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El ministro Wert ha dicho que la religión se va a enseñar en las escuelas “por motivos políticos”. Y la Conferencia Episcopal, ante semejante afirmación, no ha dicho ni pío. Los obispos dan muestras de estar de acuerdo con el ministro. Lo cual, por lo demás, resulta comprensible. A una notable mayoría de la población, ya no le interesa la religión “por motivos religiosos”. Pues, al menos, que “por motivos políticos”, la religión se siga enseñando. Así, nuestros obispos seguirán teniendo motivos para justificar los cargos que ocupan, las leyes que les favorecen y el dinero que reciben del Estado.
Por supuesto, yo sé muy bien que los obispos tienen otros motivos, más serios y más profundos, para justificar su razón de ser y su presencia en la sociedad. Pero aquí es donde yo quería venir. El argumento, que explica por qué hay obispos, radica en que ellos son los “sucesores de los apóstoles”. Es decir, la misión de los obispos consiste en ser testigos de lo que fue la vida, la muerte y la resurrección de Jesús. Pero resulta que todo eso interesa cada día menos a la mayoría de la población. Lo estamos viendo: las iglesias vacías, los conventos vacíos, los seminarios otro tanto. Y así sucesivamente. ¿Qué le pasa a la religión católica?
Dicen los entendidos que, ya en el s. I, la “solidaridad social” fue más importante, para persuadir a mucha gente a bautizarse, que el conocimiento de las “creencias religiosas”. Y cuando más tarde, entre Marco Aurelio y Constantino (161-306), se extendió por el mundo occidental la más grave crisis de su historia, que llegó a provocar lo que, con razón, se ha denominado “una época de angustia” (E. R. Dodds), fue entonces cuando la Iglesia ofreció todo lo necesario para darle a la gente lo que necesitaba para construir una especie de seguridad social: cuidaba de huérfanos y viudas, de ancianos, de enfermos e incapacitados, de quienes carecían de medios de vida. Y, lo que es más importante, todo el que acudía al obispo, era acogido, acompañado, cuidado.
Aquellos obispos cumplían con su tarea de sucesores de los primeros apóstoles cristianos, que convivieron con Jesús, y que por eso vieron con sus ojos la incesante preocupación de su Maestro, no por entenderse con Herodes y Pilatos, para enseñar el Evangelio “por motivos políticos”. No. A Jesús no le interesó eso. A Jesús le preocupó el sufrimiento de los enfermos, el hambre de los pobres, el rechazo que sufrían los extranjeros, el desprecio que soportaban los pecadores y publicanos. Estos sentimientos fueron los que transmitieron a las generaciones siguientes. Y esta manera de vivir es la que transformó el Imperio.
Hoy han cambiado las cosas. La “solidaridad social” (no la simple “caridad benéfica”) se va desplazando. Ya no tienen el monopolio de esa noble tarea los misioneros y las monjas. Cada día son más los voluntarios, las ONG, los activistas, y hasta los periodistas, que se juegan la vida en sitios a donde ya no llega la Iglesia, que ahora se pega a los ministros que enseñan las religión “por motivos políticos”. La religión no paga la hipoteca. Porque en los templos hay muchas creencias y ceremonias, pero allí no se paga el alto precio que supone vivir como vivió Jesús. Si la Iglesia no toma otro giro, pronto se verá completamente desahuciada. Por más que cuente con el apoyo de los políticos. El apoyo que Jesús nunca quiso.
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