margen de lo que otros opinen, me da usted la sensación de persona dialogante, honesta, inteligente y que procura dar argumentos en vez de insultos o eslóganes. Al menos, es la impresión que he sacado de usted por comparación con otros políticos.
Como presentación, me limitaré a decir que voté al PSOE en 1982 por única vez. Luego me sentí estafado y retiré mi voto indefinidamente, mientras Felipe González vaticinaba que “iban a morir de éxito”, ¿recuerda? Ahora que les veo a punto de morir -no precisamente de éxito- y con sorpresa de muchos de ustedes, quisiera explicarle el porqué, tal como yo lo veo.
Una frase del libro bíblico del Apocalipsis dice: “Te vomitaré porque no eres frío ni caliente sino tibio”. En mi modesta opinión, la tibieza ha sido la raíz de su crisis actual. Paco Umbral podía ironizar eso mismo periodísticamente, diciendo que ustedes no eran rojos sino infrarrojos. Yo prefiero el lenguaje bíblico por mi deformación profesional.
Le pondré solo unos pocos ejemplos de esa tibieza: durante el tiempo de bonanza económica en que ustedes gobernaron, las canallescas diferencias económicas entre los españoles no disminuyeron. No tuvieron arrojo para pinchar la burbuja que había creado el PP y que ha sido un factor decisivo en nuestra crisis actual, a la que seguimos sin verle salida. Cuando luego los bancos alemanes sacaron el látigo e impusieron sus “deberes”, ustedes se aprestaron a hacerlo diciendo que “eso era ser socialista entonces” y sin que ZP tuviera valor para dimitir y convocar elecciones: las heroicas palabras del presidente (“aunque me cueste personalmente lo que me cueste”) habrían tenido mejor aplicación en aquel momento que en la sumisión posterior al imperio bancario. Hoy, después de un suicidio, aparecen ustedes como decididos a acabar con los desahucios; pero antes, cuando se presentó en el Parlamento una propuesta en este sentido, su partido y el PP se la cargaron sin apelación posible…
Todo eso lo hubiéramos esperado del PP, pero no de ustedes. Y, encima, pretendieron tranquilizar su conciencia con otras presuntas izquierdas “culturales” que eran poco más que una canonización del individualismo reinante que tiene muy poco que ver con la verdadera izquierda. Por eso, creo que el sentido de las elecciones del pasado noviembre fue simplemente éste: para que ustedes hagan lo mismo que el PP, pues vamos a votar a éste que, al menos, lo hace con más desfachatez y menos hipocresía.
A eso llamo tibieza: al abandono de la solidaridad radical, que prefiero llamar misericordia entendiendo la palabra etimológicamente (el corazón puesto en los miserables) porque, entendida así, queda bien claro que la primera obra de esa misericordia es el hambre y sed de justicia, como dicen las bienaventuranzas de Jesús.
Creo que se engañaron ustedes con aquello de que son un partido “con vocación de gobierno”. No existe esa vocación; y quien pretende gobernar a toda costa se expone a muchas infidelidades a sí mismo y a que se le suban al partido unos cuantos chorizos de ésos que viven tratando de pescar en río revuelto. Un buen partido debe tener vocación “de cambiar la sociedad” y esto puede hacerse también desde fuera del gobierno: si luego el pueblo sabe apreciarlo, ya les dará el gobierno. Y si no, se cumplirá aquello de que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. Y pueblos con un nivel de educación tan bajo y un nivel de consumismo y domesticación tan altos como el nuestro, pues quizá tendrán el gobierno que se merecían…
A todo eso es a lo que he llamado “tibieza”. Y ahora quisiera explicarle por qué eso me resulta “vomitivo” (según la expresión bíblica), en una situación como la actual. A mi entender, cualquier persona honesta deberá reconocer que la sociedad humana es un inmenso océano de sufrimiento, de crueldad y de maldad. Cada día mueren de hambre cerca de doscientas mil personas; hay millones de niños trabajando como esclavos, en China centenares de millones de campesinos se hunden más en la pobreza, aunque nosotros solo hablamos de los pocos millones que crecen al 8%; ríos de sangre han corrido en torno a los diamantes de Sierra Leona o el coltán de nuestros móviles; guerras fratricidas como las de la antigua Yugoslavia con sus torrentes de crueldad; miles de africanos explotados para poder pagar el viaje en una patera infame y morir, quizá, luego en el mar; mafias sin conciencia de narcotraficantes y proxenetas; bancos que, por ganar todavía más, embaucan a pequeños humildes insolventes para luego desahuciarlos y quedarse con sus casas, sin saber qué hacer con ellas y sin dar por saldada la deuda con eso; millones de norteamericanos a los que una enfermedad obliga a gastar los ahorros de toda o casi toda su vida; campesinos que no pueden vender sus productos porque otros países subvencionan la agricultura para que pueda vender más barato. Y la tortura que sigue practicándose a escondidas, pero con más frecuencia de lo que imaginamos….
Sí: un inmenso mar de lágrimas, de dolor y de maldad ante el que preferimos cerrar los ojos y en el que solo afloran bastantes islotes u oasis aislados de bondad y de compasión, a veces de una calidad estremecedora, que ofrecen una tierra donde poner el pie de la esperanza. Mi sueño es que esos islotes acaben juntándose hasta formar un pequeño continente. Pero hasta que eso llegue, debemos reconocer que nuestra reacción ante el panorama descrito es de una tibieza desesperante. Decimos amar la solidaridad y reconocemos la existencia de algunas injusticias, sobre todo cuando nos afectan. Pero nuestra vida se orienta hacia otros pequeños absolutos, a veces ridículos: el partido, la patria, la iglesia, el iPad, el equipo de fútbol, la nueva pareja (propia o de alguna estrella mediática) que durará seis meses… Y, mientras, nosotros nos acomodamos en esas pendejadas, las lágrimas humanas siguen inundando el planeta como una tormenta tropical.
Ante ese panorama se me hace cada vez más seria la afirmación de los teólogos de la liberación: “Solo hay dos absolutos: Dios y las víctimas”. Y si alguien no cree en Dios debería decir: solo hay un absoluto: los sufrientes de este planeta. A su lado, todos nuestros pequeños dioses merecen las imprecaciones del Antiguo Testamento: “Son obra de manos humanas, tienen ojos y no ven, oídos y no oyen, tiene pies y no caminan”. Y no nos hacen ver ni caminar.
Hace sesenta años oí decir a Pío XII: “Es todo un mundo lo que hay que rehacer desde sus cimientos”. Me pregunto si hoy no es todo un mundo lo que hemos deshecho hasta sus cimientos. En cualquier caso, me resulta cada vez más lúcida la afirmación del gran cristiano y profeta que fue E. Mounier: en el futuro los hombres no se dividirán por creer o no creer en Dios, sino por la postura que tomen ante las víctimas de la tierra.
Por supuesto, no le echo a usted la culpa de todo eso (culpa, es probable que tenga yo más). Solo quería explicarle que me parece que por ahí va la anemia actual de su partido: la tibieza les ha hecho perder identidad porque éste no es un mundo para tibios. Y conste que mucho deseo que puedan recuperarse pronto. Ustedes ya parecen reconocer algo de esto cuando, ante la aparición de movimientos como el 15M, no reaccionan con el rechazo y la desautorización, sino con una mueca de simpatía. Por insuficiente que sea, algo quiere decir eso: es un reconocimiento tácito de su mal camino.
Y comprenderá cuánto deseo que reencuentren el camino (estrecho) de una verdadera izquierda.
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