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martes, 29 de enero de 2013

Yo desobedezco. ¿Y tú? Esther Vivas

Desobedecer. No queda otra. Frente a leyes y políticas injustas, la única opción es la desobediencia. Así lo comparten cada vez más sectores de la sociedad. “La desobediencia es el verdadero fundamento de la libertad” señalaba Henry D. Thoreau, y más aún cuando, como ahora, las leyes se hacen día tras días más inaceptables y cuando el propio poder incurre en ilegalidades permanentes para protegerse. Ocupar plazas, bancos, supermercados, hospitales, inmuebles…, no pagar el euro por receta, los peajes, el aumento de las tarifas del transporte público… se ha convertido en algo cotidiano. Y no sólo para quienes llevan a cabo dichas acciones, sino, también, para una mayoría social que, desde sus casas, apoya estas prácticas y se identifica con ellas.
La corrupción, la impunidad, las puertas giratorias entre lo público y lo privado, y el expolio colectivo que estamos sufriendo se daba ya antes del inicio de la gran crisis, pero ésta ha puesto blanco sobre negro la cruda realidad y la desposesión masiva a la que nos somete la oligarquía financiera. Antes se podía mirar para otro lado o incluso sentirse ilusoriamente partícipe de la “fiesta” del capital, ahora resulta imposible. Las cortinas de humo se han desvanecido y el sistema se muestra tal cual, sin tapujos.
Hay quienes preguntan para qué sirvió el 15M, que si mucho ruido y pocas nueces. Pero la deslegitimación tan grande que sufre hoy el Régimen surgido de la transición, los partidos políticos convencionales y las instituciones no es sólo “mérito” de aquellos que nos han conducido a la presente situación de bancarrota sino, y muy especialmente, de esa marea indignada que a partir del 15 de mayo del 2011 ocupó, sin pedir permiso, el espacio público. El malestar cristalizó entonces en forma de un desafío sin precedentes a “políticos y banqueros”. Y a partir de allí, la “democracia”, la Constitución, la Monarquía… han visto su legitimidad erosionada. Atrás quedan los tiempos en los que estas instituciones eran prácticamente incuestionables.
La ocupación de plazas fue en si mismo un acto de desobediencia civil masivo, en el que los de abajo se reconocieron como mayoría social y retaron a los de arriba. Desde entonces, la desobediencia nos acompaña. No es que no existiera antes, simplemente se ha multiplicado y su audiencia amplificado. Cuando desahucian diariamente a 532 personas, mientras entre tres y seis millones de viviendas permanecen vacías, ocupar domicilios para darles un uso social se convierte en un derecho, ilegal pero legítimo. Cuando un millón de personas son estafadas por las preferentes, se bloquean y se ocupan bancos para exigir que los ahorros de toda una vida, ahora robados, sean devueltos. Cuando nos recortan en sanidad y educación, ocupamos, entonces, hospitales, ambulatorios y escuelas en defensa de lo público.
El “no pago” se ha extendido, también, como modo de protesta. No pago el transporte público tras el aumento abusivo de tarifas, no pago en Catalunya el “atraco” de los peajes, no pago el “repago” del euro por receta o la propuesta ahora de no pagar en Barcelona el aumento de la tasa del agua… No pagamos porque hemos pagado demasiado, mientras unos pocos no han pagado nada y saquean nuestros bolsillos para saldar sus deudas privadas.
A pesar de que el Gobierno intenta criminalizar la protesta, no le está resultando nada fácil, porque la “mayoría silenciosa”, a la que el presidente Mariano Rajoy agradecía su silencio tras la acción del 25S Rodea el Congreso, está más de acuerdo con aquellos que se indignan y desobedecen que con quienes ajustan y recortan. Así lo han señalado las encuestas de varios medios de comunicación, poco susceptibles de ser considerados “antisistema”. Quizá las movilizaciones han perdido masividad, pero el malestar persiste y una mayoría social se reconoce en ellas.
La desobediencia, como bien ha demostrado la historia, ha permitido conseguir avances en su momento inimaginables. ¿Qué sería del derecho a voto de las mujeres sin las sufragistas, de los derechos civiles en Estados Unidos sin Rosa Parks o de la abolición del Servicio Militar Obligatorio aquí sin los insumisos?. Nada de todo esto se hubiese conseguido. Hoy, como ayer, el futuro es de quienes creen en el nosotros y desobedecen.
*Artículo publicado en Público, 25/01/2013.

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